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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Trap machista subvencionado

Presentación del I Festival de Tendencias y Cultura Urbana de Torrelavega Freeworld.

Patricia Manrique

El próximo fin de semana se celebra el I Festival de Tendencias y Cultura Urbana de Torrelavega Freeworld, auspiciado por la Concejalía de Cultura. En el cartel, aparece como estrella del festival Yung Beef, joven granadino de 27 años que ha llegado a posar para Calvin Klein gracias al éxito arrollador de él y su grupo, Pxxr Gvng, en el Trap, pero también en el reggeton entre otros estilos.

El chaval es bastante hardcore, y lo que pega entre la chavalada —y no tan chavalada: también parece poner a mucho hipster burgués treintañero desengañado con el capitalismo que antes amó— es su estilo gansta y callejero: hasta ahí todo bien. Empezó siendo una especie de voz de los pobres, la expresión salvaje del argot callejero, utilizando “puta” como uno de los apelativos más repetidos en sus temas, eso sí, resignificado al estilo de cuando los raperos negros utilizan nigga… con la salvedad de que él no es trabajador sexual.

Una de sus canciones célebres es 'Tu coño es mi droga' y ahí se marca macarradas del tipo “me chupa la polla hasta que se ahoga” que, bueno, se podrían considerar simplemente sexuales y/o pelín asfixiantes, pero no necesariamente machistas. Sin embargo, la cosa sí se pone fea, indiscutiblemente fea, cuando nos encontramos con perlas como “la pierde la boca hasta que la cojo y le doy dos tortas”, “le doy sustos que casi llora”, “todas las zorras que hanguean con nosotros acaban mal” o “me dice papi stop, pero yo quiero darla/ Me dice papi stop, y I am like I´m sorry mama”. Violencia machista —y aquí ya no hay más— en callejero style.

Que el Ayuntamiento de Torrelavega, más concretamente la Concejalía de Cultura, patrocine esto, no tiene ni pies ni cabeza: es absurdo que una institución pública financie un artista que fomenta la violencia de género. Los traperos pueden hacer lo que les venga en gana como artistas que son —unos más, otros menos… otros nada—, faltaría más, pero un Ayuntamiento no se encuentra en ese ámbito de libertad que supone el arte, y tiene otras responsabilidades. A albergar conciertos de otros miembros del grupo, como D. Gómez, se han negado salas privadas, y ahora es un Ayuntamiento quien lo patrocina. En fin.

Para entender la responsabilidad en que incurre la Concejalía de Cultura torrelaveguense, encabezada, por cierto, por una mujer, no hay que olvidar datos como los proporcionados en noviembre por el Barómetro 2017 del proyecto Scopio: un 27% de la juventud cree que la violencia machista es “normal” en la pareja, y el 21% considera que es un tema politizado y que “se exagera”. Algo estamos haciendo mal cuando esos chavales y chavalas obvian que, oficialmente, en 2017 han sido asesinadas 48 mujeres. También cuando chavales como Yung Beef sueltan esas barrabasadas machistas.

Aunque hay que reconocer que somos muy proclives a juzgar con excesiva dureza a los ritmos de las clases populares —como el trap o el reggeton— cuando la violencia machista que supone el amor romántico —celos, posesión…— se da en otros barrios menos lumpen como el pop o la canción melódica, la cuestión es que, en el caso que nos ocupa, un Ayuntamiento debe ser más cuidadoso, más de lo que fue también, por cierto, el Ayuntamiento de Camargo al organizar la velada de boxeo en la que un promotor caradura quiso utilizar la violencia de género como reclamo publicitario. Este, encima, machacó las ilusiones de un grupo de jóvenes boxeadoras que seguro tienen que pelear de más en un mundo deportivo hecho a la medida de los hombres.

Buscando información más precisa sobre Yung Beef, he descubierto que es un chaval de barrio que se identificaba, al menos al principio, con los pobres, que su música es una especie de punk, estilo do it yourself pero, a diferencia del punk, totalmente capitalista —capitalismo de camello, pero capitalismo—. Por supuesto, no todos los traperos viven de “coños y euros”, como no todos los raperos están obsesionados con las putas y el champán. El problema no es el género musical, son los casos concretos, aunque sean muchos. De hecho, ya hay traperas feministas.

Quiero decir que no todo es malo en Yung Beef: por ejemplo, es crítico con el clasismo y el racismo, que localiza en el rechazo al reggeton que hay en la escena española. Reconoce que ama el caos, y considera que el arte es esa dimensión humana en la que, cosas que no puedes hacer en la vida real, “puedes experimentarlas así, sacarlas así”. Y, de hecho, como buen hijo de la cultura machista, víctima y verdugo en nuestra sociedad patriarcal, confesaba en una entrevista que “todos esos dramones, esos Romeo y Julietas, aunque no querría acabar así en mi vida, me parecen sexy, románticos”. Para él, la música es justamente un espacio para ser irresponsable.

Y así es si así lo quiere. El arte es un espacio de libertad y quizá nos arrepintamos de exigirle adaptarse a criterios más relacionados con la política. La política no es todo, tan solo debe habilitar condiciones de posibilidad para lo que importa: el arte, el amor, la convivencia… Es difícil establecer la medida, pero hay que tener presente que hay que conseguir un equilibrio entre la necesidad de mejora social y el control político de la expresión de la creatividad. En definitiva, en este caso, el problema, realmente, no está tanto en Yung Beef, sino en que el Ayuntamiento lo financie.

Si los representantes del festival en cuestión quieren plantearlo como cabeza de cartel de la cultura urbana, allá ellos, que lo hagan: yo tengo mi derecho a criticarlo, a no acudir y a desaconsejar que se vaya; ellos tienen el deber de asumir los riesgos económicos de su apuesta.

Valoro que cada cual puje por lo que le interesa, incluso por alaridos nihilistas maquillados con auto-tune, pero eso no significa hacer el papel de pringada que paga un concierto que fomenta el machismo. Espero que el Ayuntamiento recapacite, y ponga más atención en la cultura que apoya.

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