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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Se reconoce el corazón

Pablo Díaz Cobiella

“Habrá quien diga cuando mi muerte ocurra que fuiste tú, mi pobre corazón, la culpa. Yo, desde ahora, digo que solo yo, tan grave y torpe, la causa he sido de tu definitiva cansedumbre”.

El humanista, por su razón de serlo, convierte a la muerte en un poderoso motivo para seguir viviendo. No voy a contar nada nuevo que no hayáis leído en otros 'sillón a sillón', abuelos, pues conmueve la razón de insistir en la verdad, la ciencia, la fábula y el amor. 

La verdad

“Seré por haber sido. Ser para ser el modo del azar sorprendido”. Me convertía a cada paso, bajando la escalera hacia su encuentro, en un discípulo, de esos que son libres de sus cometidos, como un ser que persigue sin ser perseguido, con motivos suficientes para alcanzar, entre millones de razones, una sola circunstancia que permitiera conocerme. Dejaba a mi suerte la manera de ser, y ya no era suerte, era ser yo, y sorprendido claro. ¡Y él era discípulo también!, de esos que no juegan a ser dios o imponentes convencidos. Dejemos en paz a la verdad.

La ciencia

Una vez, un átomo. “Un átomo es una suma de ocho deseos llamada núcleo; el núcleo es el núcleo de los deseos, un vehemente afán de que giren alrededor, distantes, ocho electrones”. Así empezaba el experimento, entre mi ceño fruncido, enrarecido e incapaz de armar un dibujo lo sufiencentemente razonable para no desesperarme. Se me olvidó decir que cada uno de esos elementos constituidos por átomos son la química y la música, con sus actividades y reacciones, y así lo explica. “Núcleos hay en cuyo más lejano contorno giran siete electrones, y a falta de uno para colmar la necesidad, se desplazan mendigando un electrón. Núcleos hay a cuyo alrededor giran nueve electrones, uno de los cuales sobra, estorba, incluso duele; estos núcleos se desplazan mendigando para  que se les recoja el electrón”. Las hipótesis establecidas iban calmando mis ansias  de final, y aparece la sorprendente felicidad. “Cuando tales átomos se encuentran, acontece una doble  felicidad: el que tenía nueve, cede una partícula a quien sólo tenía siete; y ambos quedan ahora con ocho electrones girando en torno a sus núcleos respectivos, felices, estables. Más no acaba aquí la maravilla. Cuando el que necesitaba recibir ha recibido y el que debía ceder ha cedido, surge un premio: ambos átomos recién realizados sienten crecer una fuerza de atracción mutua de gratitud'. Así comprendí cómo un hombre de la química fue capaz de convertir el azufre en corcheas, la potencia en melodía, la veracidad en incertidumbre, la fórmula matemática en inocencia, sin dejar de ser química o música.

La fábula

“Habrá un día en que el barco, las esperas, los muelles, las costumbres, los pájaros dormidos, estallarán de pronto y surgirá un enjambre de mariposas leves, transitorias y anárquicas. Y volará el color como si el aire se limpiase los dedos en el aire y el aire se quedara vigorosamente manchado de colores con alas. La creación será por un instante y para siempre una celeste libertad de mariposas”. Una ternura alcanzada a modo de cuento de mariposas que serpentean la libertad, así va terminando el sillón a sillón, con una utopía palpable, como cuando le quitaba las gafas en una muestra más de inquietud por amarse.

El amor

El corazón se cansa de dar y recibir, algún día, cuando mi cuerpo deje de ser cuerpo y las aves dejen de ser aves. Más “no se acabó el amor sino la prisa”

Así es la forma en la que vivo todos los días en los que hay sillones, ahora, vacíos, hasta que abuela apareció y se sentó en uno de ellos, y sabía que eras tú, porque Concha es Luis  y Luis es Concha. Los abuelos, esa forma de alimentar la vida de verdad, ciencia, fábula y amor.

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