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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Pero, ¿quién fue ese tal Beato?

Proyecciones sobre el Monasterio de Santo Toribio durante el concierto de Jean Michael Jarre.

Marcos Pereda

Pasó el comienzo del Año Lebaniego, con el publicitadísimo y mediáticamente agotador concierto de Jean Michel Jarre, que es un señor que iba vestido con chaqueta de cuero negro y hacía un montón de cosas así como modernas en mitad de los Picos de Europa. Oigan, para gustos los colores, qué conste.

Al final me puse a verlo por la tele, porque para una vez que hablan de Cantabria en la caja tonta (no la busquen, por ejemplo, en la información meteorológica, porque ahí no…) había que aprovechar. Todo muy bonito y muy espectacular y muy cool y muy eso. Ahí no me meto, que no tengo ni idea y no es mi labor. Pero al final uno es como Chejov, que si metía una pistola en un cajón era para usarla más tarde. Y servidor andaba con el cuchillo recién afilado, que es cosa fina y elegante. Y allí acabó por surgir el motivo de mi indignación. Sonreí un poco, porque ya me lo imaginaba, y siempre da gustito tener razón…

El protagonista es el tipo que ¿retransmitía? el concierto, cuyo nombre desconozco y que tampoco me he molestado en buscar. Ya no es solo que dijese en varias ocasiones que el acto se realizaba en Potes (que, oye, igual cuentas por ahí que el Monasterio de Santo Toribio está en el municipio de Camaleño y algunos cántabros te miran como si estuvieras chiflado), o que el tono fuese monocorde tirando a plomo. Lo peor llegó al final, cuando el ínclito Jean Michel proyectó imágenes de Beatos sobre la fachada del edificio, y el comentarista dijo que eran los dibujos que había hecho el monje Beato para ilustrar su obra. Y allí ya se me hinchó la vena. Porque viene ya de lejos lo de escuchar estas cosas. Que parece que el tal Beato fuese una especie de Francisco Ibáñez medieval. Y ya, nada más. Y oigan, no.

La cosa es que este Beato de Liébana (Beato es nombre, que también es algo que no todo el mundo tiene claro) fue algo más que un caricaturista de su época. Mucho más. De hecho estamos ante uno de los grandes pensadores en la Europa altomedieval, el autor del libro peninsular más influyente de toda la Edad Media (junto con las Siete Partidas). Y todo ello, oh sorpresa, sin dibujar nunca nada. O, al menos, sin que tengamos constancia de que dibujase nunca nada.

Veamos. Hay que situarse en la segunda mitad del siglo VIII. Los musulmanes han invadido la Península Ibérica y en las montañas del norte (por razones que ahora no vienen al caso) se ha establecido un foco de resistencia. Foco que acabará siendo el germen del Reino de Asturias, pero que por aquel entonces aun no está conformado como Monarquía. Hay líderes (princeps), hay clases dirigentes, pero no hay incardinación institucional auténtica. Más aun, los cristianos que allí estaban se llevan bastante mal entre ellos (la convivencia entre los grandes potentados visigodos huidos a esas tierras y los habitantes tradicionales de las mismas no debía resultar fácil), e incluso aparecían enfrentados con la Iglesia “oficial” que aun seguía establecida en Toledo. En este contexto (complicado, caótico, y del que realmente sabemos muy poco por la falta de documentos) es donde va a destacar la figura de Beato.

De él desconocemos el origen (aunque hay, a partes iguales, teorías y leyendas), e ignoramos casi todo sobre su vida. Pero sí manejamos un dato fundamental: en la década del 780 su obra va a resultar un punto de apoyo importantísimo para la naciente Monarquía. Y lo será, además, desde varios criterios diferentes.

El primero de ellos es el puramente religioso. Beato de Liébana (que era monje en el monasterio de San Martín de Turieno, lo que hoy en día es Santo Toribio) se enzarza en una polémica acerada contra Elipando, arzobispo de Toledo. La causa fue que éste último había adoptado el credo adopcionista, que no vamos a andar describiendo aquí pero que, en pocas palabras, le permitía mantener buenas relaciones con los musulmanes y seguir ocupando la poltrona toledana sin problemas. El intercambio de pareceres (no piensen en un debate educado y respetuoso… entre ellos se lanzan lindezas como “antífrasis”, “boca hedionda” o, mi preferida, “testículos del diablo”) hace que la figura de Beato trascienda a estas apartadas montañas. Porque lo del adopcionismo es un problema a nivel europeo, que es lo mismo que decir, en aquel momento, que era un problema para Carlomagno, quien llegará a convocar un Concilio en Frankfurt para discutir, y condenar, lo que hoy es considerado como herejía. Utilizando (por boca de Alcuino de York) un argumentario que en buena medida era el mismo que el de Beato. Huelga decir la importancia que tuvo eso, a nivel de relaciones institucionales pero, sobre todo, desde un punto de vista simbólico, para quienes querían llamarse “reyes” de un pequeño “Reíno” aun balbuceante. No solo Carlomagno miraba aquí (aun en el plano espiritual) sino que lo que acabará siendo “Reino de Asturias” se sitúa por encima, a nivel especulativo y teórico en este campo, de lo que terminará por convertirse en “Imperio Carolingio”. Es un detalle, uno muy pequeño, pero que bien nos hace ver la importancia del momento… y del tipo.

Por esas mismas fechas, y nuevamente desde este rincón tan apartado, tan aislado (pensemos en las comunicaciones que pudieran existir en pleno siglo VIII), Beato de Liébana va a realizar sus 'Comentarios al Apocalipsis'. Es una obra densa, espesa, donde intenta compilar cuanto sobre este críptico libro habían escrito los padres de la Iglesia hasta entonces. Versículo a versículo, Beato recoge la opinión sobre el contenido simbólico de cada expresión, de cada imagen.

La elección de la obra no es casual. Primero porque Beato era un pelín milenarista (dicen que llegó a reunir a sus fieles en una montaña para esperar el fin del mundo, y que cuando vieron que no llegaba se lanzaron a “satisfacer sus apetitos”, ponga aquí el lector la interpretación que desee), algo bastante habitual en un tiempo en el que la creencia sobre “La Semana Celeste” estaba más que arraigada. Y en segundo lugar porque el arrianismo, antiguo credo de los visigodos, no reconocía el Apocalipsis como libro sagrado, como tampoco lo hacía el adopcionismo. En otras palabras (y este es un concepto clave que se suele olvidar) Beato de Liébana, persona con cierta presencia en la Corte según nos legan las crónicas, hace todo lo posible por abstraer el nuevo territorio que se está conformando en los valles del norte a la herencia visigoda. De hecho, en el siglo VIII quienes se intitulaban como herederos de los visigodos eran los musulmanes, que tampoco se suele contar esto. Dicho de otra forma… que estos “Comentarios” son una aportación fundamental para fijar la estructura de lo que aun estaba por nacer. Nada menos…

Será esta obra la que, en sus ediciones miniadas, haya pasado a la posteridad con el nombre de “Beatos”. Es decir, que esos “Beatos” no son sino copias de los 'Comentarios al Apocalipsis' que fueron iluminados con miniaturas, dibujos. Evidentemente no conservamos la copia original, y no hay constancia alguna de que Beato mismo “pintase” nada en ella (aunque sí parece que la obra está orientada a incluir estas explicaciones gráficas, lo que no era extraño en la época). Él era únicamente (y ese únicamente lleva todas las comillas del mundo) el autor del texto. Añadimos: del texto de uno de los libros más influyentes de toda la Edad Media.

Lean ahora 'El nombre de la rosa' y seguro que ven la referencia a Beato de Liébana que allí se hace de otro modo. Por cierto, el propio Eco ha declarado más de una vez que la idea para la novela le surge contemplando una de las miniaturas que adornan estos Beatos, concretamente el de Tábara.

Lo que quiero decir es que esta figura, que hoy es (casi) totalmente desconocida, fue una de las fundamentales de su tiempo. Que es, como dijo González Echegaray, nada menos que el primer escritor de Cantabria. Y que tuvo un alcance en vida y tras su muerte de magnitud europea.

Ah, y que no tiene nada, pero nada que ver, con el Año Jubilar. Pero eso lo dejamos para otro día…

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