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Se ha muerto el árbol de Gernika (y Bolinaga)

Montaje coloreado sobre una imagen de Antonio Gramsci.

Aitor Guenaga

Me dice un experto en interpretar nuestra realidad política más cercana que la muerte, y van dos, del árbol de Gernika debe ser una señal. La verdad es que tampoco lo argumenta con la profundidad y sensatez que emplea habitualmente para explicar las cosas que pasan en Euskadi. Pero ha usado en su explicación una frase que siempre comparto cuando se trata de diseccionar lo que sucede en un país, el que sea, en el que su ciudadanía quiere mirar hacia adelante después de tantos años de sufrimiento. “Una verdadera crisis histórica ocurre cuando hay algo que está muriendo pero no termina de morir y al mismo tiempo hay algo que está naciendo pero tampoco termina de nacer”.

La frase es de Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano hace justo este mes 94 años. Con ella el talentoso periodista y líder político se refería a la forma en la que percibía las crisis históricas. Tal vez como la que nuestra sociedad moderna está viviendo en los últimos años. Y Euskadi no se escapa de la misma, aunque nosotros tengamos nuestras cosas: el árbol de la vida que se muere, un expreso etarra terminal que ha dejado de respirar entre el aplauso en las redes sociales de la extrema idiotez política, una docena de abogados de la izquierda abertzale detenidos por la Guardia Civil sospechosos de hacer algo más que defender a sus clientes, un Tribunal Supremo presionado por el Ejecutivo del PP que se cisca en sus propias decisiones y jurisprudencia anterior sobre el descuento de las condenas y unos guardias civiles contando el dinero de la colecta en la sede de LAB (no sé por si faltaba dinero o qué) de la macromanifestación por los presos de ETA que todos los primeros de enero recorre las calles de Bilbao. ¡Vaya comienzo de año!

Arnaldo Otegi, gran orador ante los suyos, recordará bien esa frase de Gramsci porque empleó un refrán árabe similar en otra famosa manifestación celebrada también en la capital vizcaína, siete meses después de que ETA decretara el 22 de marzo de 2006 el “alto el fuego permanente”. Y la usó cuando el “proceso de paz” que impulsó Zapatero en 2006 estaba prácticamente muerto, pero había que mantener la ilusión de un pueblo en marcha hacia la independencia, el socialismo y la resolución del conflicto. Dirigiéndose a una muchedumbre “preocupada” por la crisis de aquellas negociaciones en Loiola, Otegi recordó que “la noche es lo más oscura antes de amanecer”, dando a entender que con “ambición histórica” se podía salir de aquel atolladero “negro, sin salida y sin solución”. Luego vendría la bomba de ETA en la T-4 de Barajas (con los cadáveres sepultados entre los escombros de Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate), la excarcelación y posterior huida de Iñaki de Juana Chaos, las negociaciones secretas para salvar el proceso en 2007 y las diferentes operaciones contra la izquierda abertzale, en una de las cuales fue arrestado Otegi.

Las tres raíces del denominado conflicto vasco eran para la izquierda abertzale: la vertebración territorial de los vascos, lo que Otegi denominó esa noche el “debate sobre la geografía del conflicto”, el debate sobre el derecho a decidir (otro clásico) y el discurso victimas sobre por qué “permanentemente los Estados utilizan la represión contra los rebeldes vascos”. Siete años más tarde, hablan de la 'vía vasca' hacia la independencia, de revisar el suelo ético y de dar jaque mate a la Guardia Civil. Todo en el mismo lote, para coger a conveniencia y según el momento.

Las sociedades y sus ciudadanos, en general, son mayores de edad. En Euskadi, de manera bastante estable y sostenida, las encuestas revelan que dos de cada cinco vascos (38%) piensan que “todos los terroristas que se arrepientan y expresen su decisión de abandonar las armas deberían beneficiarse de las medidas de reinserción social”. Y solo otro 23% se muestra en contra de perdonar y considera que los etarras deben cumplir integramente sus penas. Los datos están extraídos del último Euskobarómetro, difundido el pasado mes de diciembre.

Los crímenes de los etarras son horrendos. Los de Bolinaga, también. Y los del terrorismo de Estado, del que aun se jacta algún exdirigente como Rafael Vera, no le van a la zaga. Por eso el 'agur eta ohore' a Josu Uribetxeberria Bolinaga no tiene un pase. Ni tuvo sentido nunca -salvo, tal vez, para el presidente Felipe González- la reunión de apoyo a los condenados por los GAL a las puertas de la prisión de Guadalajara. Nunca nadie debió matar en este país a un conciudadano por pensar diferente o por su condición de policía, guardia civil, ertzaina, periodista, empresario, juez y tantas profesiones que durante décadas -sobre todo los dos primeros cuerpos de la lista- fueron objetivo de un grupo totalitario que concibe la nación y el territorio como algo exclusivo y en propiedad. Ni tampoco practicar la guerra sucia bajo el paraguas de la razón de Estado.

Sería conveniente revisar la étapa en la que la política penitenciaria formaba parte de la política antiterrorista de este país. Nunca ha habido en política nada más reversible que la aplicación de la política penitenciaria, como demostró con habilidad José María Aznar y su ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, y antes los gobiernos socialistas. Un Estado democrático, y España lo es, debería tender a hacer realidad el sentido que tiene la prisión, que no es otro que insertar de nuevo en la sociedad a los penados. ¿Recuerdan las voces que alertaban de todos los males que podrían llegar a nuestras calles tras las excarcelaciones de etarras tras el fin de la 'Doctrina Parot' por orden del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo (TDDHH)? ETA se ha acabado para siempre. La batalla ahora es otra.

Es muy entendible (pero mucho) que a las víctimas se les revuelva el estómago al ver a Santiago Arróspide Sarasola, Santi Potros, o a otros etarras que no han dado ninguna muestra de arrepentimiento paseando por las calles tras cumplir sus condenas con la legislación de la UE. Pero mientras este país no apruebe la cadena perpetua (sea revisable o no), el objetivo es que los que estén en las cárceles purguen sus penas y abandonen después la prisión. A ser posible, rehabilitados, aunque no parece que el régimen carcelario sea el mejor instrumento para ello. Y sobre todo que no tengan que tener la epifanía de libertad que logran Red (Morgan Freeman) -el jefe que proveía de cualquier material en la prisión de Shawshank en la siempre recomendable película 'Cadena Perpetua'- y el resto de internos gracias al acto de libertad del banquero Andrew Dufresne (Tim Robbins) con la música a todo volumen sonando por los altavoces de la prisión.

“Por unos breves instantes hasta el último hombre de Shawshank se sintió libre”, decía Morgan Freeman en el filme.

Otegi en aquella manifestación leyó una carta fechada meses antes en Algeciras, en febrero de 2006: “El motivo de esta carta es darte ánimos, extensivo a otros y a otras compañeras. Sé que a veces las cosas se ven oscuras, y me voy a permitir recordarte una anécdota. En 1984 fue la ultima vez que vi a Txomin Iturbe. Cuando me despedía de él, en el pasillo mientras sujetaba la puerta de la calle me dijo: ”Cuanto más difíciles están las cosas, cuanto menos nos gusta la pinta que están cogiendo, más hay que estar, más hay que estar. Nos conocemos hace mucho, recibe un fuerte abrazo con todo cariño y amistas de corazón. Algeciras, Iñaki de Juana Chaos“.

Otegi aprovechó la misiva para insuflar ánimos, a los de dentro de las prisiones y a los que se amontonaban esa noche en Bilbao. “A vosotros, a todos los prisioneros vascos que os están aplicando la doctrina Parot, queremos que estéis. Es imposible construir un futuro diferente en nuestro país”. clamó Arnaldo Otegi.

ETA y la izquierda abertzale, que en muchas negociaciones han soslayado el tema de los presos (Argel, Loiola, etc) por entender que caería como fruta madura, se enfrentan ahora a la realidad: una política penitenciaria del PP fuera de toda lógica a más de tres años del final de ETA (incluso para los presos disidente de la banda), decisiones forzadas del Supremo y operaciones policiales que lo que parecen pretender al final es resquebrajar la unidad del colectivo del presos etarras agrupados en torno al EPPK. Un grupo que el 28 de diciembre de 2013 pareció dar el paso de aceptar la legislación penitenciaria, pero que sigue pensando en una salida para todo el colectivo y no acaba de avanzar por las posibilidades que se abren con la legislación penitenciaria en la mano.

Ya no hay tiempo para inocentadas, ni para desarmes de la señorita Pepis con verificadores internacionales bienintencionados, ni para legislaciones de excepción. Otegi pedía “ambición histórica” a los demás, pero es justo en la que deberían ir pensando ETA, los presos -466 en las 47 cárceles españolas y las 34 francesas- y la izquierda abertzale para dar carpetazo a esta página horrenda de nuestra historia. Y me temo que la discusión de este lunes en el Parlamento vasco solo servirá para que todos los partidos se vuelvan a tirar los trastos a la cabeza a raíz de la 'operación Mate' de la Guardia Civil con los viejos discursos del pasado.

Me pregunto que pénsará el nuevo retoño del árbol de Gernika de todo esto.

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