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En el amor

Pablo Díaz Cobiella

Este texto no es una historia de amor para regodearse en él, o el aire de un suspiro que aleja la forma de amar. Esta es la historia de un diálogo permanente, que jamás ha dejado de existir, desde un sillón a otro, para que cuente el deseo innato del ser de reencontrarse en el amor.

La primera vez que te vi, el día se detuvo en aquel preciso lugar y tiempo. Una posibilidad de amar y la circunstancia, cierta, de desnudarse ante el vacío y caer; pero caer como el río cuando llega al mar. Todas aquellas mañanas en las que soñé, en la que esbozaba una vida inmensa de caminos; forjaba un miedo que dolía para que aparecieras en corazón abierto y que el sueño continuara; contigo. Sabe el amor que no podemos decirlo, sino serlo.

Si dos o algunos más nos reunimos en nombre del amor, amor hacemos. Y el amor que dio impulso en el tiempo de los avisos y las citas es el mismo que nace en el momento de estar juntos y el mismo que renace después en el recuerdo. Amor es como el agua, o como el viento: eternamente mismo y eternamente nuevo.

El cuerpo atardecía en tu regazo y quiso volar en la noche como si las estrellas acabaran su eterna voluntad de encontrarse y se posaran en nuestros pies descalzos y lloviznados. Las hojas del árbol dejaban atrás sus ramas. La libertad de una mariposa que arrasa los campos y caricia el viento con la yema de las alas. El mar de los delirios, corazones que en fuga renacen y vuelven a serlo.

Soy el trovador de tus deseos. La sensación constante de que el presente es recuerdo, y al revés. Amarte es encuentro permanente. Siembro el amor en la tierra dañada y la tierra cura y la cosecha es una espiga de trigo suave y tierna que recogiste aquel día que nos vimos por primera vez.

Las estaciones van dominando nuestro viaje, porque siempre es el lugar donde queremos estar, porque siempre está a punto el suceso de algo; como la primavera que no quiere llegar y es ese segundo antes de florecer, o el otoño que son esas manos que se sueltan por minutos sabiendo que regresarán, o el invierno que al mismo tiempo te ofrece abrazo, o el verano donde escribimos el resto del beso.

He imaginado que tú también tenías algo que decir del amor y me he sentado en el sillón a esperarte. Te gustaba que el tiempo corriera antes de llegar y que cuando tu mirada verde asomara el último escalón de nuestro lugar, allí encontraras una tarde de historias. Mirabas como si estuvieras aprendiendo a hacerlo, me inculcabas la infinita creencia de nacer de nuevo, de aventurarse a lo desconocido como si estuviéramos en una llanura africana salvaje al ritmo de bandas sonoras melódicas que motivaran una esencia permanente de conexión con la naturaleza necesaria y primitiva. Encuentro siempre fugaz y de una ternura alcanzada. Te veré eternamente.

No sé cómo, y la vida en la que ahora estamos también consiste en no saber los cómos; pero sí sé que te estaré mirando. Te seguiré mirando cuando este cuerpo falte. Más fuerte que el deseo de vivir es la necesidad de verte.

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