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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La Costa Nostra

Desembocadura de la Ría de Mogro, en el municipio cántabro de Miengo. | JOAQUÍN GÓMEZ SASTRE

David Gutiérrez

Les seré sinceros: no me hacen gracia las chirigotas de Cádiz. Por más que año tras año, cada época de Carnaval, salgan en las noticias distintas comparsas gaditanas y nos muestren su arte y gracejo, no consiguen engancharme. Supongo que será la distancia, el carácter. Ya se sabe, en el Norte somos tercos, huraños, nos crecen branquias en el cuello y arreglamos las cosas batiéndonos el cobre en los muelles mientras rompe la mar embravecida.

Bueno, hay algo que nos une con los gaditanos y su Carnaval. Aquí también tenemos nuestras propias chirigotas, aunque éstas no hacen tanta gracia, la verdad. Una de ellas es la que tiene como triste protagonista a nuestra costa, esa costa cantábrica que ha forjado el carácter social y paisajístico de Cantabria.

Desde pequeños muchos hemos tenido relación con la mar. Ya sea en nuestro día a día laboral, en períodos vacacionales, porque vivimos en territorios de salitre o simplemente como escapatorias paisajísticas para desconectar en algunos momentos.

En verano, cuando llegaban las vacaciones, ya estabas con ganas de ir en familia a pasar el día a la playa. Días de jugar a las palas, comer tortilla de patatas, esperar las eternas horas reglamentarias de digestión o, como en mi caso, tener mucho cuidado a la hora de bañarte -Mogro solía ser muy traicionera-. Era allí cuando, después de comer mientras te comías un helado, tu padre veía acabar la etapa del Tour en el chiringuito del camping. Eran los tiempos en los que el PDM era algo más que una marca de cintas VHS y nuestro objetivo internacional no estaba en Venezuela.

Nuestras iras estaban enfocadas en la Francia de Virenque, la Suiza de Rominger, la Italia de Chiapucci, el elegante Bugno o Dinamarca, dónde un viejoven Bjarne Riis hacía temblar el reinado de nuestro Miguelón. El día se acababa y volvías a casa desde la playa de Usil atravesando un pequeño bosquete, prados dónde las vacas pastaban, alguna casa y arriba ya llegabas al pueblo.

Años después volví por aquella playa y he de confesarles que realmente no sabía si estaba en el mismo sitio hasta que llegue al arenal. Urbanización tras urbanización, aparcamientos, edificaciones, hoteles a pie de playa… Aquello fue como cuando Indurain nos demostró ser humano y en el 96, camino de Los Lagos de Covadonga fue parando poco a poco, cambió de sentido su bicicleta y se bajó de ella en una etapa de la Vuelta. Ya nada sería igual.

Desde entonces extraño es el mes en el que no nos encontramos algún despropósito en nuestro espacio costero. Podría hacerse una verdadera Clásica de los desastres litorales, que ríanse ustedes de la Lieja-Bastón-Lieja: Desde las continuas agresiones sufridas por el Parque Natural de Oyambre, a la famosa “duna” del Puntal de Laredo, pasando por nuestro hermanamiento con Dubai del puerto de Laredo o los monopolys de Argoños, Escalante y Piélagos con vistas al mar. Si aún no tienen suficiente, podrían acompañarlo todo ello con unas salsas compuestas de arsénico, cadmio, plomo y mercurio bajando por la Ría San Martín o los emisarios de la playa de Usgo, unos hilillos de plastilina negra que aún hacen llorar nuestras rocosas costas o si son más sibaritas, los vertidos industriales y urbanos de la Bahía de Santander.

Pero es que la chirigota de Cantabria no es puntual como la gaditana. Aquí los Carnavales son continuos y sólo en este último mes hemos tenido desde la anulación de una concesión a un chiringuito playero por parte de la Audiencia Nacional a la apertura de expedientes al asentamiento más icónico del chabolismo ilustrado santanderino, pasando por la polémica de los espigones con los que Iñigo quiere sembrar su paseo por El Sardineroel acero con el que se quiere dar más brillo y lustre a las ruinas del Bolao o la del relleno placebo de playas con ingentes cantidades de arena como cada año.

Espacios que evidentemente son regalos para la vista, para los sentidos. Algo que es evidente si se atiende a estudios científicos de prestigio como pudieran ser las fotos colgadas de atardeceres, puestas de sol, arenales, olas, etc. en distintas redes sociales. Funcionan igual de bien que cuando se sube una foto de un bebé o un gato haciendo travesuras, así que algo tienen que tener.

Pero es que además, distintos estudios impulsados desde de organismos como el CIFA, el Gobierno de Cantabria, etc. demuestran las potencialidades de las zonas litorales para la agricultura intensiva de secano, la extensiva por su fertilidad, la agroganadería extensiva, el uso forestal productivo, con limitaciones o simplemente como área de protección para la biodiversidad.

Desde el plano legislativo, es triste comprobar como existen casi tantas figuras de protección como atentados a nuestro patrimonio ecológico, etnográfico y paisajístico costero. Tenemos Parques Naturales, Zonas de Especial Protección para las Aves, Lugares de Importancia Comunitaria, Directivas y Convenios sobre Hábitats, Leyes del suelo, de costas o de Conservación de la Naturaleza, Planes de Ordenación de los Recursos Naturales… la lista de figuras y herramientas para la conservación de estos ecosistemas litorales es interminable. Entonces hay que entender que, o bien el problema está en la aplicación de estas o en la propia Ordenación del Territorio en Cantabria. En realidad, esta es la verdadera asignatura pendiente de nuestra Comunidad, donde un Plan de Ordenación del Litoral (POL) debiera acompañarse definitivamente del anhelado Plan Regional de Ordenación Territorial (PROT).

Mientras esperamos deslindes, retranqueos y medidas para la mejora y conservación de estos espacios, se seguirán perdiendo zonas húmedas litorales, estuarios, la costa seguirá degradándose, los recursos animales y vegetales de la mar se irán reduciendo y el cambio climático seguirá haciendo de las suyas de manera estacional.

A ello, hay que sumar los millones de euros de dinero público por indemnizaciones en sentencias de derribos, por obras de ingeniería de dudoso gusto y funcionalidad, por pagos de sentencias de distintos tribunales a nivel autonómico y europeo, por el mantenimiento de espacios previamente degradados por acciones negativas o, simplemente, inacción. Este es el funcionamiento en la Costa Nostra. Un espacio en el que los protagonistas en la sombra, además, suelen moverse siempre en los espacios comunes que lindan entre la especulación urbanística, política y económica. Esos espacios que recuerdan la escena memorable que Coppola nos regaló con el diálogo entre Frankie “Cinco Dedos” y Tom Hagen en el Padrino II:

- Tom: “Copiasteis mucho de las antiguas legiones romanas: jefes y soldados. Aquello funcionó”.

- Frankie: “Sí, desde luego funcionó. Eran días gloriosos aquellos. Y nosotros el Imperio Romano. La Familia Corleone, el Imperio Romano”.

Fueron días gloriosos los de esos emperadores de la construcción. Eso sí, su herencia, como la del Imperio Romano, también puede que solo pueda ser constatada a través de los libros. O las ruinas.

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