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Dejar hacer, dejar pasar

Elisa Reche

Murcia —

El lema del liberalismo económico acuñado por Francois Quesnay en el siglo XVIII laisser-faire, laisser-passer (Dejar hacer, dejar pasar) que propugnaba que la riqueza se distribuía sola entre los ciudadanos sin mediar ningún tipo de intervencionismo estatal, se ha inoculado en la política española de 2016.

La abstención del PSOE después de que el `susanato´ sacara la artillería pesada contra Sánchez ha diluido el `No es no´ en `Pues va a ser que sí´. Rajoy no se ha movido de la silla y se ha dedicado a observar cómo unos y otros perdían la compostura e iban sacando las navajas –nada nuevo en la izquierda, en cualquier caso-.

En la mayor crisis política a la que se ha enfrentado la democracia española en 40 años ningún partido ha estado a la altura de las circunstancias.

Ni el Partido Popular, con unos casos de corrupción que ahora nos dan risa los 400 millones de pesetas que robara Roldán de los fondos reservados; el PSOE, quien se ha enfrentado a la dura crisis de identidad de la socialdemocracia europea luchando a morir o matar; Unidos Podemos, que no se aclara con si poner en marcha la misma lucha de egos de la política tradicional o recuperar las plazas y las calles que abandonaron por el presunto `sorpasso´; por no hablar de Ciudadanos, que empieza a convertirse en señales de humo.

Los votantes han elegido la negociación y los partidos políticos se han hecho el harakiri. Los votantes eligieron el multipartidismo, mientras que los partidos sólo son capaces de decidir que el PP siga gobernando.

Mientras, la crisis económica sigue expulsando a jóvenes del país, a familias de sus casas, a trabajadores de su sustento, de modo que la sociedad se abulta en los márgenes. Parece ser que ahí nos quieren o, al menos no parece importarles que entremos en el reino de la precariedad como si fuera el reino de los cielos, mientras ellos siguen calentando el sillón, esa práctica en la que tienen tanta pericia.

Nadie niega que nos enfrentamos a un momento de una enorme complejidad política, económica y social, pero por eso elegimos a nuestros representantes políticos, quienes deberían ser los mejores de entre nosotros capaces de actuar por el bien común. No los hemos elegido para que se acuchillen de frente o de espaldas, y mucho menos para que se crucen de brazos. Dejan pasar la oportunidad de hacer política y dejan crecer nuestro desencanto.

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