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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Ser el sueño de otros

Más de 7 millones de brujas y zombis se lanzan a 70.000 fiestas de Halloween

Javier Fernández Rubio

No sé si a usted le contaban historias de brujas cuando era niño. Seguro que sí. Esos seres tenebrosos, con vidas al margen de la comunidad y aquelarres dantescos producen, ya de mayores, más sonrisas que pavor. Afortunadamente, las brujas que nos visitan están más relacionadas con la administración del ciudadano que con vuelos nocturnos a horcajadas de una escoba. Aunque esto no sea precisamente un consuelo.

Se calcula que la caza de brujas, sobre todo en Europa, le costó la vida a medio millón de seres humanos. El proceso de delación, tortura, confesión y ajusticiamiento era seguido, con todas las variables locales y religiosas que se quiera, de manera metódica y expeditiva en todas partes. La Inquisición, esa contribución magna que hicimos a la comunidad universal, se dedicó con ahínco a estos menesteres, hasta el punto (ver: Marvin Harris. 'Vacas, cerdos, guerras y brujas'.) de que la brujería fue más un invento 'necesario' que un fenómeno real.

Pero haberlas haylas. Y las hubo. Solo que no eran brujas. Aparte de las raíces religiosas, la represión de comportamientos femeninos y razones económicas, se constata la existencia del uso de drogas alucinógenas desde muy antiguo. Esa experiencia lisérgica es a lo que se denomina todavía 'viaje' y que es el viaje de las brujas, con o sin escoba. Viaje, flash, subidón... Se llame como se llame, se constata en las crónicas y autos el uso de una sustancia que, en contacto con la piel, producía efectos alucinatorios. Y como bien saben los frecuentadores de sustancias inconfesables, no hay viaje sin pócima. Drogarse, como verán, no sólo es cosa de brujas.

Miro un grabado de Goya sobre una bruja montada en una escoba y me sonrío al saber que la sustancia lisérgica se untaba habitualmente en un palo y se frotaba contra el cuerpo (adivinen usted en qué parte especialmente delicada; pero si no acierta, recurra a la iconografía brujeril).

En esos viajes, obviamente, pasaba de todo sin necesidad de abandonar el habitáculo. En los sueños lisérgicos de aquellos hombres y mujeres, viajes extracorpóreos, viajes en un sentido casi casi real, aparecían vecinos y conocidos, todos los cuales acababan en poder de la Inquisición y seguían el calvario de tortura, confesión y ajusticiamiento del que no escapaba ni dios.

Ellos formaban parte del sueño de otros. Y esto, que parece muy poético, debió ser algo muy terrible. Vivir sin tener constancia de que uno estaba formando parte del sueño lisérgico de otro, ser quemado vivo sin comerlo ni beberlo, era en realidad un sueño de la Inquisición del que la víctima inocente se despertaba en el potro de tortura. Carpinteros, aguadores, maestros, padres, cualquier vecino podía ser denunciado y acabar denunciando a otros.

Yo, si me preguntan, prefiero no formar parte del sueño de nadie (no me hagan chistes, por favor). Pero uno acaba formando parte del sueño de otro sin que le pregunten. ¿Quién no ha acabado trabajando para alguien o embarcándose en un proyecto, que es el sueño de otro? Somos de la materia de la que están hechos los sueños, no me cabe duda.

La política misma es una burbuja psicotrópica y a algunos políticos deberían hacerles un test de drogas nada más salir de casa. Solo que no lo llaman sueño, lo llaman ambición. El sueño del político es voraz y está plagado de mensajes alucinatorios, pero nadie tiene escapatoria de él y al final todo un país es presa de la ambición de unos pocos. 

Sólo desde este planteamiento muy básico puede entenderse lo que la política nos da. Se nos promete un mundo, y se nos concede un embargo; se apalabra una utopía, y acaba apareciendo un súcubo. Curioso animal el político, yonki lisérgico donde los haya, soñador que nos lleva de la mano al potro.

Yo, por si acaso, prefiero no soñar. Y ya puestos, tampoco dormir. Aunque con los cuatro años que se avecinan, dormir lo que se dice dormir, vamos a dormir poco.

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