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“En democracia, la competición se hace a través del discurso y nuestros políticos no están capacitados para ello”

El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, Antonio Rivera.

Rubén Vivar

De Zhöu Göngdàn a Galileo, de Martin Luhter King a Evo Morales, de Salvador Allende a Angela Merkel, pasando por Emilio Mola, Felipe González o Nicolas Sarkozy. El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, Antonio Rivera (Miranda de Ebro, 1960), ha protagonizado este miércoles una conferencia en la Librería Gil, donde ha presentado su último libro ‘Antología del discurso político’ (Ed. Catarata, 2016).

Este ejemplar recoge 130 grandes intervenciones de personalidades de todo tipo con las que de forma coordinada repasa los acontecimientos históricos más destacados de la historia contemporánea. Unas horas antes de participar en este acto charla animadamente con eldiario.es Cantabria y nos desgrana los ingredientes para elaborar un buen relato, al tiempo que valora críticamente la oratoria de los políticos actuales.

¿Qué diferencia a este libro de otros del mismo género?

Esta antología en el fondo es una historia del mundo. Es decir, no se ha hecho lo que suele ser más habitual, ir a buscar los discursos más bellos, más brillantes o los más famosos, sino que lo que he hecho ha sido una especie de identificación de lo que han sido los grandes acontecimientos en la historia de la humanidad y desde ahí he seleccionado qué personajes podrían identificarlos de alguna manera y buscar entre sus discursos conocidos cuál podía ser representativo. Esto lo que hace es darle una línea de continuidad y un hilo conductor a estos 130 discursos que de otra forma podían aparecer de una manera deshilvanada. En pequeñas píldoras uno va recorriendo las diferentes problemáticas que ha tenido el ser humano a lo largo de la historia, obviamente mucho más cargado en la parte contemporánea pues porque, entre otras razones, contamos con muchísimas más fuentes seguras.

En segundo lugar, es muy interesante la diversidad de autores. Habitualmente los libros de discursos suelen ser muy previsibles, hay una hiperabundancia de los grandes discursos que se repiten una y otra vez. Aquí he querido abrir el abanico y no hay únicamente discursos de gobernantes sino también de opositores, de literatos, de jueces, de abogados, de científicos, de ciudadanos sin más...

Un trabajo arduo. ¿Cuánto tiempo le ha llevado?

Me ha llevado medio año trabajando con una cierta intensidad. Me he divertido mucho, con lo cual no tengo esa sensación de haber empleado tanto tiempo. Cada uno de esos 130 discursos te obliga a tener un conocimiento al respecto porque vienen introducidos con un pequeño párrafo donde explico porqué a mí me ha resultado de interés. También hay que tener mucho cuidado de no meter veneno en la edición porque a veces internet está infestado de versiones apócrifas, a veces manipuladas, cortadas...

Y luego hay que leerlo varias veces para ver del texto completo qué fragmentos te interesan, de tal forma que los puedas cortar al objeto de que no se hagan demasiado largos para no echar para atrás a los lectores pero a la vez no quitar los fragmentos que le puedan dar una continuidad y un sentido al conjunto.

De todos ellos, ¿cuál ha sido el que más le ha llamado la atención y por qué?

No sabría contestar. La verdad hay muchos discursos que me parecen magníficos pero por razones diversas no sería capaz de quedarme con uno. Cada uno de ellos me ha suscitado un interés y una curiosidad, aunque alguno me salta a la mente, como la destreza del “negro” de Nicolás Sarkozy convirtiendo a los herederos de mayo del ‘68 en una especie de capitalistas pijos; un tipo capaz de dar la vuelta a la lógica y de presentar a unos inversos de lo que son y viceversa, pues me parece tremendamente brillante.

O Mc Macarthy denunciando que los servicios secretos de EEUU están infectados de comunistas en los años 50 o la contundencia de Emilio Mola amenazando de muerte a sus opositores en los primeros meses de la Guerra Civil; o el padre de la China moderna identificando los valores occidentales como algo desarrollista, perverso,... Y ahora mismo que estamos con el brexit, el discurso de Margaret Thatcher una vez que ha dejado de ser primera ministra es muy interesante porque se ve cuál es la posición abiertamente contraria a la UE de una parte importante de los conservadores británicos entendiendo que lo que ellos hablan de uniformidad de criterios comerciales era el Caballo de Troya de la izquierda en el bastión conservador que era Gran Bretaña. Eso parece hilarante en los años 90 pero cuando ves cómo ha funcionando el discurso tramposo del brexit te das cuenta de la trascendencia que tiene el thatcherismo.

Cada uno de ellos tiene una trascendencia extraordinaria y me cuesta decir de esos 130 hijos míos cuál es el más guapo (ríe).

Por la evolución histórica que ha hecho de los discursos, ¿diría que ha cambiado mucho la forma de comunicar?

Sí, radicalmente. En la actualidad no vivimos un tiempo de discurso sino que vivimos un tiempo de micromensajes. La política se ha subordinado al sistema de medios. Aquello de McLuhan de “el medio es el mensaje” se ha convertido en una realidad indiscutible. Todo ello propicia el que haya una hiperabundancia de mensajes pero una ausencia de discursos, entendiendo el discurso como una exposición tranquila, larga, detallada, a veces erudita, que se escucha con sosiego, tratando de informarte al completo de una cuestión.

En estos momentos, los medios no están por esa labor; no hay público que esté atento a ese tipo de comunicación y, por supuesto, no tenemos una clase política que sea capaz de hablar durante una hora sin un papel. Al contrario, lo que se ha impuesto es el comunicador astuto, sagaz, que consigue colocar cada día esas tres o cuatro píldoras que le han recomendado en el maldito argumentario de los partidos, que lo que hace es que cuando ves un dirigente de tal partido puedes quitar el volumen porque ya sabes inmediatamente qué toca decir ese día.

En este sentido, creo que la información política está menguando extraordinariamente, tanto como por la propia culpa de los políticos como del sistema de medios. Un medio de comunicación trata normalmente de hacerse hueco en un sistema muy competitivo y cada vez más con argumentos que rozan el amarillismo, con argumentos y razones que tienen que ver más con lo curioso, con lo singular, en lugar de con lo profundo.

La verdadera naturaleza del discurso tiene más que ver con el siglo XIX o los primeros años del siglo XX que con final de ese siglo y desde luego que con el XXI, aunque sigue habiendo magníficos discursos y yo he procurado recoger algunos recientes, como el inevitable “Yes we can” de Obama, que es un ejemplo de que todavía políticos contemporáneos pueden hablar durante una hora y emocionar a la gente.

O el discurso de Navidad de este año de Merkel, que parece que antes de comerte los langostinos no es el momento para grandes reflexiones y sin embargo esta señora es capaz de introducir toda la problemática que estaba viviendo Alemania y Europa de los refugiados con gran tino.

O sea, si hay voluntad, a pesar de las circunstancias que vivimos, sí hay posibilidades para el discurso y posiblemente el ciudadano esté con ganas de escuchar razones y explicaciones en lugar de lo que se llama ahora los “zascas” recurrentes.

Y dentro de esta devaluación del discurso, ¿qué candidato cree que ha hecho mejor campaña desde el punto de vista de la comunicación?

No acertaría y además tampoco me he castigado lo suficiente en esta campaña ni en la anterior escuchando a nuestros políticos. En todo caso, como observador ocasional de nuestros grandes dirigentes políticos, creo que cada uno está especializado en una manera de hacer y en su estilo lo hacen muy bien. Mariano Rajoy se ha especializado en el uso del plasma y el tuit, es decir, cómo hacer un discurso en menos de 140 caracteres o como acudir a una rueda de prensa sin preguntas. Pedro Sánchez es un hombre muy pulido y muy formal y en ese sentido muy previsible; en general comete pocos errores pero es poco apasionado, y [Albert] Rivera está en esa misma línea. Y por último, creo que Pablo Iglesias se mueve mejor en ese nuevo formato del diván político, que es una cosa muy cercana a los reality shows. Cada uno en su campo lo hace más o menos bien pero desde luego no tiene nada que ver con lo que es el discurso.

Aun así, ¿ha incluido en su libro alguna intervención de estos dirigentes?

Solo me tentó Pablo Iglesias por la novedad y sobre todo por el redescubrimiento, en este caso de alguien que viene de la izquierda política, del término patriotismo que hace en ese discurso en la Puerta del Sol hace unos meses y que intensificó en la campaña electoral de junio. Ese detalle es interesante porque aparentemente trata de conectar con una tradición de un nacionalismo español de izquierdas, liberal, pero que posiblemente conecte más con la naturaleza populista de la propuesta de Podemos que tiene la patria, que no nación, como expresión del pueblo organizado políticamente frente a los poderosos, la casta, la oligarquía... Al final, me pareció demasiado pronto para darle categoría de clásico y lo he dejado para otra mejor edición (ríe).

¿Dónde está la frontera entre un buen discurso que conecte con el público y el populismo?

Una cosa es el discurso populista y otra el populismo como doctrina política. De hecho es una doctrina que en este país está llevando a cabo Podemos. Pero es una cosa muy concreta, no es hacer discursos con más o menos demagogia. El “no” límite nos lo acaba de demostrar perfectamente el brexit. Al día siguiente del resultado [Nigel] Farage, líder del UKIP, en una entrevista reconoce que el argumento principal para salir de la UE, que es que el dinero que pagaba de cuota a la Unión iba a pasar directamente a atender las pensiones en Gran Bretaña, pues en realidad él no lo había dicho y, en todo caso, podía ser un error o una exageración. Es decir, cuando un sistema político funciona sobre la base de que el centro de la propuesta se puede olvidar al día siguiente de la votación, ahí estamos hablando de cuáles son los “no” límites de la demagogia.

Por lo que ha visto en su trabajo, ¿el discurso político en España es más pobre que en el resto de países europeos?

No tiene por qué. Hay épocas. En España ha habido gente muy buena discurseando, como Emilio Castelar, Melquíades Álvarez, Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Felipe González, Adolfo Suárez... Hay algunos personajes que no es que sean grandes oradores sino que declaman magníficos discursos que les han escrito otros y ellos tienen mucha categoría para darle emoción, fuerza.

Volviendo a lo que me preguntaba, en España ha habido y volverá a haber magníficos oradores, lo que pasa que quizá en estos momentos no los identificamos como tal. Pero esto no quita para que en el futuro encontremos a alguien capaz de conmovernos, de tocar la fibra, y a la vez de contarnos algo. Ahora mismo yo creo que no los tenemos, quizá Iglesias vuelve a ser el más apasionado pero también tiene un formato. Ahora le han convertido sus discursos en una modalidad de rap; le acoplas eso con un ritmo de rap y parece que está rapeando una narración. Recuerdo que José Luis Rodríguez Zapatero era muy eficaz con su público y yo particularmente no lo soportaba porque sus discursos eran larguísimos porque eran muy lentos e iba casi deletreando cada palabra. Sin embargo, Zapatero en una época fue muy aclamado en sus discursos.

Para acabar, ¿qué ingredientes debe tener una buena intervención pública?

Alfonso Guerra decía que para ser político hacía falta tener dos cosas: pasión y oficio. Y yo creo que esto se podría aplicar al discurso. Primero tienes que tener una necesidad de contar algo. Un discurso es un relato sobre la realidad y una propuesta de mejora de esa realidad. Por lo tanto, tiene que ser un relato completo y complejo porque la realidad es compleja. Ahí estaría la pasión. Y luego hay que tener oficio, es decir, estar bien escrito, bien armado. Tampoco tiene por qué ser muy erudito, he visto muchos discursos escritos por “negros” que citan a filósofos alemanes y luego el tipo que los tiene que pronunciar no sabe cómo se dice y queda en ridículo. Es decir, tienes que tener una capacidad oral para expresarlo y ahora tenemos una clase política que no lo encontramos: ser capaz de hablar durante unos minutos largos sin tener que estar leyéndolo directamente del papel. Ahora mismo tenemos políticos, sin ir más lejos, nuestro presidente en funciones, que lee absolutamente todo y si vas a un partido te sorprenderías porque sus señorías leen su primera intervención y lo que es peor, leen hasta la réplica, lo cual es terrible. Claramente falta oficio.

En una política como la democrática, la competición se hace básicamente a través del relato y el relato hay que hacerlo oralmente a través de un discurso y hay muchos políticos que no están capacitados para ello y por eso creo que nos resultan tan aburridos y tan ajenos a nosotros mismos.

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