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Espacio de opinión de La Palma Ahora

De vuelta a casa

Felipe Jorge Pais Pais

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Les voy a contar una historia maravillosa y, al mismo tiempo, increíble. Sus protagonistas son un turista alemán (Joaquín Toepke), una dulce palmera (Nieves María Almenara Hernández) y una preciosa pieza arqueológica benahoarita. Todos ellos han recorrido medio mundo para que ésta última, finalmente, vuelva a recalar en su lugar de origen.

Pónganse en situación. Los hechos tienen su inicio en la Garafía de principios de la década de los 60 del siglo pasado. Joaquín es un joven aventurero centroeuropeo amante de una naturaleza salvaje aún no contaminada en demasía por la acción antrópica, de la tranquilidad y de la soledad y, en definitiva, de llevar una vida sin apenas sobresaltos. Todos esos anhelos le condujeron a uno de los lugares más aislado e inaccesible de La Palma. Se asentó, sin apenas hacer ruido, en Santo Domingo de Garafía que, por esas fechas, sería poco menos que el fin del mundo.

Imagínense lo que pensarían los garafianos de esa época. De repente, aparece un extranjero que, física y culturalmente, no tiene absolutamente nada que ver con su forma de vida y mentalidad. Se trata de un “tío” de 2 metros de altura, melena rubia y ojos azules que, con toda probabilidad, sería uno de los primeros turistas que vieron aparecer por esos parajes. Pero es que, además, no estaba de paso, sino que pretendía quedarse a convivir con ellos compartiendo su vida cotidiana. Y, como es inevitable en La Palma, había que buscarle un nombrete para lo cual, la verdad, tampoco tuvieron que esforzarse mucho. En cuestión de días pasó a ser conocido por todos como el “turista y medio”. Para comprender lo acertado de esta elección sólo basta con ver las fotografías de esa época que aún conserva Joaquín. Por otro lado, tampoco es de extrañar que Nieves María, que vivía en Santa Cruz de La Palma, se quedara prendada de él al instante, dando paso a una convivencia que se ha mantenido hasta nuestros días.

Joaquín, desde el primer momento, pasó a convertirse en un garafiano más, apreciado por todos y siempre dispuesto a compartir los frutos de su auténtica pasión: la pesca submarina. De hecho, en la gran mayoría de las fotos que nos mostró, aparecen las costas y acantilados salvajes del norte de la isla, su inseparable fusil de pesca y, sobre todo, las riquezas que atesoraba un mar que había permanecido a salvo de la sobrepesca y la dinamita: meros, samas, viejas, lapas, etc de un tamaño y peso que provocarían rubor a los ejemplares de hoy en día. Casi siempre aparece acompañado de muchachos que, hoy día, rondarán los 70 años. Sus compañeros inseparables fueron Mauro, de Llano Negro, y Arsenio “El Carpintero”. Seguramente, muchos garafianos aún se acordarán de la solitaria y gigantesca figura de “turista y medio”, tostada por el sol y el salitre, recorriendo los antiguos caminos y veredas, junto al callao o llegando a las ‘ventas’ de Llano del Negro, El Tablado, Santo Domingo, etc con los peces que había capturado ese día.

La vida y la pasión de Joaquín giraban en torno a la pesca submarina. Del mar extraía su sustento diario que, a veces, intercambiaba, mediante trueque, por otros alimentos que completaban su dieta alimenticia. El tiempo discurría sin prisas y disfrutando cada momento de lo que para él era un auténtico paraíso. Sus recuerdos nos hablan de la sencillez y amabilidad de la gente, el compañerismo, los paisajes sin contaminar, el agua trasparente y, en definitiva, una vida muy sencilla y feliz. Sólo nos bastó un apretón de manos y mirarle a los ojos para transmitirnos una sensación de sosiego, tranquilidad y una paz interior que, sin duda, fueron los mismos rasgos que supieron apreciar los garafianos de entonces.

A pesar de la época de miseria y penurias en que visitó la isla no tiene ningún recuerdo negativo. Destaca la sencillez, la camaradería, la laboriosidad y la colaboración (‘gallofas’) entre la gente. Recuerda especialmente la amabilidad y la predisposición a ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Para ilustrarlo nos contó una anécdota que parece inverosímil, sobre todo para nuestra mentalidad y forma de pensar actual. ¡Cuánto han cambiado las cosas!. Un día arribó al caserío de El Tablado con los peces capturados en la zona de la Fajana de Franceses. Se ofreció a compartir su “botín” con un matrimonio del lugar quienes, después de haber preparado el pescado para la cena, insistieron en que se quedase a dormir en su casa. Joaquín, que no tenía obligaciones de ningún tipo que atender, y ante la agradable compañía, aceptó el ofrecimiento de sus amables anfitriones. El “problema” surgió a la hora de irse a dormir, puesto que pretendían que Joaquín se acostase en la única cama que existía en la vivienda, mientras que sus legítimos propietarios pasarían la noche en el suelo. A pesar de la negativa inicial de Joaquín, y para evitar que los dueños de la casa se sintiesen ofendidos, no le quedó más remedio que acceder a sus deseos y dormir en el ‘catre’, mientras que los dueños de la casa se tendieron en el suelo sobre una trapera. ¡Y así, todos tan contentos!.

Pero un espíritu libre y errante como el de Joaquín no podía permanecer mucho tiempo en un mismo sitio. Allá por 1966 decidió, ¡imagínense ustedes!, que en Garafía ya había demasiada gente. Tomó la decisión de abandonar La Palma y trasladarse a otro paraíso perdido en el Océano Índico: las Islas Seychelles. Nunca más ha regresado a la antigua Benahoare, aunque se llevó un recuerdo que ha atesorado durante 50 años como uno de sus bienes más preciados: un precioso esferoide benahoarita. Finalmente, y después de recorrer otras partes del mundo, recaló en Frontera (El Hierro), donde tuvimos el placer de conocerle el 10 de abril de 2014.

Pero lo más alucinante de toda esta historia es cómo llegó a su poder esta pieza arqueológica y cómo, a pesar de la azarosa vida de Joaquín, ha sido capaz de conservarlo en su poder para que, finalmente, regrese a su lugar de procedencia. Aunque parezca increíble, el esferoide le fue entregado a Joaquín en agradecimiento por la entrega de un enorme mero recién capturado en las costas de Garafía. Su propietario, un tal Carlos, morador del pago de Llano del Negro, lo descubrió mientras cultivaba sus huertas. Este intercambio, no recuerda la fecha exacta, se llevó a cabo entre 1964 y 1966.

Esta pieza lítica se convirtió, desde el primer momento, en un tesoro y un talismán para Joaquín. Nada más verla se dio cuenta del poder que irradiaba y de que estaba destinada a acompañarlo y protegerlo durante muchísimo tiempo. Tal y como veremos más adelante, no estaba dispuesto a desprenderse de él bajo ningún concepto. Si analizamos fríamente, aunque con un poco de pasión, todos los acontecimientos que marcan esta historia, no es descabellado pensar que el esferoide y Joaquín estaban predestinados a encontrarse. Este objeto prehispánico fue a parar a manos de una persona de gran espiritualidad, sensibilidad y sabiduría que, estamos convencidos, serían muy parecidas a las que tuvo su propietario benahoarita.

La comunión entre el esferoide y Joaquín ha sido perfecta e indisoluble durante más de 50 años. Ambos sabían que se necesitaban el uno al otro hasta llegar a un final predeterminado de antemano. Sólo así se explican las circunstancias que expondremos seguidamente. Hace muchos años llevaron el esferoide a un museo arqueológico de Canarias para verificar su autenticidad. Y, a pesar de la insistencia para que lo donaran a ese centro museístico, Joaquín se negó a esas pretensiones aduciendo que el esferoide lo acompañaría hasta el fin de sus días. Por su parte, Nieves María, les dijo, muy palmera ella, que, en todo caso, el esferoide debía estar en su isla de origen. Sin duda, la fuerza mágica de este amuleto ejerció su influencia para seguir en poder de quienes le habían otorgado sus cuidados y protección hasta la fecha.

Aún así, el esferoide hubiese permanecido en el anonimato si no hubiese sido por una serie de acontecimientos tan rocambolescos como los vistos hasta ahora. Por todo ello, estamos absolutamente convencidos de que el esferoide ha trazado y recorrido su propio camino hasta llegar a su meta, que no era otra que descansar para siempre donde aún sigue flotando el espíritu de quienes le dieron forma y vida: la antigua Benahoare.

Los dioses (Abora y la luna), el destino o el demonio (Yruene-Haguanrán), o todos ellos al mismo tiempo, ¡vaya usted a saber!, se confabularon para que la historia tuviese un final feliz y de película. Lo cierto es que hace unos meses, durante una noche de fiesta en Frontera (El Hierro), Joaquín trabó amistad con un herreño con el que compartía su pasión por las culturas prehispánicas de Canarias. Seguramente, entre otras muchas cuestiones, hablarían de la piedra que se había traído de La Palma hacía muchísimo tiempo. Pero, lo realmente sorprendente es que esa otra persona, a su vez, conocía a Sixto Sánchez Perera (arqueólogo-etnógrafo orotavense afincado desde hace mucho tiempo en El Hierro y compañero de la Inspectora de Patrimonio Histórico del Cabildo Insular de El Hierro: Maite Ruíz González, con los cuales hemos compartido numerosas sesiones de trabajo, congresos, caminatas y hasta excavaciones). Sixto le entendió a su amigo que Joaquín había descubierto unos grabados rupestres nuevos en la zona de El Golfo, lo cual no era cierto. Este error que, en principio, supuso una gran desilusión para Sixto, significó el inicio del hilo conductor que nos ha permitido rescatar esta pieza arqueológica única. Joaquín y Nieves María le muestran un objeto de piedra, de una rara belleza, que aseguraban procedía de La Palma.

Inmediatamente, Sixto y Maite se ponen en contacto con nosotros para contarnos la alucinante historia de un alemán, que vive en El Hierro, y que tiene en su poder una pieza arqueológica benahoarita. Nuestra primera reacción fue de incredulidad puesto que, en más de una ocasión, supuestos restos arqueológicos “de un valor incalculable se quedaban en nada o poseían un interés poco relevante. Pero cuando nos envían las fotos nos quedamos de piedra, ¡nunca mejor dicho!, y apenas si dábamos crédito a lo que veíamos. Y, a pesar de todo, hemos de dejar constancia de que el original aún es mucho más bello de lo que permitían adivinar las fotografías. Además, sus dueños, en un gesto que les enaltece, estaban dispuestos a donarlo al Museo Arqueológico Benahoarita. Rápidamente, desde la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico del Cabildo Insular de La Palma pusimos en marcha una ”operación rescate“ que ha culminado con éxito.

Puede que a muchas personas toda esta historia les parezca una tontería aunque, estoy convencido, que otros coincidirán con nosotros en que todas estas vicisitudes no pueden ser fruto de la casualidad. Nos gusta pensar. ¡y los palmeros somos muy dados a las ensoñaciones!, que el poder mágico y el aura que irradian del esferoide han trazado, desde el principio, un camino vital que le ha llevado a recorrer el mundo, proteger y dar fuerza a sus dueños, y que, una vez cumplida su misión, ha decidido que es tiempo de regresar a sus orígenes, a su casa.

Todos los palmeros debemos estar agradecidos a Joaquín y Nieves María su extraordinario gesto de preservar esta pieza arqueológica hasta nuestros días y donarla a la isla en la que hace algo más de 500 años, como mínimo, tuvo un valor mágico-religioso para su poseedor. Pero es que, además, el esferoide podría desempeñar un último “milagro”. Anteriormente he comentado que Joaquín nunca más ha regresado a La Palma. Nuestra intención era que fuese el propio Joaquín quien los devolviese a Benahoare. Pero a Joaquín ya no le gusta viajar, ¡nadie lo diría después de contarles este relato!. Tiene 83 años pero, les aseguro, que si les dice que tiene 60 tampoco lo dudarían. (¡No descartamos, en absoluto, que el esferoide haya tenido algo que ver en la magnífica estampa que aún conserva!). Estuvimos con ellos apenas dos horas realmente apasionantes. En tan corto espacio de tiempo hablamos de las peripecias de su vida, de sus creencias, de sus pasiones, de sus ilusiones, etc. Sinceramente, creo que conectamos inmediatamente y, en el fondo, Joaquín se debe sentir muy satisfecho ante la certeza de que ha cumplido una de las misiones de su dilatada e intensa vida. A la hora de la despedida les volví a insistir en que nos gustaría agradecerles en La Palma su notable gesto. Cuando creímos que recibiríamos una amable negativa, renació la esperanza de que los tengamos entre nosotros, puesto que Joaquín me sorprendió con un lacónico: “Haré lo que Nieves María diga”. (Ella sólo ha regresado a su isla en una ocasión y hace muchísimo tiempo). Sería muy bonito poder cerrar el círculo, coincidiendo nuevamente los tres, donde todo tuvo su origen.

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