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La izquierda abertzale se desengancha de la negociación

El Foro Social apuesta por el desarme de ETA y la reinserción individual./ EFE

Aitor Guenaga

Hubo un tiempo en Hego Euskal Herria en el que la izquierda abertzale estaba enganchada a la negociación y su varguardia, ETA, a los cinco puntos de la Alternativa KAS. Hubo un tiempo en este país en el que la organización terrorista soñaba con “poner de rodillas al Estado” y negociar con los “poderes fácticos” y con el Ejército español. Hubo un tiempo en Euskadi en el que los encapuchados estaban convencidos de que tras negociar con los Estados francés y español, los presos saldrían por la puerta grande de las “cárceles de exterminio” para ser recibidos en sus pueblos como auténticos héroes, tras pasar décadas encerrados como “presos políticos vascos”. Hubo un tiempo en el que la banda armada vio factible expulsar a las “Fuerzas de ocupación” del territorio de Vasconia. Y hubo un tiempo en el que ese mundo soñó con un Estado independiente, socialista y euskaldun.

De todos esos sueños, que perduraron con fuerza a base de socialización del sufrimiento durante toda la década de los 90, queda más bien poco en la exígua dirección de ETA. Si acaso, la vocación independentista de forjar un Estado socialista y euskaldun, probablemente lo único que se mantiene después del baño de realidad que ha supuesto este año y medio desde la primera reunión en Aiete, en octubre de 2011.

Era Winston Churchill el que decía aquello de “en la derrota, altivez; en la guerra, resolución; en la victoria, magnanimidad, y en la paz, buena voluntad”. ¿En cuál de todas la fases está a día de hoy la Izquierda Abertzale y, sobre todo, ETA?

Sirva esta introducción para adentrarnos en la reunión celebrada esta semana en Aiete por el Foro Social que impulsa Lokarri y ver en qué tiempo, en qué momento se encuentra el proceso hacia la desaparición definitiva de ETA. En esta ocasión no ha existido la expectación que suscitó la convocatoria de Aiete hace año y medio, cita a la que acudieron, entre otros, el exsecretario general de la ONU, Kofi Annan, y expresidentes de Ejecutivos europeos. Tres días después, ETA usó la reunión como pista de aterrizaje y anunció el “cese definitivo” de la violencia. Allí se marcaba una hoja de ruta que pasaba, entre otras cosas, por un diálogo entre los terroristas y los gobiernos español y francés para hablar de los arsenales y los presos. Pero esa cita nunca llegó. En su defecto, la interlocución etarra fue expulsada de Noruega en febrero de este año, donde esperaba desde hacía muchos meses el inicio de esas conversaciones. Josu Ternera, David Pla e Iratze Sorzabal salieron de Noruega y con ellos la posibilidad de iniciar contacto alguno con el Gobierno de Mariano Rajoy.

La nueva reunión en Aiete puede dar la sensación de que el proceso hacia la desaparición de ETA está estancado. Y que el Foro Social, con Lokarri y Paul Ríos como maestro de ceremonias, ha pretendido insuflar un poco de oxígeno al proceso, revitalizando la agenda de un camino que comenzó siendo unilateral (ETA no cesó su actividad a cambio de algo o como consecuencia de una negociación previa, como sucedió en el proceso de paz de 2006). Pero la consecuencia más evidente de la reunión es que la ensoñación de la negociación está agotada. Y todo indica que ETA deberá seguir el camino de la unilateralidad, sin que deba descartarse una entrega simbólica de armas en fechas venideras.

La nueva agenda diseñada en Aiete, con sus 12 recomendaciones, pretende repartir trabajos y responsabilidades. Pero si quitamos algunas de las capas de cebolla que sirven para edulcorarla, se puede ver con claridad dos cosas: que la izquierda abertzale se ha sacudido de encima la vieja cadena de la negociación con los Estados y que los presos deberán aceptar que su salida de la cárcel se realizará de “forma individualizada, escalonada y en tiempo prudencial”, y tendrán que emprender ese viaje previo “reconocimiento del daño causado”. Ni negociación, ni amnistía. Aiete II dice más cosas, claro, habla de justicia transicional -propia de procesos de salida de una dictadura-, como una alternativa a la ordinaria, o de que los derechos humanos y libertades democráticas no están “plenamente garantizados” en España. Y en relación con la memoria, se señala como un buen instrumento la creación de un “mecanismo para la Verdad y la Reconciliación” (no se llega a hablar de Comisión para la Verdad).

Es el lenguaje de la “ambigüedad constructiva”, como suelen denominarlo los expertos en resolución de conflictos, mediadores, verificadores y demás profesionales de las salidas negociadas a procesos en los que la violencia y la conculcación de los derechos humanos han marcado la realidad social en un país. No parece que sea el caso tras más de tres décadas de democracia imperfecta (como todas).

Ya nos enseñó el Libro del Eclesiastés que hay un tiempo para todo en la vida: “Un tiempo para callar, y un tiempo para hablar; un tiempo para amar, y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz”. Y si ETA está convencida de estar inmersa en el tiempo de la paz, debería saber, como apuntaba Churchill, que en esa etapa ya sólo toca la “buena voluntad”. Porque el día a día nos muestra que el tiempo también se agota, como la paciencia, y como ha expresado esta misma semana en su despedida Gesto por la Paz “nuestra sociedad no admitiría no solo una vuelta de ETA, sino los métodos violentos; y es muy crítica incluso con el Estado de derecho cuando utiliza la violencia” fuera de la ley. Desenganchada de la carga de la negociación, lo que parece corresponderle a toda la izquierda abertzale es abrir un nuevo tiempo y avanzar con pasos firmes hacia el reconocimiento del daño causado.

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