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Tres anuncios en las afueras

Tres anuncios en las afueras es ya una de las películas del año (pasado)

J.M. Martí

El titulo original de la película de Martin McDonagh es Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Misuri. Esa precisión geográfica es importante. El film trata de los conflictos de una pequeña comunidad. En un momento determinado el jefe Willoughby (Woody Harrelson) le confiesa a Mildred Hayes (Frances McDormand) que tiene cáncer terminal. Ésta le replica con mucha naturalidad que todo el pueblo lo sabía. Un diálogo parecido podía haber ocurrido, por ejemplo, a las afueras de Elizondo, Valle del Baztán.

Martin McDonagh fue, antes que guionista y director de cine, autor teatral. Se nota es sus películas. Personajes perfectamente cincelados. Diálogos precisos. No les sobran, ni les faltan una coma. Ya lo habíamos visto en Escondidos en Brujas (2008). También en esta película. Nos emocionamos con los personajes, nos reímos con ellos y, poco a poco, vamos conociéndolos mejor, incluso con sus propias contradicciones.

Tres anuncios en las afueras cuenta la historia de una madre rota por la violación y asesinato de su hija adolescente, que culpa a la policía -y especialmente a su máximo responsable- de pasividad. Al objeto de impulsar la investigación decide poner tres grandes anuncios en una carretera secundaria a las afueras de la ciudad. A partir de este arranque se desarrolla todo el filme. En el pueblo han visto crecer a la hija de esta madre y se solidarizan con su dolor. También apoyan al jefe de policía – un buen hombre- al que compadecen por su enfermedad. Las cosas no son negras, ni blancas. Como decía Alain Tanner son también grises. La película no es una comedia, ni un policiaco, ni un western. Es una mezcla. Como la vida misma, en sus secuencias se mezcla risa y drama. El espectador puede desconcertarse, pero queda atrapado en esas secuencias que nunca sabe cómo acabarán.

La película visualmente responde a lo que esperamos. Unos paisajes, color e iluminación que nos sitúan en la América profunda del Medio Oeste. Una iconografía que se reconoce fácilmente y forma parte de nuestro imaginario. Hay momentos de indudable belleza. Los rojos de los anuncios de la carretera, estos mismos anuncios incendiándose. Otros momentos entrañables: el desayuno entre madre e hijo después de una discusión nocturna (secuencia que, por cierto, acaba de una manera abrupta). Una puesta en escena serena pero capaz de revolucionarse cuando estalla la violencia en un plano secuencia coherente con el transcurso del filme. La herencia de Tarantino o los hermanos Coen está cercana. La banda sonora también contribuye a crear un clima especial. La música de Carter Burwell y las canciones de Townes Van Zandt, The Four Tops o Monsters of Folk refuerzan las imágenes. Viendo la película nadie diría que Martin McDonagh es irlandés.

Y, en fin, nos topamos con estos personajes de los que ya hemos hablado, incluidos todos los secundarios, con mención especial de Sam Rockwell, que interpreta a un descerebrado ayudante del jefe de policía, que con toda justicia se llevó el Globo de Oro al mejor actor de reparto. Personajes de una gran humanidad, complejos, abandonados en la cuneta de una carretera por la que nadie circula, cuyo futuro es disfrutar de una cerveza en el porche de su casa. Perdedores, pero perdedores de carne y hueso, no de cartón piedra, ni salidos de un guion formula.

Martin McDonagh en su calidad de guionista arriesga y, a mi juicio, a veces resbala. El flash back en el que el personaje de Frances McDormand recuerda la discusión con su hija es innecesario. El dolor de esa madre se refleja en su rostro. No hace falta recordarnos que arrastrará toda su vida un sentimiento de culpa. También es demasiado explícito ese monólogo ante una cierva que actúa a modo de metáfora de la hija ausente. En cambio, funciona muy bien ese otro recurso- nada fácil- de las cartas que envía el jefe Willoughby a su mujer, a esa madre destrozada y a su ayudante de comisaría. Un recurso que hace avanzar la acción y, muy especialmente, al personaje encarnado por Sam Rockwell.

A Martin McDonagh se le ablandan las meninges con un final demasiado conciliador. Los personajes empiezan a aceptarse y comprenderse. Jugar en la división de honor de la industria cinematográfica tiene esas cosas. Puede haber quien piense que quizás fuera un final apropiado para una película que se desarrollara en el Valle de Arán, Lérida.

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