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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Del caviar y las castañas. O del Ibex y el Inem

Kevin Botejara. Responsable del Área de Cultura y Patrimonio de Podemos Cantabria y candidato al Senado.

Algunos nos quieren convencer de que si a las principales empresas les va bien la economía se estimula y, por lo tanto, va a beneficiar al conjunto de la sociedad porque hay más dinero para todos. En esta idea subyace una asociación perversa: que lo que es bueno para los empresarios es siempre bueno para la sociedad. Esto no es para nada inocente, sino que en un intento de reflejar lo que pretende ser el sentido común nos están colando por los cuatro costados pura carga ideológica: ideología neoliberal.

Al lanzar una media verdad se nos presenta como inocente el virus que intenta contaminar nuestro cerebro para engañarnos, del mismo modo que un virus informático se adueña de nuestro ordenador sin apenas darnos cuenta y nos quita su control. Claro que si la economía va bien para todos estamos mejor (es una perogruyada), la cuestión es cómo queremos conseguir que nos vaya bien, asegurando el negocio de los empresarios y dejando que la gente corriente saque provecho de las migas de la bonanza económica, o garantizando el bienestar de la mayoría, y por tanto facilitando que las empresas sean sostenidas gracias a la independencia económica de la sociedad.

La parte falsa de la media verdad, el engaño, es eso de que lo bueno para unos sea siempre bueno para los otros. En verdad hay un choque habitual entre los intereses de la élite económica y el conjunto de la gente corriente. A un empresario le preocupan los beneficios de su empresa, por lo que necesita desarrollar al máximo la productividad, y para ello requiere reducir costes al mínimo indispensable, ante lo cual la forma más rápida y fácil es rebajar en aquello sobre lo que tiene control directo: los salarios. No haría falta explicar la importancia del salario para un trabajador. Si los salarios son más bajos, la gente se ve forzada a reducir sus gastos hasta el umbral de la supervivencia, estrangulando la economía más social, la de corto recorrido, la que mantiene a flote a las pequeñas y medianas empresas; y además, se convierte en esclava del siglo XXI, trabajando únicamente para mantenerse viva. Unos salarios más altos benefician a la economía real y permiten la sostenibilidad de la democracia.

Los impuestos son también para los grandes empresarios un estorbo, pues reducen su capital con el que invertir, entorpecen, a su juicio, la fluidez del dinero. Pero los impuestos son los que sostienen el Estado de Bienestar, los que pagan las pensiones, el paro, la sanidad, la educación, las becas… Claro que a las élites esto no les interesa, prefieren dinero propio con el que pagarse servicios privados, más rentables para ellas, lo público solo beneficia al común de los mortales.

Otro de los términos que le gustan a algunos es la competitividad. Dicen que si el mercado es competitivo las empresas pujan por ser la más atractiva para el consumidor, y por consiguiente, es beneficioso para los de a pie. Cierto es, pero se olvidan, perdón, ignoran deliberadamente, los oligopolios en que se constituyen las principales empresas, llegando a acuerdos de última planta de rascacielos sobre qué es lo mejor para su sector. ¿Acaso la competitividad de las eléctricas ha aliviado el bolsillo de la gente? ¿Acaso la competitividad del sector financiero ha hecho que las hipotecas sean más baratas? Hay pocas eléctricas, hay pocos grandes bancos, así como hay pocas grandes empresas a nivel general, para ellas es más fácil llegar a acuerdos de beneficio mutuo que competir realmente para beneficio de la mayoría. La competitividad de verdad se da entre las carpinterías, panaderías, pescaderías, fontanerías... que sí tienen que luchar por no quedarse sin clientes. Estas empresas no son las que llevan Amancio Ortega, Florentino Pérez o Ana Patricia Botín.

Por tanto, un partido político no puede estar a caviar y a castañas. Llevamos ya muchos años soportando dos partidos mayoritarios que mientras tocaban ante la gente con la flauta de Hamelin para conseguir su voto, componían la partitura con las élites del país. Tanto el PP como el PSOE llevan muchos años doblegados ante las exigencias del poder económico, a lo que en los últimos tiempos se añade el vasallaje ante el imperio de la Troika y su canciller Merkel. Del PP poco se podía esperar y su gestión ha dejado claro para quién gobierna.

El PSOE, en cambio, es una decepción para mucha gente, y sobre todo para sí mismo. Su rejuvenecimiento de cara, su remangamiento de camisa y su intento de colocarse como contrapartida al Partido Popular no puede ni debe hacernos olvidar en qué decidieron convertirse (versículo 135. “Pagarás la deuda a los acreedores antes que los servicios sociales a la ciudadanía”), y que aún son, por mucho gesto vacío (“No tenemos intención de derogar la reforma laboral”).

Tampoco por la decepción de los clásicos partidos deberíamos dejarnos caer a ciegas en brazos de otros algo más nuevos que vienen con la corbata cambiada pero con el mismo traje. Querer luchar contra la corrupción es un buen paso, pero no es cambiar nada si las políticas van a ser las mismas. La corrupción es una fuga de dinero y de democracia, pero con toda su gravedad, lo que desahucia a la gente, lo que nos lleva a altas tasas de pobreza, de mala alimentación, lo que acrecienta la desigualdad, es la política que se está poniendo en práctica, y en esto, Ciudadanos, el partido del Ibex, alabado por la patronal y por el BBVA, no va a hacer ningún cambio.

A día de hoy solo hay un partido de los cuatro en liza por las generales que apuesta por plantar cara a todos los problemas reales de la gente, corrupción, precariedad, exilio juvenil, desahucios, pobreza energética, paro, reestructuración de impuestos para aliviar la carga sobre la mayoría, pérdida de calidad sanitaria y de educación, integración territorial, etcétera. Podemos aspira a ser la esperanza de la gente que cree en la democracia, que quiere vivir con dignidad. Nosotros, la sociedad, nos jugamos mucho en los cuatro años venideros.

Nos jugamos dejar que impere la conciencia neoliberal gracias a cualquiera de los otros tres partidos y seguir beneficiando en primera instancia a las élites o volver a colocar a la gente como protagonista de toda acción política. Porque un partido pone por delante a los empresarios o a la mayoría. A los dos, imposible. Y lo tenemos muy claro. Nosotros, Podemos, no tenemos ambición de que al Ibex 35 le vaya mal, pero lo que no queremos en ningún caso es que si al Ibex 35 le va mal quienes paguemos los platos rotos seamos aquellos para los que 'bolsa' es solo el recipiente en que llevamos la compra a casa. Quienes quieran especular en el juego del mercado de valores, que asuman solos sus consecuencias. Y esto sí que es sentido común.

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