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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Costes-Beneficios

Foto: EFE

Javier Fernández Rubio

Todo lo que somos y el aquí al que hemos llegado ha sido puesto desde tiempos inmemoriales en el fiel de la balanza de los costes-beneficios. La selección natural es un semáforo, ora verde, ora rojo, que regula qué nueva generación ha de relevar a la antecedente. A eso se le llama adaptación. Y nosotros, con nuestra cháchara en danza, creamos mitos y tabúes para lo que no es más que una ecuación bien sencilla: cuando el beneficio supera el coste, prospera; cuando el coste es superior al beneficio, pasa al ostracismo. Lo llevamos en la sangre (otros dirían que en los genes).

No hay nada nuevo bajo el sol ni hace falta el advenimiento de ese Mesías de lo Kitsch que es Trump para advertir que si nuestra sociedad se rige por estrictos criterios de rentabilidad y beneficio es porque siempre ha sido así. Comemos lo que comemos dependiendo del lugar y la época en que habitemos aunque creamos que es una reacción a vetustos tabúes, cuando realmente es al revés. Ponemos en solfa a los individuos improductivos ya que, desde que los tiempos son tiempos, se abandona a los infantes con minusvalías a la intemperie y se sube a un árbol al anciano para que toda la familia unida sacuda el tronco y se compruebe si aguanta (un año más de prórroga) o se rompe la crisma. No comemos ciertos animales e insectos porque nos da asco, pero nos atiborramos de gallinas y pollos, que no son precisamente paradigma del 'british style'. Detestamos a los del pueblo de al lado, pero echamos la lágrima por gentes cuyo país no sabríamos situar en el mapa.

Y sin embargo, algo está fuera de control de la lógica coste-beneficio. Y es la conciencia de ser prisioneros de nuestros genes y de que hacemos lo que hacemos por motivos distintos a los de índole económico-productiva. Esta conciencia nos permite esquivar nuestro yo más atávico. Hay gente solidaria porque la colaboración en ocasiones no solo es productiva sino porque el ser humano sigue teniendo una pizca de libre albedrío. Hace lo que le place, incluso contranatura. Consumimos alimentos que cuesta más producirlos que el aporte que generan. Nos desvivimos por aquello que ni nos van ni nos vienen, pero que están en el centro de nuestro pensamiento...

Continuamente oímos comentarios que anteponen la lógica del egoísmo. La sociedad de consumo sucede a la lógica del coste-beneficio, pero no a la inversa. La tecnología lo ha potenciado todo y también proporciona las coartadas necesarias para poder soportarnos. Aunque también la tecnología abre espacios de disidencia. La tecnología es como el cuchillo: puede servir para cortar el pan o herir al prójimo.

Pero ahí estamos, lustrosos y banales, arrinconando en el lado oscuro a niños, enfermos y ancianos. Improductivos o ajenos al consumo, son tres dianas prescindibles. El enfermo puede sanar y reincorporarse como productor o consumidor; el niño tiene un futuro productivo por delante aunque en sus primeros años solo acarree gasto; pero el anciano tiene más cosas detrás que delante, más pasado que futuro y su futuro, estrecho de por sí, es improductivo.

Pongo un ejemplo: ¿Qué sentido tiene enseñar a un anciano, invertir en aprendizaje para aquel que ya no puede reportar beneficio a la sociedad? Esta frase, que he oído realmente, es paradigma de la lógica del coste-beneficio más pedestre. Otro ejemplo: ¿Qué sentido tiene alimentar a un mendigo: no es un derroche? Más ejemplos: ¿Qué sentido tiene alimentar una mascota, ese sucedáneo de persona que nos agenciamos: no es un gasto improductivo?

A esto hay dos tipos de respuesta: una corta y otra larga. La corta es sencilla: porque sí (en plan castizo se puede hacer acompañar de palabras malsonantes o ilustrativas). La larga requeriría echar mano de la antropología y de ciertas normas de convivencia que exceden este espacio.

Pero hagamos de abogados del diablo e intentemos responder desde una lógica del coste-beneficio. Solo tenemos que redefinir el concepto de beneficio para encontrar, si queremos, una respuesta positiva a todo ello. 

Alimentamos a nuestras mascotas, cuidamos a nuestros niños, ancianos y enfermos, velamos por los que menos tienen porque sí aportan beneficios. Como la educación, la cultura y la solidaridad. El beneficio que producen es la amistad, el cariño, la compañía y la gratificación que produce la generosidad son valores que solo hay que incluirlos en la ecuación para no contrariar nuestra naturaleza. 

El beneficio, en el fondo, es aquello que decimos que nos beneficia, que no es necesariamente el beneficio de los patanes cuyo cerebro está en la billetera. Es en la definición de 'beneficio' donde está el busilis, y el objeto de una pugna ideológica por delimitarlo. Pero las sociedades más avanzadas son las que redimensionan el concepto de beneficio, lo expanden y acaban, sin apariencia pretenderlo, siendo más ricas.

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