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Las bolas del cristal o estar desnudo por encima del traje

Antonio Arroyo Silva

Cuando escribo un artículo referente a los valores humanos y a la moral pública nunca me alejo yo mismo del punto de mira. Ya lo vengo diciendo en tres o cuatro artículos anteriores. No vayan a pensar que uno es un escapista o un escaparatista. En la marea de lo humano estoy y en ella me mojo. Sabemos la aceptación que tienen ciertos enjuiciamientos hacia ciertas actitudes. También que el público espera verdades eternas para buscar linchamientos y cosas así.  Lo que no sabemos es si quien los hace o escribe es consecuente con lo que dice o habla. Si es realmente honesto, digamos, o solo lo parece.

 Por la boca muere el pez—dice el refrán—, pero por la boca de la escritura se alimenta el anzuelo y la ponzoña. La confusión y la venta del guanajo. Porque para eso de defender o rebatir ideas no solo hace falta tener las cosas claras sino, además, tener claridad en la conciencia del pecado y de la virtud. Dice el poeta venezolano Reynaldo Pérez Só que, en cuanto a poesía y ética, lo más que le conviene es la necesidad de estar desnudo con todos sus defectos. Y eso en un mundo que está acostumbrado no a la desnudez sino que se complace en las máscaras cotidianas, que absolutamente parecen convencer a nuestros congéneres, acostumbrados  al festín habitual de quien miente mejor. Reynaldo Pérez Só es un poeta místico venezolano, premio nacional de poesía en Venezuela hace unos años—de origen palmero, para más señas—. Muy a menudo se pierde en la selva amazónica porque la convivencia con los yanomamis es más sana para la salud espiritual. Huyendo de los yasimamis, claro está.

Pero vamos a quitarnos la desnudez que llevamos por encima del traje y, de paso, como Reynaldo, vamos a quitarnos el traje también. No es cuestión, pues, de señalar lugares y personajes concretos. Confiemos en que la imaginación se utilice para construir y no para lo contrario. Los hechos, sin embargo, ocurrieron, ocurren y seguirán ocurriendo.

Desde luego, la política es un reflejo de lo que acontece en todo un país en donde ya no se puede prometer ni se promete como en la Transición. Digo reflejo porque, entre otras cosas,  eventualmente,  surgen algunos adalides de la cultura que, al principio, muestran una gran valentía ante el foro para, finalmente, arrimarse a las haldas de quienes ostentan el poder de esa parcela que en nuestro país sigue llamándose Cultura—en el periódico El País, también—. De esta manera son capaces de organizar una tertulia para hablar de literatura celtíbera en el Ateneo de Madrid, con todos los gastos pagados por el gobierno “autómono”. Genial. Lo que pasa es que en ese aforo se encontrarán los cuatro gatopardos (y no másss, ándale, ándale) de siempre que en principio eran denunciados por el ahora flamante  organizador. Y les aseguro que esto que les cuento no es más ficticio que la importancia del onanismo de Corín Tellado en la narrativa contemporánea de Canarias. El único asistente madrileño sería el bedel de la institución que ha de cobrar el alquiler a todos los demás que no fueron seleccionados, es decir, los escritores  y todos los miembros del pueblo celtíbero. O séase, al erario público de Banana Kingdom.

Si, según se relata, Unamuno se reía a mandíbula batiente del pobre Nicolás Estévanez porque decía que su patria era una roca, imagínense lo que haría en un caso como este. Tendría que escribir un anti San Manuel Bueno, mártir para mayor mofa.

Pero sigamos imaginando y mirando las bolas del cristal. Retrocedamos en el tiempo. Allí vemos que algunos  fervorosos intelectuales progres proponen una huelga de hambre ¡de un día! por la liberación del pueblo de Chipude. Un día en huelga de hambre, oh ilustres pensadores, unamos nuestros días y que sean miles de días, millones [al unísono, sic] en pro de la justa causa y blablablá.  Más tiempo se pasan los notas cuando se ponen a régimen porque están a punto de la obesidad mórbida. Por cierto, nosotros, solidarios políticamente incorrectos, frecuentamos por esos días la Casa de Liechtenstein donde realmente los verdaderos oprimidos, con todo su arrojo y desesperación, llevaban veinte días sin comer, a punto del colapso. Llegaban las ambulancias, llovía, tronaba, pasaban los agentes secretos del país opresor, protestaban formalmente los politicastros del mismo y ni por asomo aparecían los felices convocantes de ese día de paro maxilar. Y uno que quería hacer una huelga a la japonesa en este sentido: un día de sobrealimentación. Pero no, pura bola mía. Hay muchas cosas que no me las puedo tragar.

Ya ven ustedes que no es lo mismo la bola de cristal que la bola del cristal. Fíjense en la magia que opera en un determinante artículo: hacer que la imaginación de algunos sea mentira, hacer que un instrumento de pura magia se transforme en un cristal sin ninguna transparencia.

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