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Violencia de género: el poder de lo simbólico

Ofelia Martín

Hoy, 25 de noviembre, somos muchas las personas, en esta pequeña isla del Atlántico, La Palma, que nos acordamos de Laura González y de muchas mujeres más que, como ella, murieron víctimas de la violencia de género.

Cuando ocurre algo como lo que sucedió este año durante las fiestas de la Bajada de la Virgen en La Palma, una de las primeras cosas que se te ocurren es coger el ordenador y ponerte a escribir. Pero sabes que los dedos calientes de una mujer como yo pueden escribir cosas de las cuales luego me podría arrepentir. Por eso he dejado pasar un tiempo. El tiempo de sosiego necesario para que el corazón y la cabeza tomen su pulso.

La muerte el pasado verano por violencia de género de Laura González nos ha dejado a todos los palmeros y palmeras desconcertados y conmovidos. Las muestras de solidaridad y dolor fueron muchas. Es algo que quedará siempre en nuestro recuerdo, con dolor y con tristeza. Luego tocó hacer justicia. Una le ha tocado a los jueces con las leyes propias de una sociedad democrática como la nuestra. Otra, a la sociedad, la más difícil quizás, porque, como sociedad, tenemos el deber moral de juzgarnos como tal en este contexto. Lo más fácil es señalar al asesino, pero no podemos permitirnos como sociedad del siglo XXI que esto siga sucediendo.

Lo que le sucedió a Laura es la punta del iceberg. Es lo que no harían la mayoría de los hombres palmeros. Sin embargo, lo que subyace a todo este horror es el camino recorrido por todos y todas para que esto haya sucedido: cómo hablamos, cómo nos comunicamos, cómo nos relacionamos, los cuentos que leemos, las películas que vemos, lo que hacemos o dejamos de hacer, cómo educamos, cómo cantamos, como bailamos, cómo nos organizamos... son el caldo de cultivo para que esto pueda suceder o no.

Cuestiones sorprendentes son cómo algunas mujeres son críticas con la violencia hacia las mujeres, pero en tercera persona: “Ellas, las mujeres”, como si no se vieran afectadas por las desigualdades de género, eso se llama falta de conciencia de género. Primero porque todas somos susceptibles de una agresión machista y, segundo, porque cuando agreden, insultan, degradan al género femenino nos lo hacen a todas. Otra cuestión que me sorprende es cómo se sigue cuestionando si fue o no violencia de género el brutal asesinato de Laura. No querer poner nombre a las cosas, disfrazarlas, autoengañarnos, forma parte de invisibilizar lo realmente sucedido: muerte por violencia de género de Laura González. También me parece sorprendente la desvergüenza institucional. Estamos en un país que todo lo que se había avanzado en materia de igualdad, en los años que llevamos de democracia, se ha venido abajo en los últimos años con recortes y faltas de ayuda para erradicar la violencia machista. Si este terrorismo que sufrimos las mujeres lo sufrieran los políticos, el dinero destinado a erradicar tal violencia sería una prioridad de Estado, no me cabe la menor duda. A ello uno la otra institución, que van de la mano, la eclesiástica, responsable de que a las mujeres se nos siga considerando como personas menores de edad incapaces de decidir sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Sin embargo, en estos días se siguen haciendo la foto en primera línea sin entonar el mínimo mea culpa.

Por otro lado, me gustaría señalar que las fiestas de la Bajada de la Virgen que se llevan a cabo en esta isla cada cinco años y que contienen actos de índole popular que reflejan las tradiciones y cultura de un pueblo totalmente aceptables, encierran, por otro lado, tradiciones machistas, clasistas y excluyentes que se perpetúan con total consentimiento, condescendencia y dinero público sin que apenas nadie proteste. Se criticó durante las fiestas a un colectivo de mujeres, entre ellas la Asociación de Mujeres Jeribilla de Barlovento y el Colectivo Feminista Jíbaras, por manifestar su rechazo a la elección de la reina infantil, pues consideraban que era un acto que perpetua las desigualdades de género; los políticos de turno las tacharon de oportunistas y la sociedad de prácticamente bobas o radicales. Considero que todo forma parte de ese contexto donde nos tenemos que analizar y juzgar como sociedad. Cuando no se toma en serio el hecho de que la elección de una reina de las fiestas perpetua la violencia machista, se está rearmando material y simbólicamente la ideología de la inferioridad de las mujeres, y no se está tomando en serio la muerte de muchas mujeres cada año en este país(*). Igualmente, no tomarse en serio que cuando leemos el cuento de ‘Cenicienta’ o cantamos el ‘Arroz con leche’ a nuestras hijas y nietas, estamos colaborando con esa ideología que legitima la subordinación de las mujeres, no nos estamos tomando en serio la violencia contra las mujeres.

La suerte es que ya muchas mujeres hemos dejado de ser la paridora de Adán, hemos dejado de ser la ‘Cenicienta’ esperando por el príncipe azul, hemos dejado de ser la gran mujer detrás del gran hombre, hemos dejado de ser ciudadanas de segunda y hemos abandonado la minoría de edad, hemos dejado de ser la obediente y sumisa esposa... porque hace tiempo que emprendimos nuevos caminos al lado de nuevos hombres. Y vamos a protegernos, cuidarnos, amarnos, y a luchar contra ustedes, los hipócritas, los violentos, los inconscientes... y vamos a construir mundos nuevos mirando al horizonte de la justicia y la igualdad.

(*)Nancy Frazer ha señalado con firmeza que toda lucha por mejorar las condiciones materiales de un colectivo tiene que incorporar una lucha específica por redefinir el imaginario simbólico que también determina sus vidas. El poder simbólico o cultural es tan importante como el económico y el político en cuanto que legitima los anteriores. Es el poder de las ideas, de los relatos, también el de las películas y las canciones. Es el poder que modela lo que pensamos y sentimos.

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