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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Exámenes, el fin de un modelo

FACUA pide adecuar los préstamos renta universidad al contexto de paro juvenil

Alejandro Sanz Láriz

Acabamos de terminar las clases en la universidad y, tras una semana de repaso y tutorías, están ya muy cercanos los exámenes finales del curso. Cada vez que llega esta época no puedo evitar pensar que este sistema de evaluación está ya totalmente obsoleto y deberíamos ir reflexionando sobre la forma de redefinirlo de la cabeza a los pies.

Y es verdad que, desde la puesta en marcha del Plan Bolonia, los docentes hemos tenido la oportunidad de oficializar algunas maneras alternativas de puntuar a los estudiantes; por un lado para quitar trascendencia y dramatismo a la prueba final, pero sobre todo porque muchos creemos que esta no es la manera adecuada de medir los progresos y los conocimientos de los alumnos.

Cuando yo era un joven estudiante de Periodismo, me enfrentaba año tras año a estos malditos exámenes finales en los que te jugabas las notas a la carta de aquello que, mal que bien, podías memorizar en los días previos a la prueba. Naturalmente, según salía del examen desbloqueaba la mente y comenzaba a olvidar todo aquello que con tanto esfuerzo me había aprendido y, una semana después, no recordaba prácticamente una sola palabra sobre la materia y la asignatura.

No creo que fuera una buena manera de aprender a convertirme en un profesional, y eso es, en esencia, lo que le pedimos a la universidad, que nos forme adecuadamente para afrontar con cierto fundamento el mundo laboral.

Hemos hecho algunos avances; la división del curso en dos cuatrimestres permite evitar que una asignatura se eternice durante ocho meses y la inclusión de actividades y ejercicios prácticos también descarga una materia que llegaba a convertirse en monótona e interminable. Pero tiene que haber otra manera, un sistema que estimule al estudiante a avanzar en su formación y le ayude a descifrar los primeros códigos gremiales del sector que ha elegido. Y después, con esa base, demuestre su progresión a través de pruebas creativas en las que importe muy poco su capacidad para recordar fechas, fórmulas, definiciones o personajes, pero quede en evidencia su habilidad para afrontar problemas profesionales.

La toma de decisiones, el liderazgo, la capacidad de comunicación o la entereza frente a la presión, por ejemplo, me parecen competencias mucho más importantes para formar profesionales que, después de todo, tendrán cualquier información a la distancia de su teléfono móvil, pero necesitarán, sobre todo, saber qué demonios hacer con ella.

El otro día alguien me comentaba que la asignatura más difícil de toda la universidad española está en la carrera de Ingeniería Aeronáutica que se imparte en la facultad de una ciudad española que prefiero reservarme. Al parecer, esa asignatura en concreto solamente la aprobó el curso pasado un solo alumno de entre los 100 que compartían aula.

Francamente, no estoy seguro de que eso sea muy buena señal. No creo que la labor de los docentes sea la de sembrar un campo de minas en torno a un aprobado, sino realmente compartir nuestros conocimientos y, sobre todo, nuestra experiencia, con los estudiantes, para transmitirles la importancia de desarrollar un estilo personal de hacer las cosas.

Al final, no se trata de que la formación sea algo fácil o difícil, sino el campo profesional sobre el que proyectar nuestras habilidades, nuestros sueños y nuestro destino.

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