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Diario de Ritsona 2: Ritsona 12- Francia 1

Refugiados y voluntarios juegan al fútbol en el campo de Ritsona, Grecia

Marga Garrido

No soy muy de fútbol, pero reconozco que tiene algunas cosas que me sorprenden para bien. La que más, el poder de un simple balón para unir a desconocidos y pasar un buen rato. Lo corroboré de nuevo ayer en Chalkida, un pueblo costero griego cercano al campo de refugiados de Ritsona. Unos chicos franceses salidos de un anuncio de moda aparecieron de repente por el campo con sus coches viejos de colores y propusieron un Ritsona -Francia que prometía espectáculo desde el minuto cero (sólo en este campo hay unos diez equipos de fútbol).

Gracias a la generosidad de personas que colaboran en Ritsona, como Caroline de Café Rits, conseguimos los coches suficientes para trasladar al equipo hasta donde los franceses habían reservado campo (a unos 20 kilómetros, distancia ridícula pero imposible para los refugiados, a los que estos lujos se les acabaron hace tiempo). La alegría de los chicos de salir de la rutina se nos contagia y formamos una pintoresca caravana de gente feliz: furgoneta + Renaults de época + coches alquilados en el aeropuerto.

Llegamos al complejo deportivo no sin dar alguna vuelta de más y comienzan los preparativos habituales que hacen de este momento, cotidiano para millones de personas, una vital bocanada de aire fresco para los chavales sirios: colocarse la equipación, calzarse las botas, calentar, risas, foto de equipo, endosarle a algún voluntario español el pito de árbitro,… y comienza el partido.

A los dos minutos se ve venir cómo va a acabar esto, paliza épica a lo España - Malta: los franceses se acaban de dar cuenta de que están ante un equipo para el que este momento es el más importante de sus últimos meses, ni mindfulness ni leches, viven el día a día como pueden y ante regalos como este lo dan absolutamente todo, y claro… acaba el partido con 12-1 y un refugiado lesionado.

Toca proceso inverso: recogida y vuelta a Ritsona. La realidad sigue donde la dejamos hace un rato. La ambulancia llega y se lleva a Tarouk al hospital. Unas voluntarias le acompañan para llevarle al campo de refugiados una vez que lo atiendan. Los demás nos ponemos en marcha, repartiéndonos como podemos en los coches.

Me toca ir con los chicos en la furgoneta: diez sirios y una españolita, escena graciosa que hace que el cachondeo se alargue un poco más durante el camino. Están contentos y no paran de reírse, cantar y animar al equipo. El chico que tengo sentado al lado no tanto.

Le enseño las fotos del partido para que se anime un poco y empezamos a hablar en un inglés-árabe-francés difícil de entender. “¿De qué ciudad eres?” “De Raqqa”. Siento un golpe en el pecho que me deja sin poder hablar unos segundos. Raqqa, capital del Estado Islámico donde te decapitan por lo más mínimo. Cojo aire, intento seguir la conversación como puedo y sólo se me ocurre preguntarle “¿Estás aquí con tu familia?”. “No, he venido solo, estoy solo… ellos se quedaron en Raqqa”.

Segundo golpe en el pecho. Me daría una bofetada ahora mismo por haberle hecho esa pregunta. El chico lo nota y me dice “Si quieres mañana pasaros por mi tienda y charlamos un rato y tomamos un té”. Cojo aire, le sonrío y le contesto que allí estaremos sin falta.

Miro hacia atrás y me doy cuenta de que son más los chicos serios, que se van acabando las risas, que no quieren que ese trayecto termine porque saben lo que les espera.

Dejo pasar unos minutos para respirar y le pregunto a Miguel, voluntario español que conduce la furgoneta, por el entrenador del equipo. Un tipo de unos veintipocos años en silla de ruedas. Me ha llamado la atención durante el partido el enorme respeto que le tenían los jugadores, su mirada inteligente y su perfecto inglés.

“Es un tipo increíble” me dice Miguel, “súper inteligente, educado, nunca se queja de nada; tanto el chico como su hermana sufren una enfermedad degenerativa muy dolorosa que los tiene en silla de ruedas, tuvieron que pagar el doble a las mafias para llegar a Europa por ser discapacitados”.

Tercer golpe en el pecho de la tarde. Me pasa por la cabeza decirle a Miguel “coge rumbo a España y ya nos apañamos al llegar, estos chicos merecen un futuro”.

Por enésima vez a lo largo de este viaje siento vergüenza de ser europea; por enésima vez a lo largo de este viaje maldigo a los políticos que permiten esto; por enésima vez no entiendo esta opción de agruparlos en campos, durmiendo en tiendas de campaña, sin trabajo, sin dinero y sin calidad de vida para sus familias.

Desde aquí os pido por favor que hagamos algo ya que los que tienen que mover los hilos para cambiar esta situación no lo hacen.

Que venga el FC Barcelona, el Real Madrid, el Villarreal Club de Fútbol o el Real Murcia y se lleven al equipo entero con sus familias a las Ciudades Deportivas correspondientes (¿qué tanto por ciento de la ficha de un jugador estrella supondría?)… y que a ellos les sigan otros y otros y otros y realojemos Ritsona entera (y el resto de campos) en nuestras ciudades y pueblos.

Tenemos recursos de sobra para hacerlo. Que se callen ya quienes dicen que nos quitarían el trabajo y que nos ponen en peligro: la inmensa mayoría de ellos son excelentes personas, inteligentes, cualificadas y responsables, mucho más que algunos españoles.

Solo quieren vivir en paz y no se lo estamos permitiendo.

Ritsona 12 – Francia 1.

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