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Las formas del agua: Un cuento de hadas en clave política

"The Shape of Water" de Del Toro, entre las favoritas a los Bafta

J.M. Martí

El director mejicano Guillermo del Toro vuelve a nuestras pantallas después de más de tres años de silencio, tras el fracaso de La cumbre escarlata (2015), con una película de su gusto, en línea con la celebrada El laberinto del fauno (2006). Una historia fantástica en un entorno histórico muy concreto. Entonces, la guerra civil española. Ahora, la guerra fría.

Las formas del agua es mucho más que una fábula o un cuento de hadas. Es cine político en el sentido más noble de la palabra político. La historia de amor de una mujer muda qué friega y limpia los pasillos en unos secretos laboratorios gubernamentales con un hombre-anfibio al que las autoridades tienen recluido para llevar a cabo sus experimentos.

Esta mujer, Elisa, interpretada por Sally Hawkins, comparte su vida con Zelda (Octavia Spencer), una compañera de trabajo negra (el color de su piel aquí es importante), vitalista, optimista, parlanchina, que actúa de contrapunto del personaje principal y con un vecino gay (Richard Jenkins), un ilustrador de publicidad que se encuentra en el desempleo desplazado por la introducción de la fotografía en su profesión. Ninguno de estos personajes es un perdedor, ni son desdichados. Se protegen entre ellos, son felices, dignos y cuando toca también son valientes. Guillermo del Toro ha dado protagonismo a los sin voz, a los marginados, que logran rebelarse contra el sistema y ganar por esta vez la batalla. Nos encontramos en el terreno de la fantasía

Cuentan que Guillermo del Toro, ligeramente ebrio, se acercó a la actriz Sally Hawkins en una fiesta de los Globos de Oro y le comentó que estaba escribiendo un papel para ella donde se enamoraba de un pez. Dicen también que le entregó unos blu-rays con películas de cómicos estadounidenses del cine silente. Ciertamente, la pareja Elisa-Zelda remite a Laurel & Hardy y el personaje de Sally Hawkins recuerda a Buster Keaton, inasequible al desaliento y siempre creativo para salir airoso de las dificultades. Todo un caramelo para una actriz como Sally Hawkins (Blue Jasmine) que huele a Oscar en dura competencia con la favorita Frances McDormand. Elisa (Sally Hawkins) logra el milagro de hablar con la mirada y su lenguaje corporal.

Guillermo del Toro es un cinéfilo, pero un cinéfilo inteligente. No es petulante, ni avasallador, ni abruma con su conocimiento. Es fácil rastrear los orígenes de Las formas del agua. Multitud de versiones de La Bella y la Bestia o de King Kong, incluso 1,2.3, …Splash, pero aquí dándole la vuelta al argumento. Es la mujer quien toma las riendas de la historia hasta llegar a cumplir sus fantasías. Son los nuevos tiempos. El sexo liberador, algo transgresor, y divertido. Forzando un poco la propuesta, nos encontramos también cerca de La bestia (1975), de Walerian Borowczyk, pero sin tanta carga erótica.

Este saber cinematográfico también se entrevé en la mezcla de géneros: comedia, musical, cine de espías o melodrama. El cineasta hilvana esta mixtura con fluidez y naturalidad. Nunca llega a estorbar. No se sitúa por encima del espectador. Estamos lejos de Tarantino, su colega de generación. Otro guiño al espectador: la voz en off, al principio y final del filme, como en los cuentos tradicionales. Por último, la tecnología, sobria, siempre al servicio de la historia, con mención especial a Mike Hill, escultor encargado de dar forma al hombre-pez, y Shane Mahan, responsable del diseño de su traje y prótesis. Todo ello sin olvidar el impecable diseño de producción: la ambientación años 60, la iluminación del propio hombre-pez, como de todos los diferentes escenarios, el vestuario… En la industria norteamericana actual los resultados son siempre prodigiosos. Es como si se estableciera una frontera entre lo profesional (siempre perfecto) y lo artístico, siempre sujeto a arbitrariedades y talento. Para los curiosos, Guillermo del Toro reivindica la figura de la diseñadora de monstruos de la Universal de los años 50, Millicent Patrick, entre otros el de La mujer y el monstruo (1954) de Jack Arnold, como evidente fuente de inspiración, aunque no fuera acreditada en los títulos de crédito.

¿Quién es el monstruo? Ciertamente no el hombre anfibio, encarnado por Doug Jones, que se mueve en su papel como pez en el agua, como antes lo hizo en Hellboy o en la mencionada El laberinto del fauno. Tampoco el científico y espía ruso, interpretado por Michael Stuhlbarg, al que el cineasta consigue humanizar. Ciertamente lo parece el agente gubernamental Richard Strickland, a quien da vida el actor Michael Shannon, con su porra eléctrica, símbolo fálico por excelencia, ambicioso, misógino, sin escrúpulos, pero también con sus miedos, dudas y vacilaciones. Genial, por cierto, ese momento en el que pide a su mujer silencio mientras practican sexo. Secuencia que explica el acoso posterior al que somete al personaje de Sally Hawkings. En un buen guion nada es por azar.

Los años 60 del pasado siglo no fueron, a pesar del esplendor económico, una época dorada. Fueron tiempos de guerra fría, amenaza nuclear, segregación racial, discriminación de las mujeres (además de acoso sistemático), homofobia y caza de brujas. Estos asuntos se encuentran - con sutileza y sin enfásis en la película -. La validez de la cinta de Guillermo del Toro es que, a pesar de situarla en otro periodo histórico, nos habla de los problemas de hoy. Lo hace de una forma optimista. Quizás un poco ingenua. Queda siempre la duda de que pasa luego. ¿Se adaptará Elisa al entorno marino? ¿Añorará las peroratas de su amiga Zelda? ¿Traicionará el hombre-pez este amor sublimado con alguna sirenita? ¿O habrá sido todo un sueño? Un sueño hermoso, pero -al fin y al cabo- un sueño. La realidad suele ser más cruel que las fantasías.

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