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“La impotencia de no poder hacer nada ante las injusticias me deja sin palabras”

Adrián Lastra es uno de los actores protagonistas de la serie televisiva 'Velvet'.

Laro García

Adrián Lastra (Vallecas, 1984), que dio sus primeros pasos sobre el escenario como actor de musicales, triunfa en el cine, el teatro y la televisión pese a considerarse un “simple currante” de la interpretación. El actor madrileño interpreta este fin de semana en el Palacio de Festivales de Cantabria a Jorge VI, protagonista de 'El discurso del rey', una obra que combina con el rodaje de 'Velvet', su último trabajo en la pequeña pantalla.

Dice habitualmente que no se considera actor, sino un “simple trabajador del espectáculo”. Después de hacer televisión, cine o teatro, ¿sigue manteniendo esa definición de sí mismo?

A mí me parece que la palabra actor es muy grande. Para mí son actores Juan Diego, José Sacristán, Aitana Sánchez-Gijón, Antonio de la Torre, Imanol Arias... Ellos sí que encajan en la definición. Yo soy un currante de la actuación que, poco a poco, me estoy haciendo una carrera. Ni siquiera un hueco para que me consideren como tal. Ojalá el día de mañana pueda considerarme actor con todo lo que eso conlleva. Es una opinión muy personal, pero prefiero considerarme un trabajador que hace teatro, cine o televisión y que sea el resto el que decida.

¿No quiere creérselo o hay también un punto de conciencia de clase?

Claro, claro. Cuando no te regalan nada, sabes que es muy complicado. Llegar a cualquier sitio en este mundo tan competitivo es difícil. Para mí, participar en una serie que es un éxito, interpretar una obra que es una maravilla, es un logro que tiene detrás muchos lloros y muchos 'noes' a la espalda.

¿Y cómo se soportan esos rechazos?

Con paciencia. [Ríe]. Yo siempre he dicho que cualquiera que comienza una carrera de actor, cantante o bailarín, por ejemplo, cualquiera que intente dedicarse al mundo del espectáculo, el porcentaje de pasión e ilusión no puede llegar al 100, tiene que llegar al 400 o al 500. Lo necesita. Cuando te dicen 50 veces que no antes de escuchar un sí, tienes que tener mucha fuerza de voluntad, porque cada rechazo te va restando ilusiones. Es fácil pensar que a lo mejor no valgo para esto. Tienes que estar preparado para superar muchas dificultades.

En su caso, ¿está en el mejor momento o no se quiere poner límites?

Sí, estoy en un gran momento de mi vida. Poder estar en las tres caras de este juego, que son el teatro, el cine y la televisión, es algo que tiene muy poquita gente. Hay muchos compañeros y amigos magníficos que no tienen nada, a pesar de ser actores como la copa de un pino, que están trabajando a taquilla en un teatro, por ejemplo, por 200 euros al mes.

Y ahora que van bien las cosas y puede comparar con otras etapas más complicadas, ¿qué hace para mantener los pies en el suelo y que no se suba el éxito a la cabeza?

Nunca he entendido a los que se les sube a la cabeza. Creo que eso viene de raza, viene de raíz. Para mí, depende de dónde has nacido y de dónde han empezado a crecer esas raíces. Yo no creo que mis padres, mis hermanos, mi pareja o mis amigos de toda la vida, en el caso de que a mí se me fuera la cabeza por lo que pueda llegar a ser, que lo veo complicado, me lo fueran a permitir. Tengo a mi alrededor a muchos que me pegarían un toque rápidamente.

Esa trayectoria le ha llevado del barrio de Vallecas, donde nació, a rey de Inglaterra en su última obra. ¿Cómo ha sido convertirse en Jorge VI?

Muy divertido, la verdad. Cuando te dan un personaje tan alejado de lo que tú eres y tan alejado a lo que siempre has hecho, te lo tomas con muchísimas ganas. También con muchísima valentía, porque cuando leí el guión, pensaba que yo no iba a poder hacerlo. Y no por lo que hicieron en la película, que fue fantástico, sino porque leí el texto y me preguntaba: “¿Y ahora qué hago con esto? ¿Por dónde lo cojo?”. Lo mejor es empezar desde cero, trabajar el personaje desde las entrañas. Poco a poco, día a día, fuimos creando hasta que surgió lo que se puede ver ahora en 'El discurso del rey'.

La obra habla también de la importancia de la comunicación y de la elocuencia. ¿Ante qué se queda sin palabras hoy en día?

A mí es muy difícil quitarme la voz... No quiero ponerme muy intenso, que luego parezco un pesado. De todas formas, sí me dejó sin palabras lo que pasó el viernes pasado en París, por ejemplo. Hay cosas que son imposibles de entender. La impotencia de no poder hacer nada ante las injusticias me deja sin palabras.

Estamos viviendo tiempos complicados, como los que rememoran en la obra que protagoniza. ¿Ve a los líderes mundiales con la misma capacidad de convencer a las masas que entonces?

En la historia que estamos contando solo hay dos personas que quieren convencer a las masas. Los demás, no hablaban para que el pueblo les escuche, sino que eran meros actores. Decían lo que el resto quería oír. No sé si los líderes de hoy en día tienen las ganas y la valentía que demuestra mi personaje. Han cambiado las cosas, muchas de ellas para mejor, pero sigue habiendo situaciones que resultan prácticamente imposibles de entender.

¿Cree que seguimos sin evolucionar?

Bueno, viendo el panorama, parece que no... La violencia se sigue pagando con violencia.

Para los espectadores que han visto la película, ¿qué diferencias van a encontrar en el teatro?

Es un espacio escénico muy diferente y en el teatro la emoción es más directa, así que yo creo que empatizas de una forma muy personal con el personaje que está sobre el escenario. La puesta en escena no tiene nada que ver. Nosotros trabajamos con tres tapices, seis sillas y un trono. Poco más, ya está. Trabajamos prácticamente al desnudo. Contamos la misma historia pero desde otro punto de vista. El humor, por ejemplo, es completamente diferente. Yo pido a los espectadores que se sienten en el patio de butacas y se dejen guiar.

Comentaba que este personaje le daba cierto vértigo. ¿Se siente satisfecho con el resultado o cree que irá creciendo con el tiempo?

Yo intento crecer cada día. Es bueno que la obra esté siendo aplaudida, pero no me relajo. Cada función es diferente, en cada función no se tartamudea en el mismo sitio. No puedo ser tan robótico, porque trabajo con impulsos o emociones y, a partir de ahí, dejo que fluya el personaje.

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