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It´s The Boss time: Tres horas y 40 minutos de rock

Springsteen cosecha un triunfo seguro en una San Sebastián rendida a sus pies

Aitor Guenaga

Bruce Springsteen es feliz en San Sebastián. Y se nota. Tres horas y 40 minutos de rock sin parar pueden noquear a cualquiera. Y si la liturgia comunitaria que es a día de hoy un concierto de The Boss (El Jefe) viene aderezada por su banda, la E Street Band, el público cae rendido a sus pies desde que las baquetas de Max Weinberg comienzan a aporrear (sí, sí, aporrear con un ritmo infernal) los cueros y se escucha ese “Kaixo Donosti” saliendo de una garganta preparada aún para arrastrar el rock por los grandes estadios del mundo.

Lo de esta noche en el estadio de Anoeta en Donostia ha sido una dosis electrizante de rock que ha dejado rendidas a las más de 40.000 almas que han asistido al último concierto del de New Jersey en Anoeta. En realidad, lo de Bruce Springsteen raya lo sobrehumano. Bruce no es de este mundo: no hay nadie en el mundo que con casi 67 años -los cumple el próximo mes de septiembre- haga estallar un estadio con una ristra de trallazos de rock que en esta ocasión tenía como excusa un álbum de antología en la historia de la música como el doble The River, publicado en 1980.

Una excusa bienvenida porque Sprinsgteen han rescatado para deleite del público auténticas gemas musicales que estaban esperando su momento para volver a sonar con toda su intensidad. The Boss ha acariciado al público con Point Black (A quemarropa), con esa letra que interroga a toda una generación:

¿Aún rezas tus oraciones, cariño?

¿Te vas a la cama de noche?

Rezando para que mañana todo salga bien

Pero las mañanas se van amontonando una tras otra

Te despiertas y te estás muriendo

Ni siquiera sabes por qué

Te dispararon a quemarropa

Te dispararon por la espalda

Nena, a quemarropa.

Y uno tras otro, los temas clásicos de un album que consagró al genio de New Jersey, a Steve Van Zandt, a los ya fallecidos Dani Federici (teclados) y el inconmesurable saxofonista Clarence Clemons, sonaron con toda su crudeza. Independence Day, Hungry Heart, Ramrod, The River, Sherry Darling, Two Hearts....

Como está haciendo en la gira europea -a diferencia de la estadounidense- The Boss ha roto el set-list desde el principio, dando entrada a clásicos que suenan como auténticos morteros en la 'guerra del rock' que es un concierto de Springsteen. La noche comenzó exactamente a las 21.08 minutos con Working on the Highway', para atacar después con su inseparable Fender Esquire 'No Surrender' y de inmediato My Love Will Not Let You Down. Cuando las crónicas de los conciertos de El Jefe apuntan que no hay tiempos muertos en sus bolos no es una exageración, ni una licencia poética del periodista. Apenas si se detuvo a beber algo de agua en dos ocasiones a lo largo de las tres horas y 40 minutos que duró el concierto. ¿Para qué parar?, debe pensar cada vez que se sube a la tarima y rinde a sus pies a decenas de miles de personas.

Hubo tiempo incluso para enderezar un sonido que arrancó gripado, empastado. Aunque ya se encargó Jake Clemons, el sobrino del malogrado Clarence Clemons de afinarlo y pasteurizarlo desde que sonaron las primeras notas en un saxo que (casi) nos ha hecho olvidar al bueno de Clarence.

Y siguió la fiesta con Darlington County, I'm Going Down, Promise Land y tantos temas que hicieron bailar al público al ritmo de un rock que ya es clásico por derecho propio.

Cuando la noche tocaba a su fin y hasta el propio Springsteen señalaba un reloj imaginario en su muñeca, tuvo que descargar las últimas balas de la noche: y, claro. sonaron el Born To Run, Tenth Avenue Freez-out, Dancing in the Dark, Born in the USA, con una garganta desgarrada que dio paso al mítico Twist and Shout/La Bamba. Las luces del estadio de Anoeta llevaban muchos minutos ya encendidas, pero al público le daba ya todo igual.

Para entonces ya había subido a bailar al escenario a una joven, rescatada de entre una primera fila abarrotada, había sacado a cantar al alimón Waiting on a Sunny Day a una niña de pelo largo y cara de éxtasis, incluso ordenó que un joven que portaba un cartel en inglés en el que se podía leer que él también quería subir a bailar bajo los focos aunque no fuera una chica cumpliera su sueño de esa noche de primavera. Y lo logró, al tiempo que se llevó para su casa un doble selfi -mirando al escenario y al público- con un Springsteen que parecía aún más alucinado que el chaval.

Y tronó The Rising o los duelos de guitarras en Because the Night que popularizó Patti Smith y que ambos escribieron dos años antes de la publicación de The River. Y cuando parecía que aquello no tenía ni podía acabar nunca, cuando The Boss había presentado a la banda y la había mandado a los camerinos de Anoeta, cuando Bruce estaba a punto de bajar la escalera del fondo del escenario para desaparecer definitivamente, ataviado con su su inseparable chalequillo de traje, apretados tejanos negros y oscuro hasta la médula como el rock, volvió bajo un foco tenue con su acústica y su armónica para susurrar la última canción: This Hard Land.

Tenía razón Jon Landau cuando en 1974 publicó un artículo en The Real Paper en el que dejó para la historia aquel: I saw rock and roll future and its name is Bruce Springsteen (He visto el futuro del rock and roll y su nombre es Bruce Springsteen. rock and rollEs justo lo que vimos este martes en Anoeta. Lo juro.

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