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Ramón Gaya, el hijo del Prado

Ramón Gaya por Alicia López Rius, estudiante de Ilustración de la Escuela de Arte de Murcia

Rafa López

"Pintar es sentimiento, siempre; sin el sentimiento no podemos hacer nada. Creo en la pintura afirma mientras intenta controlar una jornada singular"

Ramón Gaya

Veinte años se cumplen desde que el Ministerio de Educación y Cultura reconociera la virtud y labor de Ramón Gaya (Huerto del Conde, Murcia, 1910) con el Premio Nacional de Artes Plásticas y convertirlo en el primer murciano en recibir este mérito.

Ramón Gaya es probablemente el artista plástico más importante que ha dado la Región de Murcia durante el siglo XX. La crítica y la opinión pública lo han calificado como un pintor “fuera de su tiempo”, y aunque él mismo ha reconocido cierto desapego por las vanguardias en los inicios del pasado siglo, la obra de Cezanne, Van Gogh o Modigliani y el cubismo de Picasso supusieron una importante influencia en sus inicios. Eso sí, Gaya siempre destacó que lo que a él realmente le gustaba era 'Las Meninas', como bien supo demostrar más adelante reinterpretando la obra de Velázquez y mostrando su admiración por el pintor sevillano.

La pasión por la pintura de Gaya vino desde bien joven, sobre todo de la mano de Pedro Flores y Luis Garay, dos reputados pintores amigos de la familia. Esta motivación le llevó a abandonar la escuela bien pronto y a dedicarse exclusivamente a la pintura y su otra pasión, la poesía.

Gaya posee el honor de ser al mismo tiempo un gran pintor y un gran poeta, y existe una ancha relación entre la sensibilidad de su obra poética y la plasticidad de su obra pictórica. Así, Ramón Gaya compuso una gran cantidad de versos que quizás estuvieron a la sombra de su obra pictórica. Andrés Trapiello, escritor y autor de la Antología (2004) de Ramón Gaya, explica lo siguiente:

"Estamos, pues, ante un escritor originalísimo, uno de los más originales que ha dado el siglo XX español, igual entre los mejores, no inferior a ninguno de ellos, y que nos ha dejado unas cuantas iluminaciones de tan problemática catalogación como de facilísimo trato. Se diría que son en eso, como ya lo advertíamos, verdaderas criaturas vivas, con su estatura, sus brazos, sus manos grandes o pequeñas, su mirar melancólico o enérgico y su rostro propio, criaturas al fin con las que podemos hablar sencilla y seriamente, con claridad tan misteriosa como milagrosa, ya que buscan, ante todo, más que convencer, hacerse entender".

Ramón Gaya no fue muy prolífico escribiendo poemas. y en su larga vida apenas concluyó 35, pero Trapiello acude a la figura de Ramón Gaya para reconocer poesía en él: “La poesía no está solamente encerrada en los 35 poemas que escribió, que son los que yo conozco de él”. El propio Gaya, su soledad ante el cuadro, ante la pintura es la poesía que explica Trapiello.

La nostalgia que le hizo pintor de pintores

La visita que Gaya hizo a París con 17 años fue una “revelación” que le hizo dar un giro a su trayectoria y sentimiento pictórico. Admirador del fauvismo y el cubismo, descubrió en París una “pared falsa” que existía entre las vanguardias y lo que él consideraba sentimiento, pintura. En el documental Ramón Gaya. La pintura como destino (Gonzalo Ballester, 2015) el propio pintor destaca la decepción que sufrió tras su visionado de la vanguradia: “Se pinta como negocio, con la necesidad de inventar, de crear, de hacer algo diferente, por encima de emocionar y de hacer sentir. Yo no necesito nada más de una pintura que me transmita algo”.

Así, Ramón Gaya se convirtió en el pintor de otro tiempo que todo el mundo conoció. Amante de los clásicos; de Velázquez, de Rembrandt, de Rubens, plasmó su cisma con la vanguardia durante su estancia en la costa de Altea, donde él mismo considera que sintión un gran cambio en su pintura y personalidad. Su pintura se vuelve más real, más plausible. En estas palabras tras su vuelta a Murcia en 1928 se plasma tal cambio:

“Entonces llego a Murcia con esa impresión que me produjo ver de nuevo Las Meninas, y dando un repaso a la gran pintura, que en ese viaje representa para mí una cosa completamente distinta. Es decir, hacía sólo unos meses que había visitado El Prado, y cuando vuelvo lo veo de otra manera. A la vuelta de París ya no son para mí cuadros clásicos sino presentes, eso es lo que cambia. Todo eso no estaba claro para mí entonces, todavía..., lo puedo formular ahora."

El exilio y la madurez del artista

Durante la II República Gaya se encuentra en Madrid, donde se produce una importante efervescencia intelectual de literatura y poesía, y colabora en las Misiones Pedagógicas para llevar la cultura al pueblo rural. Cuando se declara la Guerra, Gaya se une a la Alianza de Intelectuales Antifascistas y colabora en su revista, El Mono Azul. Los bombardeos sobre Madrid provocan la pérdida de la mayoría de su obra realizada hasta el momento.

Tras la victoria franquista llegó el exilio y sobre todo la muerte de su mujer, que le llevaría a escribir Seis sonetos de un diario. México nace la primera parte de la gran obra de Ramón Gaya, de sus reproducciones de Velázquez, Tiziano, Murillo y Rembrandt, aunque nunca dejó de lado el cubismo de Picasso. Gaya sintió en esos años la necesidad de homenajear a los grandes clásicos.

En los años 50 vuelve a Europa. Se instala en París durante cuatro años y posteriormente, en 1956 llega a Roma, algo que deseaba desde hacía mucho tiempo. Junto a la filósofa María Zambrano, con quien había entablado una gran amistad, Gaya siente necesidad de crear y plasmar rasgos de la literatura y la mitología, cual renacentista, junto a las orillas del río Tíber. Venecia también le inspira una buena parte de su trabajo durante esta época, el cuál se puede ver con mayor detalle en el Museo Ramón Gaya de la ciudad de Murcia.

Plenitud artística

Barcelona y Valencia, a partir del año 1971 vienen a ser ciudades que albergan una importante cantidad de trabajos de un Ramón Gaya maduro y definido. En la tesis del doctor por la Universidad de Murcia José Luis Valcárcel Pérez sobre Ramón Gaya, el autor lo define así durante esta etapa:

"No pinta con la estruendosa locura colorista de Van Gogh, ni con el estridente egocéntrico dibujo del cubismo que nace y muere con Picasso, ni se deja llevar por el mentiroso y sin sentido revoltijo cromático de cierta abstracción. ¡Qué diferente es la pintura de Ramón Gaya de la que circulaba por los caminos del arte en aquel, por tantas cosas, malhadado siglo XX!"

En 1978, ante la galería Multitud de Madrid, se presenta al gran Ramón Gaya, al pintor de pintores y al amante de la pintura en soledad. Ramón Gaya se dio a conocer al gran público español y se produjo un éxtasis de admiración por la pintura del murciano. La figura de Gaya es reconocida en todo el territorio nacional e internacional, y numerosos homenajes a su pintura y su obra poética se extienden por los círculos intelectuales de España e Italia.

Ramón Gaya fallecía en 2005 a los 95 años aunque su muerte sorprendió a todos porque no atisbaba problemas de salud. Años antes, Premio Nacional de Artes Plásticas en 1997 y doctor honoris causa por la Universidad de Murcia.

En una entrevista con Andrés Trapiello en 1988, Ramón Gaya definía su obra y vida con las siguientes palabras:

Mi vida ha sido principalmente trabajo. El trabajo de una vocación, claro, no de un simple trabajo penoso y difícil, sino de una vocación irremediable, y que yo he sentido siempre, no como algo que hacía sino como algo que era, nada más. Pero ese trabajo de tantos años, en realidad lo he visto siempre como preparación, preparación para algo que no sé si estoy ya en ello. Lo que pinto ahora me sigue pareciendo preparación para otro día, para el día siguiente, y lo del día siguiente para el otro día que viene. Es decir, me parece que esto no tiene término. Para el creador no hay término conocido ni lo habrá nunca. Se trata de terminar esta vida y esta vocación en algo vivo, es decir, en algo completamente original, naciente. Es decir, en vez de llegar a una maestría, donde hay que llegar es a un principio.

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