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El monstruo enamorado en 'La madre muerta'

La madre muerta.

José Albaina

Según Stephen King, son tantas las personas y circunstancias que intervienen en la elaboración de un film, que resulta casi un milagro obtener finalmente una buena película. Si bien, las diferencias entre el sistema de trabajo en Hollywood, al que alude King, y el del cine español son tan abismales como las que se dan entre un proceso de producción industrial y otro artesanal, la reflexión del escritor de Maine también es válida aquí. Y es un pensamiento que se ajusta perfectamente a una película que puede calificarse como prodigiosa: 'La madre muerta'.

La cinta de Juanma Bajo Ulloa, llegó a las salas españolas el cinco de noviembre de mil novecientos noventa y tres, y tras ser premiado con, entre otros galardones, la Concha de Oro en el Festival de cine de San Sebastián por su anterior film, 'Alas de mariposa', el estreno del nuevo largometraje del director vitoriano generó expectación. 'La madre muerta', supone una profundización en los planteamientos de 'Alas de mariposa'. El espectador de ambos largometrajes se encuentra, de nuevo, con una historia contada a través de una cantidad mínima de elementos. El escaso número de personajes y escenarios, junto al magnífico pulso narrativo de Bajo Ulloa, desembocan en secuencias de alta intensidad dramática. También en los dos casos, el rodaje se lleva a cabo principalmente en Vitoria-Gasteiz, una ciudad de espléndida fotogenia pero que en contadas ocasiones aparece en la gran pantalla, y que contribuye de manera decisiva a potenciar el ambiente gótico de la cinta.

En 'La madre muerta', Ismael (Karra Elejalde), entra a robar en la casa de una restauradora de arte donde es sorprendido por la misma y a la que dispara. A continuación, el criminal se encuentra con la hija de la dueña de la casa. Con este, en apariencia sencillo planteamiento, arranca la extraordinaria experiencia cinematográfica que supone dejarse llevar por esta película. Pero más allá del apartado argumental, es en los aspectos formales donde 'La madre muerta' alcanza un grado de exquisitez realmente excepcional. La dirección de fotografía, a cargo del multipremiado Javier Aguirresarobe, es un factor determinante para sumergir al espectador en la atmósfera única creada por Bajo Ulloa. La música compuesta por Bingen Mendizábal, sitúa al público en el tono emocional perfecto para entrar en la historia por medio de una banda sonora sencillamente sublime, que puede situarse con todo derecho entre las mejores. De la eficaz planificación del entonces joven director -contaba con veinticinco primaveras- apoyada en elegantes 'travellings' y planos con grúa; el montador Pablo Blanco extrae oro. Tanto es así, que dejando a un lado la historia, la película puede ser hondamente disfrutada gracias a la conjunción de todos esos elementos, de la misma manera en la que se contempla un paisaje.

Si existe algo por lo que 'La madre muerta' se caracteriza es por poseer belleza en cantidades industriales. Una belleza que provoca fuertes sensaciones al fundirse con los elementos más perturbadores del relato. El film, se sirve de un tono de cuento, utilizado por el director desde sus primeros trabajos; y como en todo buen cuento lo delicado convive con lo horripilante. En esta película, se produce esa circunstancia tan huidiza y tan perseguida en que los profesionales del área artística y técnica se hallan en estado de gracia en la cinta ideal. El portento interpretativo de Karra Elejalde, junto a la entrega de Ana Álvarez y la evidente química entre ambos actores, se une a la competencia de los otros dos personajes encarnados por la actriz francesa Lio y Silvia Marsó. 'La madre muerta' es uno de esos films en que cada nuevo visionado es mejor que el anterior y siempre hay algo por descubrir.

Esta cinta se produjo de una forma no habitual hasta para los estrechos márgenes de la producción cinematográfica en España, pues la familia del director puso a disposición del proyecto su casa para completar la financiación; lo que convierte a 'La madre muerta' en una obra artesanal y familiar en el mejor sentido de estos términos. En el cine español, por lo general, se realiza cine artesanal por el hecho de contar con medios escasos para acometer obras de mayor envergadura desde el punto de vista de la producción. Pero en esta película, la artesanía es practicada en forma de mimo a cada detalle que compone la obra fílmica; al modo de los orfebres medievales, como lo hacía Kubrick dentro de la factoría 'hollywoodense', pero gozando de una gran libertad. El componente artesanal, no es el único aspecto que asemeja la labor de Bajo Ulloa en 'La madre muerta' con el mítico realizador neoyorquino, puesto que los dos comparten la capacidad de impregnar a sus obras de una poderosa marca personal.

Resulta asombroso el talento y el dominio del arte cinematográfico que Bajo Ulloa, con tanta juventud entonces, despliega en esta obra; muestra de puro cine del que cada vez se encuentra con mayor dificultad. El director dedica la película al músico Bingen Mendizábal y al montador Pablo Blanco a los que describe como sus héroes. Para las pantallas, salvo excepciones huérfanas de ingenio y verdad, Juanma Bajo Ulloa es un verdadero héroe cinematográfico.

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