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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Dónde está la Junta Electoral?

Paco Gómez Nadal

La Junta Electoral es como dios: se supone que está pero no se la ve. Es decir, al igual que la democracia, la cosa consiste en un acto de fe electoral que se produce después de cerrar los ojos y dirigirse sin freno hacia el abismo. Si la Junta Electoral existiera de verdad, al aún alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, no le darían sus 'pírricos' ahorros (10.296 euros autodeclarados) para asumir las multas.

El Ayuntamiento se ha lanzado de forma pornográfica a poner en marcha todas las obras que ha acelerado en el último cuarto de su mandato. Un carril bici por aquí, unas escaleras mecánicas por allá, una subida reconvertida, una bajada con áreas de descanso (es decir: un banco), unas calles peatonalizadas con mal gusto pero buen presupuesto, un parque que casi se le (a)marga e, incluso, un vial que pasó por encima de la vida de una potencial votante y que entrará en funcionamiento horas antes de que usted deposite su voto.

El alcalde, siempre fiel cumplidor de la legalidad vigente (nos lo repitió hasta la saciedad mientras Amparo agonizaba en el hospital que está a la sombra del Nuevo Valdecilla inaugurado pero sin uso), no inaugura nada. Ya lo hacen por él los comerciantes, hosteleros y demás “emprendedores” en agradecimiento por vivir en una de las ciudades más envidiadas del planeta.

¿Y la Junta Electoral? Debe estar vigilando todo desde el limbo, desde el mismo lugar en el que permite que Ferrovial se gaste una pasta indecente en suplementos insertos en los diarios para fardar de hospital antes de que un solo virus haya cruzado su puerta y en plena precampaña electoral, desde donde jamás se pregunta a los candidatos del PP cómo van a pagar las horas de trabajo que roban a los ciudadanos –que las pagan- para hacer campaña por toda Cantabria o desde donde se ve con buenos ojos que los candidatos de los municipios hagan sentidos –y gastronómicos- homenajes a los ancianos, a las farolas o a la madre que las parió (a las farolas).

Yo creo, sinceramente, que la Junta ha decidido que, dado que el 26,4% de los cántabros (y cántabras) está convencido de que el sol gira alrededor de la tierra pues tampoco es muy importante que los candidatos políticos los engañen y los traten como bobos sin criterio. O quizá sea, como nos recuerda el cántabro Martín Alonso (en su pequeña historia cultural de la crisis publicada bajo el título de 'No tenemos sueños baratos'), que “[las élites] se han apropiado del mapa, de la brújula y han globalizado las frecuencias de los inhibidores de radar; por eso el diccionario (...) y la gramática han sido privatizados para legitimar el atropello y por eso siguen controlando la megafonía los mismos que han perpetrado la exacción”.

Los que hacen campaña con nuestro dinero –y con el silencio cómplice de la Junta Electoral- lo tienen tan claro que no les parece necesario ni tan siquiera mentir, aunque les guste ocultar una parte (importante) de la verdad. El ínclito, fascinante y ministrable sin cartera Íñigo de la Serna (pesadilla en casa al tiempo de Ignacio Diego) escribe en su blog personal sin pudor sobre el éxito de su política cultural que ha hecho de Santander una ciudad de referencia gracias a “una rica oferta 100% privada” y anima a los ciudadanos a generar “envidia sana entre otras ciudades que no pueden presumir de lo mismo y atraigamos las miradas hacia Santander como un lugar cada vez más volcado con la creación y la oferta cultural”.

Su fiel concejal de Urbanismo, César Díaz, nos ha anunciado este fin de semana la adelantada puesta en funcionamiento del vial que esta ciudad ha tenido a cambio de cuatro millones de euros y la vida de Amparo Pérez: esa última parte es la que se le olvidó recordar a la opinión pública. Si a la indolente masa electoral de la ciudad no parece haberle afectado mucho la muerte de Amparo en pleno acoso verbal y físico del Ayuntamiento y de su empresa constructora de cabecera (Copsesa), sí que debería sacar la calculadora e indignarse porque cada metro lineal de un vial que no es necesario ha costado la friolera de 8.739 euros.

Termino otra vez con el maestro Martín Alonso que nos invita a recordar la fina intuición de Durkheim: “Lo que se necesita para que la gente esté conforme es que esté convencida de que no tiene derecho a más”. Amparo tuvo la osadía de pedir más de lo que De la Serna decidió que era lo legal. Los demás –una vez constatada la inexistencia de dios y/o de la Junta Electoral- deberíamos aprender de su ejemplo y dignidad para no conformarnos con unas escaleras mecánicas o con cuatro losas de colores sobre las que instalar una nueva terraza de cafetería. En la ciudad florero la ciudadanía tiende a marchitar.

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