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Ara Malikian, el impecable violinista 'ermitaño' de El Soplao

Ara Malikian durante su concierto en la cueva de El Soplao. |

Sara Aja

El Soplao abrió sus puertas la noche del pasado viernes a 300 afortunados para asistir al concierto de una de las figuras más populares y queridas de la música clásica en nuestro país. Ara Malikian (Beirut, 1968) es músico clásico de formación, un virtuoso del violín, que parece la extensión de su propio brazo, y con un alma inherente de rockero.

La personalidad del artista creó, durante hora y media de programa, una simbiosis perfecta con la imponente arquitectura de la cueva. El músico, quien parecía el ermitaño anfitrión en El Soplao, puso la banda sonora a las miradas de escrutinio de los asistentes a las estalactitas y estalagmitas, que parecían diseñadas especialmente para la ocasión.

Cinco minutos antes de las 20.30 horas, la organización comenzó a llevar al público, en grupos de diez, a sus asientos. “La verdad es que este es un entorno único”, se adivinaba a escuchar entre las primeras reacciones de los espectadores ante el paisaje, engalanado con luces blancas y violetas.

Únicamente hay una vía de entrada en la cueva disponible, por lo que todos los presentes pasaron por el estrecho túnel que acompaña a la vía oxidada desde la boca de la cavidad hasta casi el escenario, incluido Malikian, quien hizo su aparición a las 21.00 horas.

Las luces atenuaron su intensidad al tiempo que los murmullos de expectación aumentaban. Comenzó a sonar un hilo musical que adelantaba la elegancia del evento. Y apareció el genio.

Ara Malikian paseó hacia el escenario empuñando su violín y, mientras tocaba, dedicaba miradas cómplices a un público que, sin embargo, recibía la mirada del artista a través de la pantalla de su dispositivo móvil, en constante grabación. El libanés tomó el escenario y concluyó su introducción con una serpentante melodía que despertó la primera ovación de los presentes.

El espectáculo

Si Malikian es uno de los músicos clásicos más reconocidos y reconocibles es porque sabe cómo captar al público. Su espectáculo clásico está dirigido a aquellos que no entienden de música clásica. Él es dinamismo, energía, pasión, virtuosidad; es un genio con la humildad propia de quien sabe que es impecable en la ejecución de su trabajo, por eso no ha de demostrar nada, porque se demuestra solo.

“Un concierto solo con el violín es un verdadero coñazo” admitía Malikian, quien tranquilizó a los presentes comprometiéndose a tocar un programa muy variado y rico en matices, para que la soledad melódica de su instrumento no se hiciese monótona para sus oídos.

Tras reconocer que el protagonismo de la tarde lo tendría la indescriptible belleza de la escena, dio comienzo a un programa que reunía a los más grandes de su instrumento. Bach, Eugene Ysaye y los 'Caprichos' de Pagagnini se mezclaban con los chistes espontáneos de Malikian, muy bien acogidos por el público, siempre cómplice.

El libanés fue humorista, maestro, historiador y cuentacuentos, explicando y poniendo contexto a cada una de las piezas que se disponía a tocar, aleccionando sobre la técnica de ejecución del violín y relatando anécdotas espontáneas que le venían a la cabeza, tanto de su vida, como de la vida de los compositores a los que homenajeó.

Abrió y cerró el programa con piezas de Bach, al que el violinista considera el pilar de la música y destaca reiteradamente la belleza de sus melodías. Continuó tocando siete de los 24 'Caprichos' de Pagagnini, que no son piezas musicales, sino estudios sobre nuevas técnicas de ejecución.

Los asistentes pudieron ser testigos de cómo un violín puede sonar como una guitarra o imitar una gaita a la perfección. Además, el músico exorcizó en directo a su instrumento y de él se escuchó una risa diabólica. Después homenajeó a Eugene Ysaye, de quien tocó su tercera sonata.

“Voy a tocar alguna más de propina, ya sabéis, aquí no tengo espacio para hacer el paripé de irme y regresar para tocar más”, bromeaba Malikian, para tocar la única pieza compuesta por él mismo de todo el programa. La tituló 'Rollo moro', pues se inspiró en sus primeros meses al llegar a Andalucía, entre flamenco y sol.

La que había sido la entrada para todos los asistentes se convertía ahora en la salida en el camino de vuelta, que Malikian recorrió de nuevo aferrado a su violín y tocando a Bach. “Gracias por haber venido, no es fácil tocar aquí por la humedad del mástil, parece que nade dentro del violín, pero sin duda la belleza de la cueva lo suple”, sentenció.

Tras hora y media en el interior el público ya tiritaba de frío, a pesar de la cálida atmósfera que el paisaje y la acústica conseguían, era inevitable castañear los dientes con los 12 grados de la cueva, aplaudiendo en pie al artista, quien dejaba el rocoso escenario y se adentraba de nuevo hacia la gruta de salida, desvaneciéndose el sonido del violín entre las interminables cavidades de El Soplao.

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