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“Prometí a mi familia que el día que acabara ETA yo seguiría vivo”

Patxi Elola sufrió la violencia de persecución durante años.

Eduardo Azumendi

Patxi Elola militó en ETA-pm en los años finales del franquismo. Después se arrepintió y se enroló en Euskadiko Ezkerra. Al final terminó en el PSE-EE, partido del que es concejal en su pueblo Zarautz (Gipuzkoa) desde 1999. Este jardinero de profesión, con una amplia trayectoria política, ha pasado muchos años de su vida acosado por ETA y su entorno. Cada día, antes de la tregua, unos guardias civiles de paisano le han escoltado en su labor diaria de jardinero y de concejal. Elola ha visto como los terroristas incendiaban su almacén, su furgoneta y sus herramientas; ha visto dibujada una silueta humana en la acera enfrente de su portal; ha visto como su vecinos le insultaban y, en el mejor de los casos, le denegaban el saludo. Ahora, tres años después del cese de ETA, Patxi Elola, quien prometió a su familia en los años más duros que el día que acabara ETA seguiría vivo, previene contra la tentación de la izquierda abertzale de socializar el olvido de lo ocurrido y de intentar repartir responsabilidades entre todos.

Se cumplen tres años del fin del terrorismo. Esta es la paz, ¿se la imaginaba así?

Como amenazado por ETA que he sido, ahora puedo decir que vivo en paz porque no existe el riesgo real de que me ocurra algo, salvo algún caso aislado de desprecio de la gente del pueblo. Pero eso no me asusta. A mí lo que me daba miedo era el tiro, el atentado y la persecución. Estamos en paz, pero otra cosa es hablar de convivencia. Se debe llegar a ella después de procesos de más calado.

¿Cómo se vive con el temor a que te pueden asesinar en cualquier momento, que eres un objetivo?

Desde 1999 a 2012 he vivido con escolta. He pasado mucho miedo, sobre todo, antes de ser escoltado. He sufrido un atentado, amenazas, violencia de persecución en todos sus extremos….Al salir de mi casa un día en los primeros meses del año 2000 me encontré con una silueta humana pintada en la acera enfrente de mi portal que simulaba una persona muerta. Era un aviso. He pasado días sin salir de casa porque no tenía ninguna seguridad. He tenido que llamar a mi hermano y a algún amigo para poder salir.

Cuando encuentra esa silueta, ¿no pensó en marcharse de Euskadi?

Sentí mucho miedo, por mí y por mi familia. Lo superé por varias razones. Yo soy vasco, de Zarautz y el miedo lo único que ha hecho es confirmarme en mis convicciones. Antes de ser concejal ya estaba amenazado. Primero me calificaron de arrepentido y cuando ingresé en Euskadiko Ezkerra y después en el PSE de españolazo. Soy un arrepentido, sí, y me alegro de ello. Cada uno tiene su recorrido. He pensado muchas veces en abandonar, pero nunca he tomado la decisión de irme. Siempre he creído que si me iba, mi plaza de concejal la ocuparía otra persona y sufriría lo mismo que yo.

Usted vive en un pueblo, con lo que a pesar de la escolta, vivir resulta más complicado bajo la amenaza de ETA y su entorno.

Así es, cuanto más pequeño es el pueblo se nota más el rechazo social. El que se acercaba a solidarizarse también tenía miedo y por eso no exteriorizaba su sentimiento. Pero yo he seguido adelante por terquedad y convicción. Cuando alguien te impide hacer tu vida, seguir como concejal en la oposición, hacer mi vida.... es cuando más me reafirmaba en que había que seguir adelante. Tenía una obligación conmigo mismo, con mi familia y con la sociedad. Ser miembro de un partido, en este caso del PSE, te compromete a muchas cosas y eso me ha hecho aguantar. A pesar del miedo, mi compromiso con mi familia y con todo mi entorno era sobrevivir. Mi compromiso era que cuando ETA no existiera yo debía seguir vivo para verlo. Y por eso tomé todas las medidas oportunas.

A usted le han escoltado, pero ¿cómo vivía la situación su hijo pequeño?

Desde que me pusieron escolta, dejé de acompañar a mi hijo con tres o cuatro años al colegio. Dejé de hacer rutinas con mi hijo. Se produjo una ruptura con la normalidad con la que debe vivir un niño y se la trasladó a mi familia.

El simple y cotidiano hecho de comprar el pan podía convertirse en un riesgo.

Efectivamente. Por eso, cuando salía a otras ciudades o estaba de viaje solía comprar el pan y los periódicos aunque no los necesitara simplemente por el hecho de poder hacerlo.

ETA socializó el sufrimiento. Ahora, ¿el peligro es que trata de socializar el olvido y hacer creer que toda la sociedad, en mayor o menor medida, ha tenido alguna responsabilidad en lo ocurrido?

Desde luego que sí. No hay más que ver los discursos que está haciendo la izquierda abertzale. Para mí no tiene credibilidad y me remito a los hechos del día a día. Por ejemplo, en mi pueblo Zarautz el Ayuntamiento gobernado por EH Bildu permite colocar pancartas de apoyo a los presos de ETA sin empatizar con las víctimas. Cuando una víctima ve los rostros de esos presos, que algunos han sido los asesinos de su padre o de su marido, le resulta doloroso. Y el Ayuntamiento no empatiza con las víctimas e incluso permite el ensalzamiento del terrorismo, como con pancartas con el lema ‘Su lucha es nuestro ejemplo’. Me preocupan los políticos de la izquierda abertzale que han sido parte de esta historia porque ahora deben asumir la democracia con todas las consecuencias, con convicción y sin atajos ni trampas. Para que prospere la convivencia hace falta ser creíbles.

Usted se ha acercado a las víctimas de los GAL. ¿Qué le ha parecido la experiencia?

Al principio fui a desgana, pero cuando oyes los testimonios de los demás cambian los sentimientos, caen las barreras y se produce el acercamiento. Ante el sufrimiento, todos somos iguales.

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