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Menchu Gutiérrez: “El drama de nuestra época es que ya no sabemos vivir en el presente”

Menchu Gutiérrez.

José Miguel Vilar-Bou

En su nuevo libro, “Siete pasos más tarde” (Siruela), la escritora Menchu Gutiérrez explora el cómputo del tiempo o, en sus palabras, “cómo dice el tiempo la poesía”. Para ello, además de con la suya propia, ha contado con las voces de poetas de todas las épocas y culturas cuyos versos recoge en el afán de explorar los misterios del tiempo desde lo literario. El volumen se compone de breves textos que oscilan libremente entre el ensayo y la poesía, huyendo de toda definición.

En “Siete pasos más tarde” te adentras en el misterio del tiempo, pero no desde la ciencia sino desde la poesía.

La ciencia, cuando pierde pie en lo tangible, lo mensurable, siempre acude al lenguaje poético. Por ejemplo, una expresión como horizonte de sucesos, ¿qué es sino una metáfora? La ciencia y la poesía se llevan muy bien. La expresión poética ayuda a la ciencia.

Se tiende a pensar en ciencia y poesía como cosas contrapuestas.

Y en alguna medida lo son, pero hay nexos comunes. Existen cuestiones de gran complejidad que la ciencia no puede explicar con la palabra informativa y entonces acude al lenguaje poético. Lucrecio, por ejemplo, fue un gran científico de su tiempo, pero también un poeta.

Tu libro recoge voces de poetas de todas las épocas y civilizaciones. El proceso de reunir todas estas referencias debe de haber sido muy laborioso.

No exactamente, porque son el resultado de muchos años de lecturas, lecturas que han sido importantes para mí. No he pretendido hacer un libro de ensayo, de erudición, sobre el tiempo. No ha sido un trabajo frío de búsqueda de citas. Ellas son el hilo que va creando la emoción esencial que buscaba.

¿Qué te movió a escribir sobre las medidas del tiempo?

Experiencias personales, una en especial: En la casa de mi infancia había una habitación acristalada, una especie de invernadero, aunque no era un invernadero, que estaba cerrada siempre durante los meses fríos del año. Sólo se abría en verano. De niña solía asomarme a esa habitación, y pensaba que allí dentro estaba detenido el tiempo, que el verano se había quedado encerrado en ese lugar. Sentía que el tiempo de esa habitación transcurría de manera distinta al del resto de la casa. Son emociones que en el libro se combinan con las de otros que han escrito sobre ese mismo sentimiento a lo largo de la historia.

De hecho, arrancas con una poderosa metáfora de Paul Celan: “siete rosas más tarde”.

Esos versos son otra de las cosas que ponen en marcha el libro: ¿Qué medida del tiempo es “siete rosas más tarde”? No la del tiempo oficial, la de la jerarquía de los relojes.

Otra imagen que rescatas es la del poeta sufí Rumi, quien sintió en el golpeteo del herrero el latido del universo. Elementos como ese o las campanas están muy presentes en tu libro.

Las campanas, el tambor y otros instrumentos musicales conectan con el corazón, que es nuestro primer reloj, el primer sonido que escuchamos ya en el vientre de nuestra madre. Hoy en día apenas escuchamos campanas en las ciudades. Murcia es, en ese sentido, una maravillosa excepción. Mi hotel estaba muy cerca de la catedral y me producía una emoción extraordinaria oír las campanadas en las iglesias, algo que, creo, remite al pulso del corazón.

El tiempo es una ilusión: otra de las ideas que recorren en “Siete pasos más tarde”.

La ciencia dice que el tiempo no existe. Nosotros no podemos estar conformes con eso porque somos seres de tiempo. Sin embargo, no podemos confundir la experiencia del tiempo con el tiempo mismo: Hay esa idea de que el tiempo pasa, pero que permanece, y a ese pasar nosotros lo llamamos tiempo. Una de las grandes metáforas que recojo en el libro es de Pessoa, sobre este hechizo, estas convenciones a las que llamamos horas: Él hablaba de “la sucesión nunca igual de las horas iguales”… Las horas nunca son iguales, a pesar de que el reloj nos diga que una hora tiene sesenta minutos. Hay personas que necesitan esta seguridad, esta rutina. Otras en cambio huyen del tic-tac del reloj. Se sienten atrapadas en él.

La lectura de “Siete pasos más tarde” invita al recogimiento y la calma. Hoy en día llevamos vidas aceleradísimas, llenas de estímulos, de mensajes en aparatos electrónicos que nos reclaman. Estos hábitos ¿nos impiden vivir el tiempo de manera natural, relacionarnos con él?

Desde luego. Las tecnologías, que por supuesto tienen aspectos positivos y nos ayudan en tantos sentidos, también nos han convertido en víctimas. Ahora mismo hay una saturacion informativa tremenda, un bombardeo permanente. Y todo acompañado de un ritmo frenético que muchos nos preguntamos si tiene un límite, porque parece como si la olla fuera a estallar. Estamos muy cerca de una alienación casi absoluta. Ante esto, hay que hacer un esfuerzo por recuperar la belleza de la palabra “residencia”: Residir en el espacio, pero también en el tiempo.

Nacida en Madrid, vives ahora en un pueblo en Cantabria.

Hace muchos años que dejé Madrid, aunque yo allí vivía en un lugar privilegiado: En Ciudad Lineal, a las afueras, donde todavía el tiempo transcurría lentamente, lo que te permitía residir en el tiempo, como te decía. También viví durante más de veinte años en un faro en el País Vasco, lo que me permitió poner un poco de freno a esa aceleración. Pero es imposible escapar de ella, porque forma parte de la vida contemporánea, vivas en un faro o en un desierto. Deberíamos llevar una mayor conciencia hacia nuestra forma de vivir, y cuestionar un ritmo que nos perjudica porque no nos permite vivir en el presente. El drama de esta época que nos está tocando vivir es que no vivimos en el presente.

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