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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Europa

Un oficial de la policía paramilitar lleva el cuerpo sin vida de un niño refugiado después de que el barco en el que viajaba volcase junto a diezpersonas máscerca de la isla griega de Kos./ AP PhotoDHA

Miguel Ángel Chica

Algún que otro periódico se preocupaba ayer de hacer el recuento e informaba de que la Unión Europa vulnera hasta seis tratados internacionales a raíz de la crisis humanitaria de los refugiados. Hay que entender esto: Europa es vieja, cree haber visto de todo en materia de horrores, los ha olvidado para poder seguir viviendo y ha llegado a la conclusión de que las buenas intenciones son solo papel mojado cuando se trata de proteger los propios intereses.

No se puede entender Europa sin la Segunda Guerra Mundial. Tras la capitulación de Alemania, Europa abrió los ojos y, como el Gregor Samsa de Kafka, descubrió que todo había cambiado para siempre. Después del sueño solo quedaba ceniza y polvo, y países que hasta entonces poseían imperios, como Francia, Inglaterra o la propia Alemania, habían sido reducidos a escombros. En el plano político, comprobó con incredulidad que ya no era el centro del mundo y que el eje del poder se había trasladado a dos superpotencias continentales: Estados Unidos y la URSS. En el plano espiritual, descubrió un horror que superaba a todo lo conocido hasta entonces tras las puertas de los campos de exterminio nazis.

Europa tuvo miedo de sí misma y decidió protegerse. Producto de ese miedo surgieron, entre otras cosas, la ONU (que se había ensayado sin éxito en la Sociedad de Naciones, tras la Primera Guerra Mundial, cuando Europa todavía era lo suficientemente arrogante y estúpida para desechar cualquier cesión de soberanía), la Unión Europea y todos esos tratados que Europa pisotea en estos momentos como el agua de los charcos: la Declaración Universal de Derechos Humanos, las Convenciones de Ginebra (cuya última modificación data de 1950) o la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión.

A Europa, envuelta en su bandera estrellada, su tratado de Schengen, su moneda única, su modernidad y su multiculturalismo de cartón piedra, no parece preocuparle que los refugiados sirios se amontonen en sus fronteras, cruzando Macedonia, Serbia, Hungría y todas las vallas que hagan falta para escapar de la guerra, del hambre y de un fanático con la cabeza vacía del ISIS que tiene la potestad de aplicarte la sharia y cortarte la mano por ver una revista porno.

Hay imágenes, sin embargo, que gritan tanto que hacen girar la cabeza a los sordos. El niño muerto en la playa griega, con la cabeza hundida en la arena mientras las olas golpean indiferentes su cadáver, las escenas de familias cruzando por debajo de vallas de espino o la noticia del hallazgo de una veintena de personas muertas por asfixia en un camión que intentaba llegar a Austria, remueven recuerdos que Europa creía ya enterrados.

Y mientras unos ciudadanos se unen para levantar nuevos muros y otros se organizan para acoger a los recién llegados, las instituciones europeas siguen sin hacer nada más allá de ignorar los tratados que el miedo les obligó a redactar. Y amenaza con resucitar el peor de los horrores, el que aparece cuando un burócrata decide que los demás han perdido el derecho a ser considerados seres humanos.

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