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Infinita tristeza, Peio

Pedro Gómez Damborenea.

Aitor Guenaga

Dicen que los periodistas somos gente de acción. Que cuando pasa algo, vamos corriendo a escribirlo. Porque se trata de contar lo que ocurre, de escribir historias, de descubrir cosas, levantar noticias. ¡Dicen tantas cosas de nosotros! Lo mejor es no tomarnos muy en serio casi nada. Pero al conocer el fatal desenlace de mi amigo Peio lo único que se me ha ocurrido es ponerme a escribir, juntar letras. Me sobra texto. Me valdría decir “infinita tristeza” y todo el mundo lo iba a entender. Me faltan fuerzas.

Desde que le conocí, Peio siempre ha sido una persona de acción. Claro, era periodista. Aunque en la biografía que escribió para presentar este proyecto loco en el que nos embarcamos hace ya tres años y medio admitía que eso de las etiquetas sirven más bien para poco. “Me gustan poco las etiquetas”, decía, “pero me quedo con la de ciudadano activo y firme defensor de la libertad de prensa”. Llevaba el oficio en las venas: levantarse muy pronto con la radio, repasar los periódicos, mandar algún 'whatsapp' comentando la jugada, la última noticia de la competencia, la declaración de tal o cual persona. Y si era necesario, y había alguna historia de alcance, cogía el ipad para mandar una opinión en caliente.

En los últimos años estaba al frente de la consultora, junto al también periodista Eduardo Ortiz de Arri, pero la dedicación a este periódico ha sido total. Contra viento y marea, y créanme si les confieso que casi a diario doblabamos el cabo de Hornos. Siempre en la cuerda floja. Nos hemos dejado la piel en esto, Peio el primero.

Escribe en estos momentos el compañero Arri en su muro de facebook con gran acierto que Peio era “socio, amigo, maestro compañero, guía, animador ... y muchas cosas más”. Siempre se crecía ante lo que parecía imposible. Situaba el listón un poco más arriba, ante la mirada de incredulidad de los que le rodeábamos. Duro, exigente -sobre todo consigo mismo-, luchador hasta la extenuación. No encajaba un 'no' por respuesta. Nunca. Como si le hubiera iluminado al mismísimo Leonard Cohen con esos versos cargados de esperanza: “Hay una grieta en todo. Así es como penetra la luz”.

Estábamos en el Gobierno vasco juntos cuando me comentó lo de su enfermedad. Y desde entonces no ha parado de luchar contra el cáncer. Poco después, a finales de 2012, hace justo ahora cuatro años, vino la puñalada del ERE en El País (¡cuánta miseria moral, eh Peio!), periódico donde trabajamos codo con codo desde 1997, cuando sacamos la edición de ese periódico en el País Vasco.

Un trabajador incansable, sin excusas. Con la retranca que le ha caracterizado siempre, hablando alto, molestando en la redacción, opinando de todo, embarcándose en nuevos proyectos con viejos amigos. Irradiando la vida que se le escapaba entre los dedos. 

Un conocido de Mertxe, su esposa, me avisó el jueves. Está ingresado. No me dio muchos más detalles. No hacía falta.

Su último artículo en este periódico lo tituló: Sin miedo. Fue el pasado 20 de octubre. Hablaba de una de sus obsesiones: la libertad. Bendita obsesión. Y de lo que ha supuesto en Euskadi vivir con miedo a ser asesinado por los sicarios de la organización terrorista ETA y de los que apuntaban y/o aplaudían sin piedad. “He pasado mucho miedo”, escribía, pero hablaba en pasado. Todo había cambiado ya.

Me di cuenta enseguida que intuía que podía estar pasando las últimas hojas de su biografía al leer y releer la parte final de su texto: “Hoy todo el mundo celebra el quinto aniversario y yo solo quiero recordar brevemente que hoy tengo miedo a la muerte y no quiero morir, pero mi preocupación no es que me mate ETA o que mate a un compañero, amigo, conocido o desconocido. Les ganamos y la historia lo contará”. Así cerraba su artículo.

El viernes, ante la gravedad de la situación, le envié el último mensaje. Ambos nos hicimos los locos. Peio seguía hablando de las cosas que nos quedaban por hacer para cerrar bien el año en el periódico. Y yo le seguí la corriente. Para dar apariencia de normalidad, acabé mi mensaje como siempre: “salud”. Parecía preparado para doblar de nuevo el Cabo de Hornos. 

Sigue tu singladura, hermano. Aquí seguiremos con el viento de cola de tu ausencia, con la brújula en una sola dirección: Norte.

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