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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Los que no tienen razón a veces están en lo cierto

María José Sáenz de Buruaga e Ignacio Diego tras el Congreso Regional del PP de Cantabria.

Javier Fernández Rubio

Nos hemos pasado media vida oyendo que el debate es elogiable, que la disensión es necesaria, que el intercambio de pareceres es enriquecedor, pero a la hora de la verdad vemos cómo el debate no es aceptado a no ser que sea confirmatorio, la opinión contraria mejor es dejarla quieta y el intercambio de pareceres queda recluido en el coleto. Predicar y dar trigo parece cosa de misioneros y almas de cántaro, lo que de verdad se exige en la praxis diaria es la unanimidad fanática, la lealtad ciega y el consenso por decreto. A la hora de la verdad lo que importa es un sí o sí sin fisuras, de grado o por la fuerza, voluntario o forzoso, como en la mili.

Después de tanta historia con el debate interno, en el momento en que hay que ponerlo en práctica los partidos implosionan. Este es el caso de las primarias, un carro al que los partidos con décadas a sus espaldas suben sin ningún convencimiento obligados por los que vienen por detrás empujando y que aún se pueden permitir ese lujo cuando sus estructuras de poder están en fase de consolidación. Pero aquellos que llevan años con estructuras de poder institucionalizadas, que están acostumbrados a predicar el diálogo y repartir la sucesión controlada, no saben donde se meten. O sí.

Debate sí, pero poquito, que es como cuando se decía libertad sí, pero no libertinaje.

No existe el libertinaje. O se es libre o no se es. O se está abierto o se está cerrado. O hay debate o no lo hay.

Las principales preocupaciones de PP y PSOE no vienen por el estado de la sociedad sino por el cuestionamiento de las legitimidades de sus grupos de poder. Y cuando las cosas escapan de control aparece el surrealismo.

En el Partido Popular, el experimento de las primarias ha sido rápidamente cercenado por Mariano Rajoy después de las crisis que ha abierto en algunos territorios como Cantabria. Y es que cuando se abre una puerta es difícil cerrarla como no sea con un portazo. No se puede utilizar un sistema como las primarias para teledirigir una dirección nueva con los afiliados como convidados de piedra, del mismo modo que no se puede utilizar un martillo para apretar una tuerca. Porque puede salir o puede que no. Va a ser que no. Cerrar esa puerta después es traumático si los que quedan desalojados no lo aceptan. Y es lo que ha ocurrido. La rebelión de los defenestrados.

En Cantabria se han instaurado dos legitimidades internas: un grupo, el que encabeza el expresidente Ignacio Diego, gana el voto de los militantes, pero pierde el de los compromisarios. El otro, el de su sucesora, María José Sáenz de Buruaga, tiene el refrendo de los compromisarios después de perder el de los militantes. ¿Quién ha ganado? ¿No son militantes todos? Pues parece ser que no. Y aquí entran en juego todos los detalles, que son lo determinante más allá de los eslóganes de la propaganda oficial: el desigual reparto de representantes por territorio a la hora de distribuir a los compromisarios, los 14.000 militantes (cifra mágica que siempre se esgrime) reducidos a la hora de la verdad a una cuarta parte, el abono de cuotas a última hora y por terceros, la ineficiencia de los mecanismos internos de impugnación, la judicialización de la política interna, constatación todo ello de un fracaso y una falla. Un disloque para quienes no están acostumbrados a estas cosas.

Roto en dos mitades, el Partido Popular se encuentra en una situación de bloqueo, como esos barquitos de papel que caen en el torbellino de un sumidero. Sin voluntad de negociación, sin cuotas de poder que repartir, sin acceso a cargos de representación en instituciones, empresas públicas y consejos de administración, con los canales internos ocluidos, con las actas de diputados en poder de sus titulares, con enemistades acendradas, no hay margen de movimiento más que la destrucción del oponente. Pero hay que poder y hay que disponer de tiempo y apoyo mediático.

Los dieguistas apelan a la dirección nacional, que es como cuando la oveja apela al lobo ya que ha sido este lobo el que ha promovido su desalojo. Cuando Génova se lava las manos, el único camino expedito es el de los tribunales, pero está por ver que un juez quiera meterse en este fangal y resolver qué ocurrió con los compromisarios de Laredo, pieza clave en la victoria por la mínima de los buruaguistas. Y si el juez se remanga y entra en materia quedan meses por delante hasta que se produzca un fallo.

Se mire como se mire, al PP le quedan dos años de viacrucis antes de llegar a las elecciones. La dirección cuestionada empieza a recorrer el camino de la disciplina interna y ahí tiene los estatutos y los precedentes. (Capítulo III del Título I: suspensión temporal de militancia y apertura de expediente de expulsión). Con un grupo parlamentario dividido y fuera de control, y representantes municipales abiertamente en contra, el cauce disciplinario puede acabar en la expulsión pero poco más en la practica. Los diputados disidentes seguirán siendo diputados y el Grupo Mixto engordará. Y llegarán las elecciones. La dirección oficial, si un tribunal no echa abajo el congreso de marzo, podrá hacer su lista en 2019, pero tampoco puede descartar que un grupo significativo acuda a los comicios por su cuenta. No sería la primera vez que la derecha acuda a las elecciones dividida y se reagrupe una vez configurado el Parlamento. Ocurrió en los años 90.

Otro que no gana para sustos es el Partido Socialista. Este tiene más cultura interna pero hasta cierto punto. Tras la experiencia Borrell, vuelven las elecciones internas a dar disgustos y Pedro Sánchez, que no se resigna a caer, sigue vivo y coleando como una vieja estrella del rock. El proceso de candidaturas para la elección de secretario general es una puerta abierta que no puede cerrar una gestora que llevó a la renuncia al ahora aspirante e hizo posible que Mariano Rajoy gobernara (esto hay que repetirlo: que hizo a Mariano Rajoy presidente). El fantasma vuelve a pasearse entre las almenas del castillo de Elsinor y no se resigna. Y lo hace con un apoyo significativo de las bases, lo que establece una legitimidad contraria a la que ostenta la actual dirección. De nuevo dos legitimidades enfrentadas y unos cauces internos que no se sabe a quién o qué representan.

La encrucijada que vive el PSOE no es menor que la enfrentada por el PP, aunque ambos se muevan en coordenadas distintas. Fuerzas encontradas pugnan en su interior y lo que se discierne en definitiva es el modelo de sociedad en que vivimos y la relación con el poder, con el poder real, ese que no se presenta a las elecciones porque no lo necesita. Y lo que da vida en el fondo la quita; y lo que conduce a la crisis en el fondo es lo que hace identidad y ofrece un futuro. ¿Qué camino elegirán los socialistas? Sea lo que sea que resulte, también al socialismo le queda un viacrucis por recorrer.

Ya no quedan verdades absolutas. El cliente no siempre tiene razón y, en ocasiones, quienes no tienen razón están en lo cierto. Sólo depende de qué entendemos por razón y de qué entendemos por certeza, si es que algo tan absoluto como la verdad existe.

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