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Una lección de innovación educativa

Padres de Ceapa hacen decálogo de razones a favor de la huelga contra las reválidas

Pablo García de Vicuña

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“Con frecuencia me preguntan los amigos cómo hago para llevar la escuela y cómo hago para tenerla llena. Insisten en que escriba un método, que les precise los programas, las materias, la técnica didáctica. Se equivocan de pregunta. No deberían preocuparse de cómo hay que hacer para dar escuela, sino de cómo hay que ser...¡No se puede explicar en dos palabras!...Hay que tener las ideas claras respecto a los problemas sociales y políticos. No hay que ser interclasista, sino que es preciso tomar partido. Hay que arder del ansia de elevar al pobre a un nivel superior. No digo ya a un nivel igual al del la actual clase dirigente. Sino superior: más humano, más espiritual, más cristiano, más todo”.

Así se expresaba el escritor y pedagogo italiano Lorenzo Milani, a mediados del siglo pasado en su libro 'Experiencias pastorales'. Milani, sacerdote repudiado por la jerarquía católica italiana por su carácter heterodoxo, aprovechó el castigo infligido en su destierro a Barbiana, recóndito pueblo toscano, para germinar un tratado nuevo de pedagogía en la escuela que en los años 50 del siglo XX, dirigió.

Como se desprende de las palabras citadas más arriba, encabezó un movimiento laico a favor de los pobres y contra el fracaso escolar. Desde su pequeño reducto rural, enseñaba que aquel sistema educativo estaba hecho para perpetuar la ignorancia de obreros y campesinos y la posición preeminente de los poderosos. Quizás la principal aportación fuese su obra póstuma “Carta a una maestra”, desde la que convirtiendo en protagonistas a sus alumnos/as mayores, exponía los rudimentos de una nueva escuela (crítica, colaborativa, apegada a la realidad) que capacitase para competir a cualquiera en condiciones de igualdad.

He descubierto a Lorenzo Milani, a partir de una cita de Jaume Carbonell en una conferencia reciente [1], que tituló 'Bases para una escuela innovadora'. Su objetivo era nítido: seguir buscando cauces por los que articular una escuela que necesita cambiar, innovar con decisión, modificar sus estructuras, trabajar desde la realidad para transformarla, buscar sinergias de trabajo solidario.

La conferencia del veterano investigador [2] no dejó a nadie indiferente, ya que, desde su experiencia, alineó las herramientas que debería trabajar una centro educativo que pretenda ser innovador. En primer lugar, la inclusión. Una escuela de todas/os y para todos/as deberá ser el continente adecuado desde el que revisar las potencialidades, las expectativas del alumnado para obtener el éxito escolar. Un primer mensaje que choca frontalmente con la filosofía de la LOMCE, más preocupada de la elaboración de pruebas objetivas y rankings de centros que de potenciar la motivación, por ejemplo, de alumnado y profesorado. Y esta motivación debe incluir también a los/as nuevos/as –profesorado y alumnado- con un acompañamiento que los integre rápidamente. (Carbonell lo define como “pedagogía de la proximidad y cotidianidad”).

Esa búsqueda del éxito escolar debe procurarse con una recuperación de características antiguas que la escuela ha defenestrado, por ejemplo, la escuela unitaria. Es ya la hora de romper la rigidez de los grupos escolares unidos exclusivamente por criterios de edad. Tal sistema de distribución ha servido para organizar a un alumnado culturalmente homogéneo que llegaba en masa a los centros y respondía sin demasiados sobresaltos a un mismo ritmo de aprendizaje. Hace años que ese no es el perfil que aparece en nuestras aulas: la inmigración, la globalización, la adquisición de materias especializadas lo ha desdibujado hasta hacerlo irreconocible.

Formar adecuadamente a este alumnado heterogéneo exige, por tanto, una educación integral: conjugar emoción y razón sin movimientos pendulares peligrosos. Conocimiento y sentimiento, ahora más que nunca, deben formar parte de la formación, más ante la imprevibisibilidad actual del futuro neoliberal que se nos quiere presentar. Este será el espacio también del trabajo por proyectos, como método para articular distintos saberes. Investigar, preguntar, conversar serán puertas de acceso ineludibles al conocimiento. Si queremos una escuela democrática, debemos ejercitar la autonomía y libertad del alumnado desde la que ejercer sus derechos y exigir sus responsabilidades. Fomentar la conversación con uno/a mismo/a (pensar), con los demás (dialogar, respetar) o con el propio entorno ( controlar el medioambiente) será un ejercicio necesario para el asentameinto de las ideas democráticas en un colectivo.

Otra de las interesantes ideas que aportó el profesor Carbonell fue la relativa al tiempo y al espacio escolar. En su opinión –que también la defiende la pedagogía innovadora- la pregunta no es qué conocimientos y capacidades desarrollar en el tiempo establecido como inamovible por la administración educativa; la pregunta debe ser precisamente la contraria, qué actividades, qué procesos hay que realizar y en base a la respuesta se asignará un tiempo determinado. En una palabra, debemos asignar un tiempo flexible a las necesidades formativas y al proyecto pedagógico por el que se incline el centro. La misma flexibilidad se plantea con respecto a los espacios educativos. Ni la obsesión demodelora de tabiques ni el numantino empeño de las cuatro paredes cerradas por aula. Se debe fomentar el uso múltiple de los espacios comunes, así como abrir la mente a la ruptura de algunos otros, santa-santorum de especialistas (salas informáticas, de música, gimnasios,…). Flexibilidad, una vez más, sobre todo mental.

Para finalizar, Jaume Carbonell apuntó dos ideas que no dejaron indiferente al auditorio. De un lado, la ratificación de una escuela pública unificada que ayude a solucionar el trauma de las etapas educativas (de Primaria a Secundaria). Se apoyó para ello en apuntar que la idea era antigua (ya la recogía Giner de los Ríos -a fines del XIX- incluso el programa político del PSOE, en 1978). No se extendió en la argumentación, pero dejó en el ambiente cierta sensación de superación –uno más- de las diferencias entre redes pública y privada por un nuevo modelo de centro más integrado.

Su última aportación fue una encendida defensa del derecho a la educación, distinto del derecho a la escolarización, mantra al que se han aferrado durante tantos años administraciones, municipios y empresas. Escolarizar era la manera de solucionar los problemas de hacinamiento humano que se producía en las ciudades, a la vez que se inculcaba el objetivo de ordenar, clasificar y satisfacer unos principios recogidos en los currículos nacionales perfectamente definidos.

Aún falta tiempo y esfuerzo para conseguir la generalización del derecho a la educación, aquel que implique a familias y a poderes públicos, el que no se entienda -como pretendía Lorenzo Milani- como elemento disgregador, sino integrador, el que busque la felicidad de las personas y no sólo su formación curricular.

[1] XXVI jornadas de la FEAE, Mérida. “Propuestas educativas para un mundo distinto”

[2] J. Carbonell, profesor de Sociología Univ de Vic, exdirector Cuadernos de Pedagogía, exmiembro del Consejo Escolar del Estado, conferenciante,….

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