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“Tenemos cada vez más guerras, pero menos responsables que paguen por ellas”

La escritora y periodista Leila Nachawati, en la presentación del documental Mediterránea.

Aitor Guenaga

Ayiva y Abas, dos ciudadanos de Burkina Faso, inician un viaje como tantos otros con la idea de llegar a Europa. Entre su país, que en su lengua significa “Tierra de los hombres incorruptibles”, y su destino, una localidad de Italia, se interpone todos los peligros que acechan a los migrantes en nuestros días: las aguas del Mediterráneo, los saqueadores que pueblan el desierto, las estratagemas y engaños de los traficantes de personas. 'Mediterránea', del realizador Jonas Carpignano, un filme con una gran acogida en la Semana de la Crítica del festival de Cannes -que será emitido este martes a las 19:30 en la Alhondiga de Bilbao dentro el ciclo Zinexit Topaketak de la Dirección de Víctimas y Derechos Humanos del Gobierno vasco-, es todo eso y mucho más.

Con una cámara al hombro, este director muestra también cómo casi nunca es oro todo lo que reluce y en el Viejo Continente hace ya mucho que las minas del preciado metal se colmataron o vendieron al mejor postor. La intensidad de la música de Dan Romer y la de los actores no profesionales que llevan el peso de la cinta, hacen el resto

Los problemas de integración, la falta de acogida real en la Europa del siglo XXI, las dudas que albergan a mucho los 'sin papeles' -que no ilegales- entre ser un buen trabajador, conseguir el permiso de residencia y no buscarse problemas o acabar rompiendo lunas y destrozando coches al grito de “No más negros muertos”, lamento contra la xenofobia y la brutalidad con la que muchas veces son recibidos los migrantes. Porque ese es el color -y parece que también el destino- de muchos que como Ayiva y Abas escapan de las guerras, la miseria, la persecución, el analfabetismo, el terrorismo del ISIS y no quedan atrapados para siempre en el gran cementerio en el que se ha convertido hoy en día el mar Mediterráneo.

“La película refleja muy bien el lenguaje del nosotros frente a ellos”, explica la periodista y escritora especializada en derechos humanos y comunicación, Leila Nachawati, 'embajadora' en estos momentos del documental y que compartirá con el público sus inquietudes en la charla que seguirá al pase gratuito de este martes, dentro de ese afán que esta muestra de cine que sirve como prólogo del Zinexit, que este año celebrará su octava edición entre el 6 y el 9 de noviembre, según ha confirmado la directora de Víctimas y Derechos Humanos, Mónika Hernando.

En el documental hay escenas dramáticas, tal vez mucho más fuertes que todas las imágenes que ya se nos han quedado grabadas como esas de los migrantes muertos en las lanchas o a la deriva en el mar. Como cuando Ayiva hace un 'skype' con su hermana y su hija, que se encuentran al otro lado del mundo, y, tras ver bailar a su hija al son de uno de los temas grabados en el 'ipod' que le ha regalado su padre, termina por desconectarse para evitar que le vean llorar.

Nachawati, gran conocedora de las guerras de Irak y Siria, está escandalizada por cómo los Estados que “han destruido Siria se lo están ya repartiendo”, dejando al frente de parte del país al dictador Bashar Al Assad. “¿Qué mensaje estamos enviado al próximo dictador al que nos tengamos que enfrentar?”, se pregunta. Y habrá más, sin duda, afirma. “¿Quién libra esta batalla, quien la está ganando y, sobre todo, a qué precio? afirma ante los periodistas que acaban de ver el documental de Carpignano. Nachawati, en un perfecto castellano ya que es nacida en Santiago de Compostela, no oculta además su pesar por el hecho de que cada vez hay más guerras, pero también menos responsables de la destrucción, la muerte y la conculcación de derechos humanos básicos en esos conflictos. ”Tenemos cada vez más guerras, pero menos responsables que paguen por ellas“, denuncia, alzando un tono de voz que busca la complicidad en todo momento. Al tiempo que denuncia ese mensaje que algunos dirigentes sirios están lanzando, con total impunidad, a los que se fueron del país: ”¡Cuidado los que os habéis ido con volver aquí!, les dicen“, censura Nachawati.

Una de las cosas que más valora del documental, de 107 minutos de duración, es que su director no juzga. “No se juzga, no hay un mensaje moralizante”, explica esta experta en derechos humanos.

El público deberá pensar si lo que le propone el director del documental es una visión empática sobre los refugiados que ya han cruzado la línea imposible y están, viven, aman y trabajan con nosotros, o bien que el trabajo hay que hacerlo en sus países de origen. O las dos cosas a la vez. En todo caso, lo que sí destila la cinta es ganas de “alimentar la solidaridad” de la ciudadanía europea ante la “mayor crisis humanitaria de este siglo” en palabras de todos los grupos y asociaciones que trabajan con ellos. Y en esa tarea, recuerda Nachawati, los “medios de comunicación tienen una responsabilidad por su forma de construir la imagen de los otros”, de esos migrantes y refugiados que siguen llegando a Europa.

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