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Sobre este blog

A pesar de que tiendo a quererme me cuesta definirme y decir lo que soy. Periodista, empresario, analista, abogado economista, politólogo, ... Me gustan poco las etiquetas pero me quedo con la de ciudadano activo y firme defensor de la libertad de prensa. He trabajado en la tele y en alguna revista, salgo de vez en cuando en la radio pero lo sitios donde más tiempo he trabajado han sido el Gobierno vasco y el diario El País. Lo que siempre he buscado en el trabajo es divertirme y que me dé para vivir.

Perder la inocencia

Pedro Gómez Damborenea

Suele identificarse inocencia con niñez en una tonta comparación. La RAE define inocencia con tres acepciones: Estado del alma limpia de culpa; Exención de culpa en un delito o en una mala acción; Candor, sencillez. Es posible que con el paso de los años, en cualquiera de sus acepciones, la vayamos perdiendo poco a poco y nos vayamos convirtiendo en seres canallas o resabidos. Lo curioso es que este concepto se aplique también a la política. No creo que haya inocencia en la política, como tampoco deberían existir los cien días de cortesía. No creo que nadie que entre en política sea un inocente y tenga un ‘alma limpia de culpa’. Solo espero que el político sea honesto, honrado, preparado, trabajador y sincero. Pero desde luego no creo que sea inocente. No hay político en España, en Europa o en cualquier otro rincón del planeta que dé el paso de participar activamente en la política que cumpla con esa cualidad.

No ser inocente no me parece malo porque evitará que te engañen y permitirá estar alerta. Sí que soy un firme creyente en que la política debería implicar una vocación de servicio público que lógicamente está combinada con una dosis de ambición y gusto por la cosa pública. Esta sencilla premisa me lleva a no creerme que todo aquel nuevo político es bueno por definición. Suele pasar que no nacen de la nada, que tienen una historia de acción política detrás y que representan unos intereses concretos.

Cada uno de los ciudadanos tenemos un pasado y una historia y estamos cautivos de nuestros errores y aciertos de los años anteriores, lo cual no tiene nada de malo ni de nuevo. Sencillamente, al igual que los países, las personas tienen su propia historia y relaciones. Varias veces he dicho en esta tribuna que no me creo que todas las personas de un colectivo sean buenas o malas. En todas partes y en todos los oficios hay de todo: trabajadores, vagos, caraduras, inútiles o seres brillantes. No hay oficio mejor que otro, sino la forma de desempeñarlo. Y entre los políticos pasa lo mismo. La única diferencia es que su desempeño es y debe ser público y que manejan las cosas de todos y eso exige un especial cuidado.

Estamos en tiempos de crisis, descalificaciones y milagros. No estoy muy de acuerdo con la frase de San Ignacio de Loyola que decía: “En tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Tampoco en lo contrario. Creo que en los momentos de desesperación no hay que dejarse llevar por los cantos de sirena de la desesperación, pero que tampoco hay que esperar a que sencillamente escampe. Me enervan las personas que dejan que los problemas se pudran porque a veces así ocurre, pero en otras ocasiones se acrecientan. Probablemente en la reflexión antes del cambio está la medida.

Como decía, no creo que haya un solo inocente en la política europea y si lo hay no sería de confianza porque le engañarían. No me gustan los que aparecen puros y no asumen su pasado, los que como principal premisa niegan la existencia al adversario y consideran que son el único interlocutor y garante del pueblo. Los ciudadanos somos muchos y plurales, y hasta tenemos el derecho de cambiar de opinión cuando se nos antoje. Solo la suma de las voluntades conforman la voluntad general y esta es voluble.

Estamos en un momento complejo en el que es bueno reflexionar y pararse a pensar sobre los que están y los que estuvieron. Los que nos ofrecieron soluciones en el pasado y los que nos las ofrecen ahora. Pensemos que estamos mal, pero que la España de hoy no es una foto en color de la de 1978. No perdamos la memoria y no nos dejemos seducir por quien quiere ser la izquierda y la derecha a la vez, los novios y el cura, o por quien se dice progresista y avala un gobierno sin mujeres. Y aún es peor quien le defiende diciendo que lo importante es que estén los mejores. La maldita casualidad hace que todos sean hombres.

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