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El reto de aprovechar la comida que no se vende

Un momento de la última recogida de alimentos.

Eduardo Azumendi

Redistribuir. Esa es la respuesta de los especialistas al despilfarro y la pobreza alimentaria. “Con nuestras decisiones individuales y colectivas, podemos generar un sistema alimentario más justo”. Así lo cree Leire Escajedo, profesora del Departamento de Derecho Constitucional e Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la UPV y responsable del grupo Urban Elika. Este grupo de investigación de la Universidad del País Vasco se dedica a los estudios sobre sociedad y alimentación. Dentro de sus actividades, organiza una Escuela de Verano (Food Forum EHU) sobre el reto de aprovechar los alimentos que quedan fuera del circuito comercial.

Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés: Food and Agriculture Organization), prácticamente la mitad de los alimentos que se producen en el mundo se pierden antes de haber sido consumidos. En el caso de la Unión Europea, la cantidad se cifra en 179 kilogramos de alimento por persona y año. “Y por ello, desde el punto de vista económico y medio ambiental, y habida cuenta de la trascendencia que los alimentos tienen para los seres humanos, se necesitan de forma urgente medidas para paliar este problema. Ya que, entre tanto, 79 millones de europeos están en situación de pobreza alimentaria y, en un entorno más cercano, según el Ararteko, lo está el 6'5% de la población del País Vasco”.

Según la experta, los factores y contextos de las pérdidas de alimentos son muy diversas, y diversas son también las formas en las que ha de atenderse al despilfarro alimentario. El caso de alimentos que siendo aún aptos y saludables para el consumo humano quedan, por algún motivo, fuera del circuito comercial es una de las mayores preocupaciones. La profesora Esther Rebato, del Departamento de Genética, Antropología Física y Fisiología Animal y también integrante de Urban Elika, apunta que “están surgiendo estrategias de recuperación de alimentos que han sido cocinados en un restaurante o en las cocinas de un comedor colectivo y que, por alguna razón, no se han servido en el día, y otros tipos de alimentos perecederos que pueden verse en situaciones similares, como los productos de panadería. Se trata de iniciativas que, si bien están comprometidas con la reducción del despilfarro, no ocultan su dimensión solidaria y de compromiso social, como es el caso de los tupper, cestas o despensas solidarias. Por ejemplo, del comedor universitario de Escuela de Hostelería de Leioa se ceden diariamente raciones sobrantes a la ONG Lagun Artean y otras son ofrecidas a través de una Nevera Solidaria situada en la entrada del recinto”

La profesora María Merino, del Departamento de Matemática Aplicada, Estadística e Investigación Operativa, aboga por resolver las dudas que surgen acerca de cómo crear una red de recuperación de alimentos. “Hay bastantes personas que se plantean implementar acciones de este tipo, pero en muchos casos la iniciativa se coarta por las dudas legales o por el desconocimiento sobre el modo en que, desde el punto de vista logístico e higiénico-sanitario, cabría organizar una red de recuperación”.

Leire Escajedo explica que en nuestro sistema alimentario (urbano) la mayoría de las personas no producen los alimentos, sino que los adquieren mediante compraventa. Es decir, estos alimentos son puestos en un circuito comercial y las personas acceden a ellos a través de la compra. Los sistemas legales protegen al consumidor (más débil que quienes producen y venden) pero el problema llega cuando falla ese “plan A. Ni en logística, ni en la normativa, existe un plan B. Los alimentos terminan por perderse”.

Implicaciones éticas

Implicaciones éticasLas implicaciones económicas, ambientales y éticas que conlleva el despilfarro alimentario son muy importantes. “La materia prima obtenida de la naturaleza se malogra. Ya que después de haber invertido mano de obra, recursos energéticos, materiales de procesamiento o de embalaje, transporte… Parece que todo esto se gasta para nada”.

En cuanto a las implicaciones éticas, desperdiciar alimentos es algo mal visto en prácticamente todas las culturas. “Antropológicamente, por instinto tenemos arraigado un instinto de altruismo alimentario. Pero lo hemos ido perdiendo porque ya no somos unidades de supervivencia”.

Según Leire Escajedo, se debe mejorar en la eficiencia de las cadenas de producción y distribución para evitar pérdidas de alimentos. “Se trata de mejorar la redistribución/transformación/donación de alimentos aptos para el consumo que por algún motivo, quedan fuera del circuito comercial. Acabar con la gestión de despilfarro inevitable, revalorizando los alimentos desechados. Si mejoramos la eficiencia, llegara un día que no quede nada que redistribuir”.

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