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“Propiciar el olvido es lo peor que les puede pasar a los españoles”

La presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo y su nieto recuperado, ante el Papa

Aitor Guenaga

Bilbao —

Estela B. de Carlotto tiene un atractivo singular. Su cabellera blanca, voz cadenciosa, sin prisas, con ese marcado acento de la ciudad de La Plata, meten a la audiencia en el bosillo en apenas unos minutos. Eso, y su historia de lucha por los derechos humanos en Argentina y contra los desmanes de las sucesivas juntas militares argentinas. Tal vez por eso palabras como “terrorismo de Estado”, “depredadores”, “torturas” o “crímenes de lesa humanidad” entran en la audiencia como un bisturí en el cuerpo humano. Debe ser el magnetismo de los derechos humanos.

De Carlotto ha visitado esta semana Euskadi, para recoger el Premio que le ha otorgado el Festival Zentsura At! en su edición IX. Y para proseguir con su batalla sin cuartel a favor de la memoria histórica y en contra del olvido de los crímenes de las diferentes dictaduras. Cuando se le pregunta por lo que le parece la actuación de la jueza argentina María Servini de Cabria, que instruye la querella contra los responsables de los crímenes de la dictadura franquista, inmediatamente le asaltan en la cabeza dos nombres: el del exmagistrado Baltasar Garzón y el del exmilitar de su país Adolfo Scilingo. Aquel que ante el juez Garzón llegó a declarar en 1997: “Tenían que morir felices y les ponían música brasileña para que bailaran” apuntó cuando reveló aquellos 'vuelos de la muerte' en los que se lanzaba al vacío a supuestos “agentes subversivos” que habían pasado por la tenebrosa Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA).

Y Estela solo tiene buenas palabras para Garzón y la lucha que desarrollo desde su juzgado en la Audiencia Nacional en favor de la memoria histórica y contra la impunidad de varios dictadores, entre ellos el chileno Augusto Pinochet. Las cosas pintan ahora de otra manera en la Audiencia Nacional. Garzón fue apartado de la carrera judicial por sortear la ley en su lucha contra la corrupción del PP en el caso Gürtel y España se viene oponiendo a las detenciones y posteriores extradiciones reclamadas por la jueza de su país María Servini de Cabria en su investigación de la dictadura de Franco.

¿Y qué le parece lo que está haciendo la jueza Servini?

Estela cree “lamentable que en España no se quiera revisar lo que hizo el franquismo”. Y continúa con un tono exento por completo de dramatismo, pero firme: “Propiciar el olvido es lo peor que les puede pasar a los españoles. No se puede negar a las familias la verdad”.

Verdad y Justicia es lo que lleva reivindicando desde hace décadas el movimiento de las Abuelas de la Plaza de Mayo. Estela, que ahora tiene 84 años, nunca pensó que llegaría el día de tener que dar un paso adelante en favor de esas reivindicaciones en su propio país. “Fue finalmente una lucha impensada”, rememora cuando echa 40 años la vista atrás. “Teníamos otro proyecto de vida”. Pero llegó lo que ella denomina la “dictadura cívico militar”, parapetada en sus marchas militares, su “Prensa cómplice y los jueces”. “La actitud de muchos de ellos fue de una complicidad terrible en una dictadura atroz”, rememora.

Corría el 24 de marzo de 1976. Y la entonces maestra de escuela que “votaba cuando me tocaba” y se reconocía en aquella etapa de su vida más como una persona “conservadora, burguesa” que otra cosa, tuvo que defender a los suyos. Preguntar dónde estaba retenido su marido, que fue torturado durante casi un mes, o advertir a su hija Laura de que “tenía que andar con cuidado, te van a matar”, le decía. “Están matando a todos”, es espetaba. A lo que su hija le respondía con clarividencia y sentido de futuro: “Mamá, nadie quiere morir, pero miles de nosotros vamos a morir. Pero nuestra muerte no va a ser en vano”. Carlotto acabó enterrando a su hija, y aun reconoce que es “una herida que no se cura”.

“Hasta 30.000 compañeros”, recuerda Carlotto con un nudo en la garganta que en ningún momento le amilana, ni le entrecorta un discurso cargado de emotividad y reivindicación a partes iguales. “Nos juntamos para apoyarnos y caminar juntas. Así nace hace 37 años nuestro movimiento; y hasta hoy, todos los jueves seguimos haciendo la ronda” que es como ellas llaman a su presencia semanal en la plaza. Ataviadas con esos pañuelos blancos en sus cabezas que han dado la vuelta al mundo. “Me comprometí no a llorar, sino a luchar”, sostiene con vehemencia, pero sin abandonar su tono cálido. “Somos las peligrosas abuelas de la Plaza de Mayo”, apunta no sin cierta ironía.

El Papa Bergoglio y su nieto

Los militares, al principio, optaron por el silencio. “Déjenlas, decían, que caminen, que ya se van a cansar”, recuerda que declaraban los de vestimenta caqui. Para cuando se dieron cuenta del vuelo que había cogido el movimiento era tarde. “Ya no nos podían hacer desaparecer a todas”, explica.

Estela, que ha estado recientemente en Italia, ha visitado al Papa en dos ocasiones. La primera, en 1998, Juan Pablo II estaba ya muy enfermo. Esa proximidad que destila a cada segundo a punto estuvo de costarle un disgusto. Llego a posar su mano sobre el pontícipe, y le amonestaron verbalmente. Carlotto hace una clara diferencia entre la “cúpula de la Iglesia y la mayor parte de los obispos, salvo siete y ocho” y el resto a la hora de enjuiciar su papel de apoyo a las sucesivas juntas militares argentinas. Videla, Massera, Viola, Galtieri ... “La cúpula de la Iglesia fue culpable por acción u omisión en la etapa de la dictadura” sostiene esta mujer que ha terminado por reconciliarse con el nuevo Papa Bergoglio, argentino también. Con el papa Franciso estuvo hace pocos días junto a su Guido, su nieto. Ya en abril de 2013 tuvo la ocasión de saludar al papa actual y de solicitarle una “colaboración explícita” de la jerarquía católica argentina con el fin de arrojar luz en ese periodo trágico del país (1976-1983). Espera que los archivos del Vaticano se abran para dar paso a la verdad, aunque duela.

“Cada vez que encontramos un nieto es una fiesta”. Hace tres meses, la fiesta se multiplicó en casa de Estela. El nieto de De Carlotto, Guido, nació en cautiverio durante la dictadura. Lleva un número y una historia, ha sido la persona número 114 en recuperar su identidad gracias al trabajo de la organización que lidera su abuela. “Lo encontré” exclama con una sonrisa enorme en su cara. Guido es también su nieto número 13. Admite que no ha sido fácil. “Todo tiene su tiempo, pero la verdad repara y es liberadora”.

Tal vez por eso recuerda que la única lucha que se pierde es la que no se da. “Teniendo amor y lucha, se puede”, afirma.

Estela se levanta casi a cámara lenta, apoyándose en su bastón. Lleva un movimiento lento, cansino, pero con orgullo. Aun retumban en el auditorio la dos palabras que ha dejado entre la audiencia: “¡Nunca más”.

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