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“No hay ningún secreto de Estado que es mejor que no se sepa”

El escritor y profesor universitario Xavier Casals

Aitor Guenaga

El profesor universitario y escritor Xavier Casals (Barcelona, 1962) lleva muchos años investigando a la ultraderecha y la dictadura o los cambios que se están produciendo en Cataluña y el auge de los populismos (El oasis catalán (1975-2010): ¿Espejismo o realidad?). Acaba de publicar 'La Transición Española, el voto ignorado de las armas' (Editorial Pasado & Presente) con una tesis muy sugerente: las diferentes expresiones de violencia política en la Transición actuaron como un auténtico “partido armado” que influyó con fuerza en aquellos años en los que moría una dictadura y nacía una frágil democracia. La defendió en una charla en Bilbao, invitado por el Memorial de Victimas del Terrorismo.

Una violencia que, según relata en este libro, tuvo “consecuencias políticas”: “contribuyó a marginar a los sectores más violentos y radicales, favoreció el consenso y el apoyo a los grandes partidos”, señala este doctor en Historia. Sostiene Casals que los que pretendían desestabilizar con sus asesinatos y bombas, en realidad ayudaron a estabilizar la situación y aceleraron la llegada de la democracia. Y pone dos ejemplos: “La extrema derecha acomete la matanza de Atocha y eso ayuda a legalizar el PCE. Y el 23-F constituye el fin de la involución 'pretoriana'” en el Ejército. Sitúa a ETA fuera de esa tesis, organización cuya actividad cruenta -de las 504 víctimas durante la Transición, 361 asesinatos los cometió ETA (el 71,6%)- ayuda a explicar la intentona golpista de Tejero en febrero de 1981, según Casals.

El periodista Bonifacio de la Cuadra, gran conocedor de la Transición y del periodo constituyente, prefiere escribir la transición en minúscula para “no endiosarla”. Dice que “las minúsculas son más democráticas”.

La Transición tiene luces y sombras, la primera cara es la de pasar de un régimen dictatorial a una democracia en un tiempo prácticamente récord. Pero en la otra cara, y siguiendo la idea de Bonifacio, está la transición en minúscula, menos conocida y más incómoda, que es la violencia política que existió en ese periodo: terrorismo y grupos armados de todos los espectros políticos. Esta Transición no fue tan pacifica como se ha dicho y, además, tuvo un impacto político.

¿Y a quién le importa la Transición española a día de hoy? Casi la mitad de la población actual ni había nacido (un 48% del total tiene menos de 39 años).

Sobre todo a quienes la vivieron y fueron protagonistas o a quienes fueron sus testigos. Pero sobre todo también a los curiosos de las nuevas generaciones que quieren saber cuál fue el contexto que alumbró nuestra Constitución, ahora que se habla tanto de reformarla.

Usted señala que fue una Transición “sangrienta y cruenta”.

Fue sangrienta. Es que hay algo más allá del consenso de unos, de las cesiones de otros, de los éxitos de esa Transición, de ese mito fundacional de nuestra democracia que de alguna manera la idealiza para darle un icono a la democracia actual y que adquiere tintes épicos como fin de la dos Españas ...

Pero, volviendo a la pregunta, sostiene en su libro la tesis de la existencia de un voto tan influyente como ignorado: el voto de las armas. Lo que no deja de ser una metáfora sugerente: un partido armado.

Una violencia que tuvo consecuencias políticas, que contribuyó a marginar a los sectores más violentos y radicales y que favoreció el consenso y el apoyo a los grandes partidos. Una violencia multiforme. Yo he empleado esa metáfora consciente de que los politólogos la pueden considerar una herejía: aludo a un partido armado para explicar que ciertamente pesaron las urnas, pero no se puede olvidar el peso de las armas.

Fueron los años de plomo, algo que no fue único en la Europa de esos años: ahí está el caso italiano u otros. El terrorismo de ETA estuvo omnipresente. De los 504 víctimas mortales entre 1975 y 1982 (el 96,2% cometido por grupos terroristas), 361 asesinatos los cometió ETA (el 71,6%).

Así es. Esa violencia tiene varias lecturas: contribuyó a estabilizar, excepto en el País Vasco. La cartografía que nos da la violencia política no es uniforme en todo el territorio. Tiene cuatro grandes escenarios: uno es Madrid, donde se teme y se espera el golpe de Estado, y es el escaparate de todos los terrorismos y de la extrema derecha. En Cataluña convergen grupos armados libertarios, separatistas y también una extrema derecha 'escuadrista'. Luego está el País Vasco y Navarra y, finalmente, Canarias, con el MPAIAC, no tanto por su capacidad, sino por el telón de fondo de la guerra de Argelia, y se convirtió en un problema serio para el Gobierno, sobre todo después de la tragedia aérea de Los Rodeos.

Pero como resalta, en el caso vasco no ayudó a la estabilización.

Aquí más bien fue al revés, no hubo estabilidad política y cobró otro ritmo político la Transición. En el caso del País Vasco, fue el gran estímulo del 'pretorianismo' porque el 23-F no se explicaría sin el azote de ETA. Simplificando mucho, es difícil justificar un golpe de Estado por la ineficiencia del Gobierno, por la crisis económica...

Es más fácil apelar a las decenas y decenas de militares asesinados por el terrorismo etarra en aquellos años de plomo.

Exacto. Da una coartada o justificación entre determinados sectores para el golpe. Sin ETA no se entiende esta dinámica 'pretoriana', ya desde antes de la muerte de Franco en 1973 con el proceso de Burgos, el asesinato de Carrero Blanco, etc.

Pero habrá gente que vea como una paradoja que el terrorismo ayudara a estabilizar, acelerar la transición y a asentar la democracia.

Si no hubiera habido violencia igual habría habido una Transición mejor. No sabemos qué hubiera sido sin violencia. No digo que la violencia fuera buena 'per se', sostengo que contribuyó a estabilizar en la medida que favoreció el consenso de las grandes fuerzas, hizo que el electorado se decantara por las fuerzas reformistas. Se consolidaron los equilibrios existentes entonces. Un fenómeno que, por otra parte, no fue propio solo de España, ocurrió en Italia y en otras zonas.

¿Qué incidencia tuvieron en la Transición las 'tramas negras', el terrorismo de extrema derecha?

Creo que esa violencia fue muy magnificada, en la medida que se habla de 'tramas negras' como si hubiera una organización o redes. Además fue susceptible de ser instrumentalizada al servicio de intereses difíciles de discernir. Pero políticamente, la extrema derecha fue la gran perdedora: Fuerza Nueva, que entra en el primer Parlamento de la mano de Blas Piñar, en 1982 se disuelve. Los que más apelaron al golpe de Estado desde ese sector al final resultaron damnificados políticamente.

De alguna manera usted descarta que esa violencia política estuviera diseñada en “cuartos oscuros” o “alcantarillas del poder”.

Creo que hubo una importante parte de espontaneidad y que pudo haber manipulación de esa violencia. Y no veo que todo esto pudiera teledirigirse desde el Gobierno. Lo veo difícil.

¿Por qué?

Porque hay unos aparatos de inteligencia heredados desde el franquismo, un gobierno nuevo que entra y no conoce los resortes de cómo funcionan. Porque la violencia terrorista es tan fuerte que este gobierno no puede prescindir de ese aparato policial de la dictadura. Sin duda, hay una convivencia complicada de lo viejo y de lo nuevo, de autonomía policial desde abajo y de intento de control desde arriba.

En 1977, casi cinco años antes de llegar al poder, Felipe González habla de “involución en lo que a Seguridad del Estado se refiere” y no hay que olvidar aquellas inquietantes palabras de Andrés Casinello [director de los servicios de información en la Transición]: “algunas cosas es mejor que no se sepan nunca”. ¿Qué papel tuvieron los servicios de información?

Van cambiando: empiezan siendo unos servicios de inteligencia al servicio de la dictadura para prevenir un 'mayo rojo', por decirlo de alguna manera, y terminan convirtiéndose en unos auténticos servicios de inteligencia, se profesionalizan. Sirvieron también para contactos opacos: el mismo Casinello fue a hablar con Tarradellas para hacerse una composición de la situación en Cataluña. Sin olvidar el papel confuso del CESID en el 23-F.

Se lo pregunto porque el mismo Felipe González que decía eso en 1977, cuando estalla el caso GAL y la 'guerra sucia' acuña aquella famosa frase de “la democracia se defiende en los salones y también en las cloacas”.

La primera 'guerra sucia', previa a los GAL, tiene unas raíces muy difusas, parece bastante autónoma del Gobierno, había empezado durante la dictadura y acaba de un modo abrupto. El propio ministro Antonio Ibañez Freire apuntó que cuando eres ministro del Interior es muy difícil controlar este tipo de acciones [“ningún ministro tiene en su mano todas las riendas”] y llega a decir que esas acciones eran una espita para evitar las tensiones militares o un golpe de Estado. José Manuel Otero Novas explica en sus memorias que habló un día con Adolfo Suárez diciendo que había servicios de información y también organizaciones que se podía convertir en un peligro para el Estado y Suárez le respondió: “precisamente estoy ahora intentado desarticular una, que se llama el Batallón Vasco Español (BVE)”. Incluso en el libro recojo un testimonio de Blas Piñar que, en una conversación con el Rey Juan Carlos, el monarca le llega a preguntar qué sabía él del BVE. La pregunta es un tanto llamativa: quizá quería sondear a Piñar o se pueden plantear otras hipótesis. 

Lo que hemos podido constatar es que en ese primer periodo, en la Transición, la estructura de ese tipo de violencia era mucho más autónoma, horizontal, de abajo a arriba. El GAL es otra dimensión, claro.

Frente a lo que sostenía Casinello, ¿la sociedad española no es ya lo suficientemente madura para conocer esos secretos de Estado que siguen enterrados bajo llave?

Yo es lo que concluyo. No hay nada, ningún secreto de Estado, que es mejor que no se sepa. Y si tuvo consecuencias políticas, más aún. Si somos capaces de enfrentarnos a lo que pasó, tendremos una imagen más amplia y podremos entender mejor las dinámicas que entonces imperaron. Ha pasado mucho tiempo, 40 años son muchos ya.

Ha mencionado de refilón un episodio de la Transición que, 35 años después, todavía genera morbo: el 23-F. El papel del CESID, o del Rey Juan Carlos, las explicaciones sobre la 'solución Armada' y su Gobierno de concentración liderado por un militar, la poco investigada pero existente trama civil del golpe...

El 23-F continúa siendo un terreno pantanoso: si uno coge toda la bibliografía existente ve que no acaba de encajar nada con nada, que hay versiones contradictorias, etc. Hay muchos protagonistas y escenarios, no hay papeles, luego todo son reconstrucciones a partir de sumarios, testimonios más o menos interesados... luego es difícil llegar a conclusiones. Pero yo destacaría que cuando cobra popularidad la denominada 'solución armada' -un gobierno de concentración de signo gaullista presidido por el general Armada- había sectores muy importantes de la economía, del mundo financiero, del PSOE...

En la famosa lista de ese Gobierno se le cita hasta al comunista Ramón Tamames.

Bueno yo no llego a tanto. Pero en todo caso, parece que podía ser bien vista esa solución. ¿Qué hubiera pasado si la 'solución Armada' sin violencia hubiera prosperado y hubiese alcanzado la presidencia del Gobierno? ¿Hubiera sido igual el desarrollo de la democracia con un Gobierno de concentración nacional presidido por un general? ¿Hubiéramos llegado a las mismas cotas de libertad?

Parece que la respuesta es fácil.

La pregunta me parece pertinente porque todo el mundo piensa en el 23-F en clave de involución militar si hubiera triunfado el golpe, pero no en el desenlace, que podía haber sido muy distinto para la Transición, si hubiera salido adelante la 'solución Armada'. Por ejemplo, ¿hubiera habido el mismo desarrollo autonómico? Lo que tengo claro es que el 23-F marca el fin del 'pretorianismo' en España. Volvemos a la tesis del libro de la estabilización gracias a esa violencia política que pretendía desestabilizar. La extrema derecha acomete la matanza de Atocha y eso ayuda a legalizar el PCE. El 23-F constituye, en ese sentido, el fin de la involución 'pretoriana'. 

Tras estudiar toda esa bibliografía, la diversidad de fuentes sobre el 23-F, ¿le queda claro cuál fue el papel del Rey esa noche?

Las fuentes son fragmentarias, lo que impide llegar a conclusiones definitivas. Esencialmente, el escritor Javier Cercas lo planteó bien en su libro 'Anatomía de un instante': Simplificando, el Rey veía con desagrado el Gobierno de Suárez, quería favorecer el cambio de gobierno, parece ser que no vio con malos ojos la 'solución Armada', pero el Rey no apoyó el golpe, ni lo favoreció de modo encubierto. Y hay dos motivos muy obvios: Alfonso XIII, su abuelo, perdió el trono por el golpe de Miguel Primo de Rivera, y Constantino de Grecia, su cuñado, perdió el trono por aprobar un golpe de Estado. Es decir, por tradición familiar era muy consciente de lo que suponía esto, era una opción que acaba mal. Por consiguiente, experimentar con un golpe de Estado me parecer muy retorcido. El 23-F, además, crea el 'Juancarlismo', la adhesión a la figura del Rey, al titular de la Corona por amplios sectores que no se reconocen como monárquicos. Es otra de las paradojas que tiene la violencia política en la Transición.

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