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Javier Moreno: “Nuestros lectores están viendo Netflix”

Javier Moreno

José Miguel Vilar-Bou

El escritor Javier Moreno (Murcia, 1972) regresa con “Un paseo por la desgracia ajena” (Salto de Página), una colección de cuentos llenos de humor negro que exploran, desde la caricatura a veces, “el peligro subyacente en los modos de existencia contemporáneos”. Moreno, afincado en Madrid, es también autor de poesía y de novelas como “Click” (Candaya, 2008), “Alma” (Lengua de trapo, 2011) o “Acontecimiento” (Salto de Página, 2015).

¿De dónde surge esta necesidad de darse “Un paseo por la desgracia ajena”?

Los relatos nacen sin una intención previa. Empecé a escribirlos y al tercero o cuarto me di cuenta de que compartían algo en común, que es esa desgracia que vapulea a los protagonistas, así que decidí seguir por esa línea, aunque no creo a ultranza en la unidad de los libros de relatos.

También comparten el humor negro.

Es un componente importante del libro. De hecho el título puede llevar a engaño. Uno al verlo puede pensar que son relatos tristes. Yo creo que no, que producen esa catarsis de cuando te cuentan algo desgraciado que le ha pasado a alguien y piensas: “Bueno, lo siento mucho, pero menos mal que no me ha pasado a mí”. Todos podríamos ser victima de alguna de las cosas que les suceden a los protagonistas del libro.

En él se percibe un cierto escepticismo hacia el modo de vida actual, la tecnología…

Lo que yo hago es más bien un giro de tuerca. Cuento lo que podría pasar, o posibilidades que están implícitas en los modos de existencia contemporáneos, el peligro subyacente. No es una denuncia explícita. Me complazco con las nuevas tecnologías, pero también soy crítico con ellas. Veo por ejemplo el riesgo de un exceso de confianza en las redes sociales. De que nuestra intimidad quede en manos de ellas. A partir de ahí, exploro las posibilidades sórdidas.

Como en “Selfie-vamps”, donde llevas al extremo la obsesión por exhibir la intimidad, con la historia de dos artistas que se hacen selfies ante suicidas en plena acción.

Me interesa ese punto de la ficción en que el lector dice: “No estamos tan lejos de esto, podría pasar”. La ficción tiene ese papel no tanto de suplantar la realidad, sino de anticiparse a ella, muchas veces como una especie de simulador. Los relatos de “Un paseo por la desgracia ajena” funcionan un poco como simuladores: “Vale, voy a jugar a esto, pero no me gustaría que pasara de verdad”.

En “El discurso del método” te pones en la piel de una estatua viviente filósofa. ¿Cómo surgió este relato?

Paseando por el centro de Madrid, donde vivo. Uno pasa a menudo por delante de las estatuas humanas que cada vez proliferan más por Sol. Tiendes a mirarlas, disfrutar con ellas o, en mi caso, darle una vuelta con la mirada del escritor, que es la que torna la realidad en ficción: Hacer las cosas más interesantes que la propia realidad. Hay allí una estatua que es un tipo que se cubre de pintura dorada y se sienta en una mesa de despacho. Yo fantaseé con que representa a Descartes y que, como no tiene nada que hacer más que estar ahí quieto, aprovecha su tiempo pensando. Y cada vez que le echan una moneda escribe una frase de su “Discurso del Método”.

En “En busca del fuego” te metes de lleno en la realidad con un episodio humorístico en pleno 15-M.

Ahí la ficción se incardina en la realidad, sí. El cuento parte de una anécdota más o menos real que me contó un amigo y que me pareció muy literaria. Tenemos a un personaje que ha tomado alguna sustancia psicotrópica y va por ahí pidiendo fuego por Sol justo cuando la gente va proclamando sus reivindicaciones políticas.

Además de novela, escribes cuento y poesía, los géneros más sufridos editorialmente hablando.

El relato todavía, porque poco a poco va teniendo más aceptación y lectores en nuestro país. Pero en la poesía hay muchos más poetas que lectores. Por eso al final uno escribe lo que tiene que escribir, lo que le sale del cuerpo. No examino la literatura desde un punto de vista pragmático, ni estoy pendiente de hacer algo que venda, a ver si gano mucho dinero. Escribo por placer, con una exigencia personal que espero transmitir al lector. Lo demás me importa poco.

¿Existe una crisis de lectores?

Vivimos en un mundo furibundamente audiovisual. Muchas veces, cuando hablamos entre escritores, nos preguntamos dónde están nuestros lectores, sobre todo los que tenemos entre treinta y cuarenta años, y la conclusión siempre es la misma: Están viendo Netflix. Lo mismo que hay mucha gente joven que se ha formado muchísimo, tiene dos masters, pero se han tenido que ir al extranjero, somos muchos los escritores que hemos leído y escrito mucho, trabajado muy duramente para aprender el oficio y de repente nos damos cuenta de que no tenemos lectores. Los de Javier Marías o Juan Marsé, están ahí y no les abandonan, pero ellos pertenecen a otra generación. ¿Dónde están nuestros lectores, los de nuestra edad? El audiovisual nos los ha secuestrado.

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