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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Un oficio magnífico

María San Emeterio

Cómo me gustan los padres. En serio. Es ver a uno de ellos haciendo cualquier cosa de ésas que suelen hacer con sus hijos y ponerme de un tierno que levito. Padres jugando, padres dando la merienda, padres con el niño sentado en el carro de la compra entre hileras de comida, padres limpiando mocos, padres con bolsas de bebé colgando del hombro o padres lidiando con las primeras pedaladas. Y qué decir de los padres con churretes de puré esparcidos por los vaqueros. Da lo mismo. Lo que sea que hagan me gusta.

Y se acerca el Día del Padre. Estoy un poco hasta la coronilla de los “días de”, pero es cierto que éste me motiva más que el día propio, el de la madre, que lo soy y es una cosa estupenda, pero es algo tan normal que una mujer de 36 años sea madre que cada vez que llega el 19 de marzo y mis amigas me felicitan por ser tan buen padre me pongo más que contenta.

Es que soy un buen padre. No sé qué significa eso, pero como mis roles se duplican me lo tomo con mucho humor, así no sea capaz de dejarme barba, distinguir un saque de falta de un tiro libre indirecto ni de competir a ver quién llega más lejos a la hora de hacer pis de pie.

Aun con todas sus cosas buenas, ahora que soy madre y antes de serlo, o sea, siempre, he defendido que no hay un amor más desinteresado que el de un padrastro (o madrasta). Que por cierto, vaya par de palabras feas les pusimos para designarlos. Ni siquiera tienen un triste sinónimo que rodee el desaire que es su sustantivo.

Conozco a unos cuantos. Padrastros, digo. Y en cada uno de ellos he encontrado un bonito hallazgo de persona. Hay un comentario común en ellos, y es la pena que sienten de no haber conocido al niño/niña antes. Haberse perdido los gateos, balbuceos, biberones y otros charcos. Y qué queréis que os diga. Con la de padres biológicos que renuncian a ello, yo a estos hombres los admiro mucho.

La primera acepción de la palabra padre en nuestro diccionario es un tanto pobre. Dice “varón o macho que ha engendrado”. Tampoco el resto de significados del término me deja satisfecha. ¿Nos convierte en padres la biología, tan sólo el hecho de que seamos capaces de reproducirnos con mayor o menor esfuerzo? Yo creo que no, y salta a la vista en las muchas familias que se han convertido en monoparentales de la noche a la mañana el escaso empeño que ponen algunos en llegar más allá de ser un “varón o macho que ha engendrado”.

Así es que me dirijo a uno de mis amigos-padrastros para aclarar una pregunta que siempre ronda eso que tengo debajo de los rizos y se escapa entre tanta crema acondicionadora. “Oye Fulano”, le digo, “que estoy escribiendo una columna acerca del Día del Padre, pero hablando de los padrastros; vosotros no tenéis ningún derecho sobre los niños, ¿verdad?”. La respuesta duele un poco, pero lo cierto es que es bastante habitual asistir a este tipo de perrerías de la vida: “Sí”, contesta, “pagarles lo que el padre deja de pagar cuando decide no abonar la pensión comprometida”.

De repente me visualizo laracroftizada repartiendo leña a mansalva.

“Pero es un oficio magnífico, añado”.

Y dejo las pistolas en el suelo, sigo escribiendo y pienso en la suerte que tengo. Así, en general. Y con hombres como éste, mis bonitos hallazgos, en particular. El jueves brindaré por todos vosotros. Feliz día del padre no biológico a todos los que ejercéis con tanta maña como mi amigo este oficio magnífico.

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