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La burbuja cultural y el contento antagónico, según César Rendueles

Alberto Santamaría y César Renueles, de izquierda a derecha, durante la apertura del encuentro 'Políticas visuales, escrituras políticas'.

Paco Gómez Nadal

Re-pensar, re-pensarse no es una afición colectiva. De hecho, la visita del sociólogo asturiano César Rendueles a Santander no ha provocado furor. Una quincena de personas asisten a la sesión de apertura del encuentro 'Políticas visuales, escrituras políticas', coordinado por el filósofo y poeta Alberto Santamaría.

Hablar de cultura y política no es un espectáculo de masas; tampoco invitar a la autocrítica. Rendueles, autor del aplaudido ensayo 'Sociofobia: el cambio político en la era de la utopía digital' (Capitán Swing, 2013), no ha sido ni complaciente ni políticamente correcto. “No hay salidas fáciles [a la postración cultural] pero habría que comenzar por reconocer que la izquierda ha ejercido muchas veces de palmera del capitalismo”.

La tesis de Rendueles es fácil: en España se produjo una “burbuja especulativa cultural” junto a la burbuja inmobiliaria. Junto, no de forma paralela, “porque hubo una furia de centros culturales y artísticos que ocuparon una posición central en las operaciones urbanísticas”.

En su charla de este viernes, César Rendueles planteaba como la burbuja cultural fue justificada por muchas voces de la izquierda utilizando palabras fetiche como participación, aunque los que participaban “eran de una tremenda homogeneidad social”. Y al tiempo que se levantaban esos espacios culturales desmesurados y se “sobreproducía cultura” bajo la idea de las industrias creativas y las “ciudades creativas” se estaba produciendo “un fuerte ataque a las prácticas culturales públicas y tradicionales [bibliotecas, asociaciones, etcétera]. ”Lo que se promocionaban eran las prácticas culturales productivas, esa historia del motor económico de las industrias culturales que no tiene ningún sentido porque la cultura como mercancía es una mierda“.

La trampa de la creatividad

La realidad es que la cultura no es una industria en España. “Hay una vigorosa empresa del entretenimiento audiovisual, pero no industria cultural”. “Los discursos del emprendimiento esconden una realidad: es en los países pobres donde más gente trabaja por su cuenta. Hay que lo que se esconde es una terrible precariedad en las condiciones de trabajo en el sector cultural”, insistía Rendueles. Y lo hace en nombre de la “creatividad”, una creatividad no emancipadora pero que “al capital le gusta porque le es muy rentable”. A cambio, “la experiencia en España de las ‘ciudades creativas’ es la de la precariedad extrema a cambio de la reinvención personal permanente, de la promesa de vivir muchas vidas… precarias”.

El sociólogo es tremendamente crítico con el papel que ha jugado la cultura como “pieza fundamental para que aceptemos la miseria”. “Los nuevos centros de arte, los festivales de música electrónica, los medialab… son la versión amable de la precariedad”. Si se pudiera hablar de una izquierda cultural, cree Rendueles, que ha sido complaciente. “Hay un cierto contento antagónico ante el giro ideológico del capitalismo desrregulado que nos ha convencido que la emancipación consiste en ser moderno”.

‘Políticas visuales, escrituras políticas’ se extenderá por 48 horas intensas en las que creadores, periodistas, editores, productores y otros agentes del sector cultural van a debatir sobre esa relación entre cultura y política en momento en que, como adelantaba Alberto Santamaría, “la palabra cultura se ha convertido en un prefijo que puede ir delante de casi todo siempre que sea consensual, que no genere fricciones”. Las jornadas tiene como marco el proyecto Tan Cerca que fomenta el eje ‘cultural’ Santander-Bilbao, aunque, como recordaba el poeta cántabro, “ambas ciudades son ejemplo de cómo la política vende la cultura como motor económico”.

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