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Introducción a la psicología de los grupos de 'zombies'

José Daniel Espejo

Murcia —

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No soy un experto en el asunto, pero algo sí sé, sobre psicología social. Se lo debo a mi profesora de ídem, cuando hice 2º de Trabajo Social. ¡Muchas gracias, Carmen Ramírez de la Fe! ¡Me has enseñado cosas!

Todo grupo humano, sea una pandilla, los habitantes de un pueblo o una religión monoteísta, reflexiona sobre sí mismo y genera un discurso compartido. Este discurso, que varía entre el simple “¡qué majas somos, las alumnas del módulo de contabilidad!” y un texto sagrado, pasando por un contrato laboral o una cultura nacional, con todo el espectro intermedio, contiene el ADN del grupo, su identidad. Desde un punto de vista, digamos, estructuralista, también -y sobre todo- lo que lo diferencia de los demás.

Sin un discurso identitario compartido, el grupo, simplemente, se deshace. Cualesquiera que sean sus actividades y cualesquiera sus ámbitos de actuación, la colaboración se interrumpe y la membresía se reagrupa en otros colectivos. Es por eso que la identidad y la cohesión son dimensiones diferentes, pero muy interrelacionadas, de los grupos humanos.

Ante cualquier factor que ponga en peligro la cohesión del grupo, por tanto, el colectivo reacciona reafirmando su identidad. Pensemos en el auge del nacionalismo durante los conflictos bélicos, por ejemplo, o en esa teoría lingüística que afirma que los dialectos externos de una lengua son más fieles a ella que los que se forman en el centro (lo que explica que, de entre las lenguas románicas, el rumano se parezca más al latín que el francés, por ejemplo). Pero no son solo las agresiones externas lo que puede poner en riesgo a los grupos: cualquier acontecimiento traumático, como el nacimiento de los mismos, o un cambio drástico de contexto, o la amenaza de implosión disparan el resorte identitario, el retrazado de la silueta que separa el “nosotros” del “ellos”.

Lo cual me acerca (ya era hora, estaréis pensando, supongo) a lo que quería decir yo al sentarme a escribir estas líneas: a diferencia de la situación en, digamos, Grecia, los grupos políticos de la izquierda (o, si queréis, “de la ruptura”, me da igual) española han encarado la gran crisis económica (su “ventana de oportunidad” histórica irrepetible) en la peor situación posible, bajo diferentes situaciones de estrés y muy lastrados por resortes identitarios autoinmunes que les han impedido -hasta ahora- reaccionar con sensatez y fluidez a las demandas de la sociedad.

Para no llamar a nadie a engaño, adelanto desde ya que pertenezco desde hace un buen montón de años a Izquierda Unida, y que dentro de la IU me ubico en ese sector mayoritario que apuesta sin ambigüedades por la confluencia y la unidad popular. Por abundar en el 'disclaimer', también añadiré que soy candidato de Cambiemos Murcia y que participo en unos cuantos de sus grupos de trabajo, en particular el de comunicación. No voy a tratar de ocultar que mi posicionamiento en este asunto está muy relacionado con mi óptica política y con teorías como, digamos, la del partido orgánico gramsciano que propugna Manolo Monereo. Pero, ey, si tiene sentido tiene sentido, lo diga Agamenón o su porquero, ¿no?

Lo que digo es que niego la mayor: los diferentes partidos que componen la izquierda del país no están abocados necesariamente a competir entre sí en un escenario de suma cero en que uno prevalece y otro se enroca o desaparece. Ni por asomo. Lo artificial, lo protésico es pensarlo así, como si la sociedad fuese una calle y la izquierda tres panaderías enfrentadas por un negocio raquítico. No, no. La izquierda es el pan. Y la sociedad tiene un hambre que te cagas.

Los movimientos en el lado izquierdo de la política española estos últimos años han supuesto, como decía, un disparador de ese mecanismo identitario de los grupos que, con la promesa de la autodefensa, los inmoviliza. La constitución de Podemos, con todas sus lógicas tensiones internas, supone de por sí un factor estresante hacia el mismo Podemos que favorece un posicionamiento identitario “nosotros contra ellos”, pero es sobre todo IU la que soporta el mayor número de elementos amenazantes: la aparición de la formación violeta, por supuesto (y con ella la pérdida súbita de un número escalofriante de apoyos), la perspectiva probable de quedar relegada a un papel marginal y la repentina hegemonía de un discurso sobre vieja y nueva política -que la caricaturiza como una reliquia obsoleta- han disparado también un movimiento de repliegue en las siglas visible en muchos sitios, si bien en ninguno de forma tan bochornosa y suicida como en Madrid.

Se ha hablado mucho sobre dirigentes agitando la bandera identitaria con el objetivo de conservar el sillón. Por recapitular, me inclino sin embargo a esta otra teoría, basada en la psicología de grupos: el sectarismo proviene de lo traumático colectivo, sea un proceso de constitución, sea una amenaza externa. Y aquí ya entramos en el terreno de lo patológico, dentro de la psicología de grupos. Mis siglas, mi familia y los míos primero, siempre, 'über alles'. Vosotros después, nunca, nada. Digáis lo que digáis. Propongáis lo que propongáis. En contra. Fuera. No. Da igual.

Es el terreno de lo que Freud llamaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”, como le gusta recordar a Patricio Hernández: para justificar una desconfianza de raíz que no es fácil apoyar en términos racionales, los sectarios exacerban los matices de la diferencia que les separa de grupos muy próximos en casi todo, y la llevan al centro de su discurso identitario. “Con vosotros, ni a la esquina”, empiezan sentenciando. “A vosotros, ni agua”, concluyen.

Repito: esas actitudes, recogidas en movimientos como “Somos IU” o la famosa “Hipótesis Podemos”, no son naturales ni razonables. Lo razonable es lo otro. Y no lo digo solo yo. Lo dice Ada Colau. Lo dice Alexis Tsipras. La izquierda no es el tablero de Scrabble en que ganar una partida lamentable de siglas y opas hostiles a tus compañeros naturales. La izquierda es la esperanza común de mucha gente honesta que paga la crisis en sus huesos y a la que, sinceramente, le valen madre las siglas que le presentemos, siempre que detrás haya un proyecto transformador y viable, transparente e inclusivo, dirigido por gente generosa y valiente y sostenido por unas bases sólidas y autónomas, con un lenguaje y unos objetivos claros y con unos adversarios definidos, siempre enfrente.

¿Os imagináis a Varoufakis tirándole 'puyicas' día y noche por Facebook a los partidarios del partido ecosocialista griego (también integrado en SYRIZA)? No, ¿verdad? No hay más preguntas, señoría.

Porque ésa es la madre del cordero: el sectarismo se retroalimenta. Como un virus autoinmune, o, mejor, como la mordida de un 'zombie' que te ha salido por Facebook a echar pestes sobre tus siglas y ya tu vista se ha nublado, tus andares se han hecho pesados y llevas cuatro horas disparando caca por los muros de tus supuestos “contrincantes”, o al menos los de aquéllos que aún no te han bloqueado como te mereces.

No es normal hacer eso contra gente con la que compartes el 99,99% del programa político. No me cuentes rollos, maldito 'zombie'. Me da igual si tienes o no razón en tu argumento original. ¿Lo estás utilizando como un arma contra tu compañero de siempre? No hay más preguntas, señoría.

Tengo la esperanza de que este domingo las urnas envíen un mensaje claro de apoyo a la unidad popular y la sensatez contra el sectarismo y, bueno, contra los 'zombies' y 'trolls' del hemisferio izquierdo. Quiero volver a ver gatitos en Facebook, sonrisas en las asambleas, propuestas ganadoras en nuestros espacios de siempre, gente de vuelta, hermandad. Y me da en el corazón que la gente bonica de Murcia va a votar más que nunca, el domingo, y que, con su voto, va a decir esto igual.

José Daniel Espejo es escritor, poeta, activista y número 13 de la lista de Cambiemos Murcia

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