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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Gobierno Zentral

Mariano Rajoy.

Javier Fernández Rubio

La impasibilidad del Gobierno de Mariano Rajoy ante la catástrofe ya es legendaria. Da igual lo que ocurra y el cariz catastrófico de la noticia. Da igual que se le investigue por financiación ilegal del partido, da igual que numerosos altos cargos estén en la cárcel o en capilla, da igual que la imagen del país genere menos confianza que la de un tahúr del Far West embreado y emplumado. Ni una mueca, ni un rictus, ni un gesto que genere ansiedad, arrepentimiento, inquietud.

Como si se tratara de un monje zen, el presidente muestra el rostro impasible de los que viven interiormente y dan pasos en el exterior para procrastinar el hundimiento. Encerrado en su búnker de Moncloa, Rajoy convoca a generales muertos, mueve tropas fantasma, planea ataques sobre frentes inexistentes, planifica megápolis del futuro mientras a su alrededor se desmorona el edificio político y la sociedad acumula escombros. Y ante las críticas y el malestar extiende entre sus próximos el mantra tibetano de su mantenimiento en el poder durante legislatura y media, que se dice pronto.

Es un hombre de éxito, como Gerard Butler anunciando colonia Hugo Boss, empresa que hace 80 años diseñó uniformes tan viriles como los de las Schutzstaffel, más conocida como SS. El poder como concepto y argumento total. Ha funcionado y funcionará siempre. Lo demás, son detalles.

El gesto impertérrito de un monje zen hay que poner para agitar el trapo de la ruptura de España y pagar a los nacionalistas catalanes y vascos su apoyo a unos presupuestos fantasma. También hay que tener un rostro pétreo para prometer y no cumplir. Por lo general, la gente de a pie cuando promete y no cumple duerme poco y mal, pero nuestro presidente debe gozar de un envidiable estado de salud, algo que puede atribuirse a la práctica del jogging pero sobre todo a la paz espiritual, que se conoce es una paz semejante a la del camposanto.

Prometer y no cumplir está muy feo. Prometer, no cumplir y encima hacer reproches es reírse a la cara del estafado con la arrogancia del que se sabe más fuerte. En Cantabria no se paga lo prometido por el Hospital Valdecilla, ni por tantos otros proyectos como la financiación de la Dependencia. Ni se cede el agua que 'crece' aquí al lado y, si se toma, hay que pagar a precio de oro el bombeo para su devolución al embalse del Ebro. Un chollo ser cántabro. Nos iría mejor declarando la independencia un martes por la tarde. Tal vez así, alguien del espacio exterior nos tratase con respeto.

Lo que se promete ya se sabe que no se cumple. Las promesas son liebres mecánicas en época preelectoral. Pero la liebre más fea fue la que soltaron con los refugiados.

Lo que la Unión Europea y el Gobierno central han hecho con los refugiados ha sido un canallada. Prometieron abrir las puertas, aceptar un cupo y ni eso. Han defraudado a los millones de personas que asistieron acongojadas a la crisis Siria y a ese atascadero humano en que se han convertido las islas griegas. Han frustrado la movilización espontánea, el sagrado impulso solidario, que es lo mejor que llevamos dentro. Confiamos en las promesas y quedamos colgados de la brocha. Un clásico.

España firmó la acogida de 17.337 personas en situación dramática. Faltan tres meses para que acabe el plazo y han llegado 1.312, a Cantabria tantas como dedos tiene una persona. Mientras, en Gracia hay 60.000 seres humanos en el limbo de los campos de refugiados, carne apetitosa para las mafias. La UE no puede presumir de mejores cifras: acoge a cuatro de cada 100 refugiados o desplazados forzosos, dejando el trabajo sucio (por el que paga) a turcos y a húngaros (éstos lo hacen gratis).

No sé si el presidente duerme mucho o poco, bien o mal, pero debería fijarse en lo que le ocurrió al dickensiano señor Scrooge y tomar nota. Bastaría con que le visitara cada noche un refugiado muerto en el Mediterráneo para que ya no pegara ojo el resto de su vida. Y eso no se lo deseo a nadie.

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