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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El presente del futuro

Biblioteca hacker

Javier Fernández Rubio

La experiencia es un bien que se adquiere cuando ya menos falta hace. Es como las castañas para el que no tiene dientes o el reloj que se regalaba antiguamente a los jubilados alcanzada una edad en la que ya a duras penas podían ver la hora y apenas necesitaban ya estar pendientes de la hora.

La experiencia evita las malas jugadas de la vida, pero la vida exige malas jugadas para adquirir experiencia; luego: para evitar algo se tiene que producir antes ese algo. Un lío. ¿Cómo romper este círculo en donde la causa y el efecto se confunden? ¿Cómo progresar? Sí, por medio de la experiencia y el conocimiento. Pero ¿cómo conseguir aprender de lo que vivieron otros, de modo que nuestra vida sea más segura y mejor, más sabia?

Uno no puede acudir a un centro comercial y adquirir un paquete de experiencia (incluso dudo de que, estando disponible, algunos se muestren interesados), lo que no quiere decir que no pueda adquirirse por otros medios. Pero esta 'transferencia de información', como lo llamarían en la universidad, es vital para ahorrarnos unos cuantos quebraderos de cabeza. Y como el testigo en los relevos, exige que ese conocimiento pase hacia adelante, es decir, que se transmita a las siguientes generaciones. Ese es el pacto no escrito.

Visto que nos ahorramos la visita al centro comercial, cosa que es de agradecer, vamos a dirigirnos a donde puedan enseñarnos con lo que otros vivieron antes. Se me ocurren tres 'lugares': los padres (o los ancestros, mejor dicho), los profesores y las narraciones; o mejor dicho, el hogar, la escuela y los libros.

Los padres eran esas señoras y esos señores que siempre estaban trabajando y/o reproduciéndose y apenas tenían tiempo para otra cosa. (Bueno, había padres que no daban un palo al agua, pero esos siempre vivían al otro lado de la ciudad.) Afortunadamente, los dioses crearon a los abuelos y les concedieron el discutible don de instruir a la prole en el momento en que deberían dedicar el tiempo que les resta a ellos mismos. Mala suerte (El ocio también es como la experiencia: cuando llega, o no apetece o no puedes o no te dejan.)

Pero lo cierto es que el vehículo de transmisión de experiencia por antonomasia siempre han sido los padres.

Ser padre no es difícil. A no ser que haya un impedimento fisiológico, tener un hijo es dejarse llevar por la naturaleza, que no necesita manual de instrucciones. La prueba del nueve es que los tontos tienen hijos, incluso los muy tontos, lo que no quiere decir que cualquiera pueda ser padre en sentido estricto. Ser padre es otra cosa que viene después, más ardua, y relacionada con la transmisión de conocimientos, buena parte de los cuales vienen dados por la experiencia. A eso lo llamamos 'educar'.

Pero ¿qué hacer cuando el padre tiene tan poca experiencia como el hijo? Esto es algo muy de nuestros días. Veo a un padre o a una madre empujando el carrito de su hijo y pienso que son un niño llevando a otro. Incluso visten igual. Antes, con 25 años, ya se sabía latín, latón y hojalata. A palos, se aprendía. Ahora con 25 años se es un experto en videoconsolas, no se va de casa ni con Zotal y los 'viejos' son esos pelmas engorrosos que rallan hasta la saciedad. Tener un padre que 'eduque' a su hijo es un lujo, tanto como tener un hijo que le preste la mínima atención.

La segunda fuente de experiencia son los maestros. Yo he tenido de muchos tipos y algunos buenos. Recuerdo a uno que, mucho antes que Fukuyama, decretó el fin de la historia. Ocurrió en 1939, por si tienen curiosidad. Algo de razón debía de tener porque alguna autoridad educativa le puso, primero, a dar clases de Formación del Espíritu Nacional, y luego, clases de Historia. Y ya sabemos que las autoridades educativas nunca se equivocan. Así que estudiar con este hombre era una sinecura: la Historia de la Humanidad, es decir, la española, empezaba en 1936 y acababa en 1939, tres años. Lo que había antes era el prólogo y lo de después el posfacio, dos cosas absolutamente superfluas de las que se podía prescindir.

Según la encuesta de 'Usos, hábitos y demandas culturales de los profesores e investigadores universitarios andaluces', uno de cada diez profesores de las 10 universidades analizadas leía un libro “menos de una vez al mes, casi nunca o nunca”. Además, uno de cada diez no leía con frecuencia ni siquiera libros de su rama de conocimiento. Estoy convencido de que habrá datos comparables en otras comunidades autónomas, pero lo cierto es que si hay padres tan infantiles como sus hijos, también hay profesores tan ignorantes como sus alumnos. Que hayan alcanzado la universidad dice mucho del estado de la universidad actual.

En los países nórdicos, ser profesor es más difícil que en España una ingeniería de Caminos (digo esta profesión, porque es misteriosa y paralizante para la mayor parte de la ciudadanía: ser ingeniero de Caminos en España es lo más, solo comparable a ser exministro y futbolista). Ellos tienen un razonamiento aplastante: los hijos son el futuro y por ello hay que darles lo mejor. Y los maestros son lo mejor. Por ello, el informe PISA es como el algodón, no engaña: Finlandia está arriba y España en el pelotón. Y esto es incuestionable por más que la gorilada ibérica se dé golpes protestando por la enésima humillación patria. Si no, a ver cómo se explica esto: el informe PISA de 2015 certifica que la habilidad lectora de los quinceañeros españoles en 2000 (índice: 493) era superior a la de 2012 (488). El español desciende del mono y evoluciona hacia el cangrejo.

Con la tercera fuente de experiencia, los libros, ídem.

Antes de los libros, estaban los mitos, la narración oral, que ofrecía no solo una explicación de la realidad, sino que permitían averiguar, sin experimentarlo dolorosamente, cosas como que al acercar la mano al fuego uno se quema, ciertos frutos son venenosos y que los encuentros con lobos, osos y leones son desaconsejables. El libro, un maravilloso artefacto técnico que lleva 500 sin síntomas de obsolescencia, ha sido y es el gran vehículo de transmisión de conocimiento y, por ende, de sentido crítico y libertad. Sin el libro no se puede entender a Lutero, Voltaire y Fleming.

Quien no tenía un padre o un profesor, o ambos eran dos tarugos, siempre podría adquirir experiencia (y consuelo) en un libro. Pero los libros, con toda la accesibilidad actual que conduce a ellos, siguen siendo un instrumento de una minoría. La manera en que nuestra sociedad se aleja de los libros es un elemento de retraso suicida y estúpido. No es una casualidad que las potencias mundiales sean las que más patentes tengan. Y decir esto es decir investigación, es decir conocimiento, es decir libros, todo lo cual está siendo destruido por el poder y la pereza.

Acabaré con un elemento que da para ser optimista: las mujeres. Ellas, que son protagonistas de la única revolución que se ha mantenido en el tiempo y progresa adecuadamente, son también la tabla de salvación de la sociedad. Según el CIS, leen más que los hombres, asisten más a menudo a la biblioteca y van más al cine. Son las grandes consumidoras de cultura. Pero son más cosas: son las grandes transmisoras de experiencia en la familia, son mejores pedagogas y, por supuesto, mejores alumnas. Ellas son 'sapien' y los hombres 'neandertal'. Ellas son el presente del futuro. 

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