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El bienestar y las pensiones

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No es mi costumbre escribir movido por un arrebato. Una vez me enseñaron que no existían más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo, pero procuro ser comedido cuando el tema en vez de palabras termina por pedirme una queja, un reproche y, a veces, hasta un grito. Les anticipo que desde hace algún tiempo me invade un sentimiento sordo y amargo nacido de la incertidumbre. Nuestros espejos, con el paso de los años, se van poniendo más impertinentes y empiezo a entender a los que aseguran que un hombre no es viejo hasta que empieza a quejarse en vez de soñar. Ante la fría ortodoxia económica en la que se mueve el Gobierno de la Nación, con los números que maneja, les diré que uno se encuentra inerme ante el futuro y sin capacidad para soñar. Somos muchos los que en este país nos ilusionaba llegar a cierta edad para convertir en renta moral y material más de cuarenta años de trabajo. Gozar de una vejez tranquila y sin preocupaciones. ¡Vaya forma de fantasear! Al final es una gran mentira. Heridos por el cruel zarpazo de la crisis son miles y miles los parados que subsisten gracias a la pensión de padres y abuelos. A este paso habrá que darle la razón a Alber Camús cuando afirmaba que “envejecer es pasar de la pasión a la compasión”.

¿Qué nos espera? La situación es grave y tiene amargos efectos para los pensionistas. Aunque de momento las reformas, en los duros ajustes que nos llegan de Europa, no hayan pulsado la tecla de las pensiones, la desazón producida por la congelación del empleo público, la supresión de días libres a los funcionarios y la supresión de la paga de Navidad para los empleados públicos, nos puso en alerta, pero la alarma se incrementó con el fuerte aumento de los impuestos, el IVA que grava el consumo y lo que fue peor una mayor carga sobre el rendimiento del trabajo con los nuevos tipos en el IRPF. Luego vino el aumento en la edad de jubilación (67 años) y no contentos desde el Ministerio de Empleo se admite que el nuevo factor de sostenibilidad de las pensiones puede pasar por elevar ese tope. Así se recoge en el documento remitido a la comisión parlamentaria del Pacto de Toledo. En dicho informe también se apunta como opción alternativa la posibilidad de aumentar el número de años cotizados para lograr una pensión del 100% de la base reguladora. ¿De qué puede servirnos la jubilación, si no la logramos en la edad que se disfruta de ella?

Meses atrás Rajoy nos tranquilizaba: “No tengo intención de bajar las pensiones el año que viene, sería la última partida que tocaría”. Pero los números no cuadran si se mira a la Seguridad Social con espíritu contable y eso es lo que hacen aquellos que apuntan “a que un menor gasto en las pensiones sólo se puede conseguir reduciendo su cuantía, porque cada día hay más jubilados y menos trabajadores en activos”. Al llegar a este punto he recordado un párrafo de “El Príncipe” de Maquiavelo: “Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores se deben hacer poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor”. Esperemos que como otras promesas electorales de Rajoy, la de mantener las pensiones no quede en saco roto.

Estos recelos míos no los genera el egoísmo ya que somos millares, centenares de millares, los que nos encontramos ante la posible amenaza de esos políticos denostados que defiende más recortes todavía, en medio del paro generalizado y de míseros sueldos que nos hacen parafrasear a Jaume Perich: “La esclavitud no se ha abolido, ha sido puesta en nómina” o aquel alegato que refleja el retroceso en el estado de bienestar: “Cuando comencé a trabajar ni me atrevía a soñar que algún día ganaría el sueldo con el que me estoy muriendo de hambre. Pero todos los días me digo, por lo menos yo tengo un sueldo”. Y nosotros, los que somos o vamos siendo mayores, pues la juventud de un ser humano no se mide por los años que tiene, sino por la curiosidad que almacena, no podemos aceptar que toquen nuestras pensiones; austeros por naturaleza, soñamos con ser útiles a nuestra familia y, como el viento que es viejo y todavía sopla, creemos que para algo ha servido la renta de ese enorme capital llamado trabajo, esfuerzo e ilusión, prodigado a lo largo de nuestras vidas.

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