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Cuando el ocio adaptado permite la integración de personas con diversidad funcional

Algunos de los participantes en la jornada de bautizo de buceo adaptado. / Olmo Calvo

Patricia Rafael

Carmen Nogués, de 42 años, escucha atenta las explicaciones del instructor. De pie, con el bañador puesto, está a punto de experimentar por primera vez qué se siente buceando bajo el agua. Delante de ella está sentado su amigo Juan Carlos García, de 46 años, que es quien la ha “liado” para que un sábado a las cuatro y media de una tarde invernal estén en una piscina de Alcorcón. “Si él va, yo voy detrás”, dice la mujer, con la convicción de que si su amigo puede hacer una inmersión, ella también. Junto a ellos, otras 11 personas prestan atención a todo lo que necesitan saber para hacer con seguridad su “bautizo de buceo”, como se conoce a la primera vez que alguien prueba a respirar y desplazarse bajo el agua.

Pero este no es un bautizo como la mayoría que se realizan en piscinas y centros de buceos, sino que es adaptado, es decir, que se adapta a las necesidades que requieren cada una de las personas que participan. Seis de ellas son sordas. Su adaptación consiste en que fuera del agua es necesario que un intérprete de lengua de signos traduzca todo lo que los instructores explican. “Bajo el agua, ellos tienen mayor capacidad comunicativa que el resto porque nosotros no podemos hablar, ellos sí”, explica Tomás Herrero, presidente del Club Universitario de Buceo Oceánides.

Fundado en 2003 en la Universidad madrileña Rey Juan Carlos, el club es el único en la Comunidad de Madrid -región con mayor número de licencias de buceo del país-, y en el resto de España, que plantea esta actividad como un punto de encuentro entre personas con diferentes formas de acceder al medio acuático. “Bajo el agua todos necesitamos una adaptación porque no es nuestro medio natural”, explica. De ahí que desde hace años, todos sus instructores se hayan ido formando y capacitando para poder bucear con personas con algún tipo de diversidad funcional y demostrar que esta actividad también puede ser una realidad para ellas.

Mismos derechos

“Creemos en una sociedad igualitaria y que todos tenemos los mismos derechos pero esto a veces choca con el desconocimiento”, afirma, y explica cómo cuando llegan por primera vez a un centro de buceo con su compañera Elena Prous, algunos ponen el no por delante al verla llegar en su silla de ruedas. La mujer es tetrapléjica y su cuerpo está paralizado desde el bíceps hacia abajo pero con Oceánides ha buceado en aguas cálidas, frías y hasta en hielo. “Cuando ven que nosotros nos movemos con ella todo el rato empiezan a abrirse”, cuenta Herrero.

El instructor prosigue la explicación sobre los aspectos básicos que hay que saber para empezar a bucear. “La botella, que no bombona”, aclara a los participantes, “contiene el mismo aire que estamos respirando ahora”. Muestra el chaleco donde va enganchada, que también servirá para mantener la flotabilidad. “Una vez bajo el agua los buceadores tenemos nuestro propio idioma”, explica.

El signo para indicar que todo va bien es un círculo formado con los dedos pulgar e índice y el resto de falanges levantadas hacia arriba. La mano extendida moviéndose de derecha a izquierda quiere decir que algo no va bien y el pulgar hacia arriba expresa que el buceador necesita subir a la superficie. Si notan presión en los oídos al sumergirse es imprescindible compensar, es decir, igualar la presión de su cuerpo con la de fuera. Para ello basta apretarse la nariz y soplar.

Juan Carlos es tetrapléjico. Desde que hace 20 año tuviera un accidente de tráfico solo puede mover sus brazos hacia los lados. Como Elena, necesita una lengua adaptada a la movilidad de su cuerpo para poder comunicarse bajo el agua con sus compañeros de buceo. David Martín, otros de los instructores, le explica al hombre qué hacer: “Yo iré delante tuyo y si te hago el signo de ok asientes o niegas con la cabeza para decirme que va todo bien”. Para que puedan compensar por él, basta con que se acerque su mano a la nariz y su compañero ya sabrá que se la tiene que apretar. “Entendido”, responde Juan Carlos.

Su padre Paco y su hermando Raúl le acompañan en el bautizo para llevarle hasta el borde de la piscina. Una vez con el equipo, ya en el agua, Juan Carlos primero sumerge la cabeza. Todo en orden. Aunque, como a toda persona que prueba a bucear por primera vez, al principio le cuesta acostumbrarse a respirar solo por la boca. Una vez aclimatado, llega la inmersión completa. Una de las instructoras le sujeta por la grifería -donde están las válvulas de la botella- para desplazarle. Otro instructor va delante frente a él para que los dos puedan comunicarse en caso de necesidad.

Carmen espera de pie fuera de la piscina a que le toque su turno. “Hay tan pocas actividades adaptadas a nosotros que en cuanto sale algo nos lanzamos a por ello”, explica. Ella nació con agenesia del fémur derecho, es decir, carece de ese hueso, lo que le obliga a llevar una prótesis rígida en su pierna para poder caminar. También tiene esclerosis múltiple. “Muchas veces es una cuestión de incomprensión y desconocimiento”, cuenta.

Pone como ejemplo una vez que salió de senderismo con un grupo de montaña que le aseguró que podía ir con ellos sin problema. “Empezó a llover y el camino estaba en cuesta, con la prótesis me resbalaba, ellos se empeñaron en seguir, pero yo no podía y me tuve que volver”, recuerda. Dice que no se trata de “ser superwoman, sino de que la gente entienda de que nosotros podemos hacer muchas cosas, yo me he pateado ciudades por todo el mundo, pero para que nosotros podamos hacer una actividad es necesario que se adapten a nosotros y no al revés”.

Las caras de felicidad de quienes van saliendo del agua lo dicen todo. “Es una sensación de libertad increíble”, afirma Paco del Pino, quien desde los 16 años, cuando tras una operación que salió mal le amputaron su pierna izquierda, camina con muletas. Como Carmen, cree que el que personas con movilidad reducida no puedan realizar ciertas actividades tiene más que ver con el desconocimiento de quienes les rodean. “Cuando le dije a mi médico de cabecera que iba a bucear, me dijo que no podía”, cuenta. Ahora, tras el bautizo, tiene claro que hará el curso completo para poder hacer una inmersión en el mar.

“Los bautizos de buceo en piscina son una manera de que la gente pruebe la actividad en un entorno seguro y desde ahí poder ya formarse para hacerlo en el mar”, explica el presidente de Oceánides. Esta jornada adaptada han logrado ponerla en marcha gracias a que el club logró una subvención de La Caixa, a que les cedieron el espacio de dos calle en la piscina La Canaleta de Alcorcón y a que el intérprete de lengua de signos trabajó de manera gratuita a cambio de poder hacer él un bautizo. “Al final, el buceo es una cuestión de adaptación y flexibilidad, hay personas que necesitan hacerlo junto a dos personas, a otras les basta una, solo es necesario encontrar a los compañeros adecuados”, concluye Tomás.

Cuando Carmen sale del agua, Juan Carlos la espera junto al bordillo. Ella vuelve a colocarse su prótesis y su amigo ya le propone lo siguiente. “Y ahora al mar, ¿no?”.

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