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Artxanda, el coste del abandono

Imagen cedida por la productora Consonni, con sede en Bilbao, de su proyecto "Vuelven las tracciones".

Natalia González de Uriarte

Mantener el abandono del decrépito parque de Atracciones de Artxanda cuesta dinero y mucho. El recinto cerró sus puertas hace 24 años y desde entonces la vigilancia de sus instalaciones ha supuesto a la Diputación de Bizkaia un desembolso hasta el momento de la nada desdeñable cantidad de 5.040.000 euros, a razón de unos 210.000 euros anuales, según datos aportados por la propia institución foral. El complejo recreativo que brilló con luz propia en los años 70 y 80 se usa en la actualidad como almacén y archivo y dado el deplorable estado de sus instalaciones es sometido a una vigilancia continuada las 24 horas del día. Los pocos equipamientos que quedan en pie se caen a pedazos y por motivos de seguridad están completamente restringidas las entradas excepto a personal autorizado.

No ha habido ninguna formación política que no haya presentado propuesta para devolver la vida y sacar rendimiento al recinto pero de momento, en todo este tiempo, “no se han recibido ofertas de proyectos convincentes”, confiesan desde la entidad foral. Deshacerse del suelo –diez hectáreas de superficie- era otra de las salidas que permitiría poner fin a la sangría económica para las arcas forales. Pero, al parecer, nadie está dispuesto a pagar el precio fijado para su venta, 2,4 millones de euros.

Así que de momento la Diputación sigue asumiendo religiosamente año tras año el coste que supone preservar ese espacio abandonado del vandalismo. Mientras se esperan nuevos ofrecimientos tras ese rechazo inicial de inversores y empresarios, la naturaleza se abre paso y ha emprendido su conquista. Las especies autóctonas han tomado posiciones y se han erigido como las dueñas del parque que luce ya desde hace unos años una aspecto un tanto fantasmagórico. La maleza florece, el hierro se oxida y el musgo avanza sin freno. Esta transformación ha dotado a las ruinosas instalaciones de una apariencia decadente, desaliñada y desdibujada pero fue precisamente su nueva fisonomía la que consiguió por fin despertar el interés de alguien. Los nostálgicos conocedores de su gestación, crecimiento y declive y las tribus urbanas aficionadas a paisajes apocalípticos querían resucitar esa zona de esparcimiento.

Visitas guiadas para nostálgicos

La productora Consonni y la artista local Saioa Olmo supieron responder y sacar rédito a esa súbita atracción de esos ciudadanos hacia las reliquias enmohecidas. “Trabajábamos en un proyecto, Luna Park, con artistas internacionales. Les acercábamos a Artxanda para que fotografiasen o interviniesen de alguna forma en el lugar. Y esta actividad estaba llamando la atención de mucha gente en la calle. Querían acompañarnos para visitar de nuevo el parque. Nos pedían expresamente como favor que les hiciéramos un hueco en nuestras inmersiones a Artxanda. ¿Puedo subir contigo?, me repetían constantemente. De ahí surgió la idea de organizar las visitas guiadas”, recuerda María Mur, una de las impulsoras del proyecto “Vuelven las atracciones”.

Ofrecieron recorridos guiados durante varios fines de semana en otoño del 2007. Ni el mítico Gusano loco ni el Pulpo ni la Montaña Rusa, que regalaba espectaculares vistas de todo Bilbao al alcanzar su punto más alto, volvieron a engrasar su maquinaria pero se abrieron las puertas de diez nuevas atracciones moldeadas por la naturaleza. Algunos de los sugerentes nombres con los que bautizaron a estos espacios fueron “La Guarida de los periquitos” o “La Selva Interior”. Y el parque de Atracciones de Artxanda resucitó así del olvido de forma temporal. “Proyectamos una nueva mirada sobre las ruinas y la gente estaba ansiosa por echar un vistazo y rememorar tiempos pasados”, relata Mur. Fueron aliñando las visitas con historias que contaban los propios trabajadores del centro con los que se pusieron en contacto. “Recuerdo que me contaban entusiasmados cómo amamantaron las chicas de administración bajo las mesas de las oficinas a una cría de tigre con un biberón”, revela Mur. Otro de los secretos desvelados en estas visitas: las cubiertas piramidales anaranjadas de varios edificios- cuya inconfundible silueta, símbolo del parque, se divisa desde muchos puntos de Bilbao- deben su existencia a un viaje de uno de los arquitectos a Egipto y su fugaz enamoramiento de las edificaciones milenarias.

La previsión: vender un millón de entradas pero en su mejor temporada llegó a 450.000

El primer fin de semana de visitas se completaron todas las plazas ofertadas. La lista de espera superó todas sus expectativas. Más de seiscientas personas apuntadas. Un proyecto discreto y sin muchas pretensiones se les iba de las manos y murió de éxito. “Lo hicimos con muy poco presupuesto pero extender durante más temporadas las visitas requería mayor implicación institucional. Si iba a ir pasando gente no solo de forma ocasional era necesario mejorar las medidas de seguridad además de otras modificaciones. No había dinero para afrontar ese gasto ni voluntad política y se suspendieron las visitas”, lamenta Mur.

El parque, que se iluminó aquel otoño, languidece de nuevo desde entonces. Fue como su segunda muerte. La primera se produjo en 1990, tras 17 años de existencia, por la escasez de visitantes. El complejo recretativo se construyó en un momento en que los parques de ocio empezaban a cuajar en España con la previsión de vender un millón de entradas al año pero en su mejor temporada apenas llegó a 450.000. En sus primeros años llegó a convertirse en un lugar de referencia y el mini zoo levantado en los años 80 gozó de una bien merecida popularidad pero la crisis industrial que vivió Bizkaia entre 1982 y 1984 hace que un año después, el descenso de público sea imparable. En 1989 acumulaba ya un déficit de 188 millones de las antiguas pesetas. Se cerró un año más tarde. Las Juntas Generales de Bizkaia deciden en 2010 desmantelar, limpiar y reutilizar el área. Ahora cuatro años después se siguen pagando facturas de un parque cerrado hace 24 años. Lo que el futuro depara a este parque está por ver, pero el coste de su abandono seguirá creciendo año tras año si nadie le pone remedio.

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