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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

En 'modo turista'

Cantabria se fija como reto incrementar en 2017 un 15% sus turistas.

Javier Fernández Rubio

El número de refugiados en el mundo creció un 7% en 2016. En total había campando por el orbe, sin abrigo y perseguidas por el miedo y la violencia, 65 millones de personas. Pese a tal multitud es difícil de creer que alguno de ellos se topara en su ruta con algún integrante de otra multitud igualmente 'in itinere': la de los 77 millones de turistas que visitaron España el pasado año.

Se calcula que el mundo albergaba en la Nochevieja pasada 7.400 millones de seres humanos. Tres Nocheviejas antes ya se conmemoró el turista número 1.000 millones, una muchedumbre itinerante equivalente a la población mundial en 1800. Si uno de cada siete habitantes del planeta realiza un viaje al año, eso quiere decir que todos tarde o temprano acabaremos siendo turistas, querámoslo o no.

Con los turistas pasa como con los peatones. Basta que uno se monte en un coche, en una bici o en un patinete para que deje de serlo y se convierta en otra cosa. Si este verano no salgo de casa soy vecino; si cojo el tren y me voy a la ciudad de al lado soy turista. Aunque hace falta algo más: falta el 'modo turista', una forma de pensar que uno se calza como se calza una camiseta en verano.

Somos curiosos por naturaleza, pero habría que tener la fortaleza de ánimo de un yogui para resistir los mensajes compulsivos que nos impelen a viajar. Desde el cuñado hasta el presidente del Gobierno, medio mundo anima al otro medio a coger las maletas, para solaz de compañías aéreas y hosteleros.

Pero turistear no es viajar, sino desplazarse con el billete cerrado de vuelta. Del viaje queda suprimida la aventura (que, no se nos olvide, es el riesgo de perder la vida), reducida a la emoción enlatada que ofrece un espectáculo cualquiera. A cambio se nos inviste de la armadura de consumo. En 'modo turista', quedan suspensos los límites y la voracidad por recorrer, probar y fotografiar se dispara, eso sí, con fecha de caducidad. Los problemas quedan aparcados hasta que uno regresa y acciona el 'modo vecino'.

Estos meses se ha desatado una guerra entre turistas y vecinos en las ciudades españolas. Y como no podía ser menos, el problema, que lo es, está mediatizado por el egoísmo y la manipulación política, ese espejo deformante que impide llegar a cualquier solución racional y lo desquicia todo.

En Cantabria aún no se ha alcanzado el techo de turistas, ya que mayoritariamente llegan nacionales. Hay gente por las calles, mucha, y bastaría que el que espera en el semáforo desenfundara una pancarta para que se haya constituido una manifestación, pero en Cantabria, ya digo, no sabemos todavía lo que es el turismo de grandes masas. Y no lo sabemos porque el turista extranjero en gran cantidad está por llegar. Cuando haga acto de aparición en riadas no faltará quien eche gasolina al fuego y el vecino, futuro turista él, acabará saliendo a la calle con la 'pattada sarda' entre los dientes.

Este es un relato envenenado que tiene una base problemática real. Nos sorprenderíamos de hasta qué punto dependemos de esta economía de bajo valor añadido a la que llamamos turismo. Salir a la calle y apedrear al visitante puede suponer de vuelta a casa la pérdida del trabajo de forma indirecta o indirecta. Pero no se trata de eso. El mundo evoluciona hacia una depredación sin parar mientes en los costes, y hasta el mismo vecino es animado a comportarse como turista en su propia ciudad o pueblo. Pero ello no exime de pensar en los costes. Y en especial las autoridades, que desean como maná del cielo cada vez más turistas, como si las pagaran por generar un nuevo problema y no por un desarrollo sostenible de las ciudades.

Más allá de las medidas para incentivar la afluencia de visitantes apenas nadie piensa en cómo pacificar las calles cuando esto se produzca. Seguimos instalados en ese pensamiento mágico de que los problemas ya se resolverán cuando aparezcan y es más fácil subvencionar a compañías aéreas que evitar la gentrificación y sujetar las bridas de los negocios que hacen su agosto sin pensar en los daños colaterales en la convivencia, la carestía de la vida y el medio ambiente.

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