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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

El silencio de las torturas clama por ser reconocido de forma oficial y definitiva

El primer reconocimiento oficial a las víctimas de los abusos policiales se produjo durante el Gobierno de Patxi López.

Ander Moreno

Han pasado cuatro años desde que por primera vez se legisló para poner fin oficialmente al silencio de las torturas en Euskadi. Fue en el anterior Gobierno, presidido por Patxi López, y se logró a través de un Decreto que reconoció los abusos y otorgó derechos e indemnizaciones a las víctimas de los abusos policiales entre 1960 y 1978. Aquel texto, respaldado por el arco parlamentario vasco a excepción del PP y UPyD, sirvió para rescatar del olvido historias espeluznantes. Gritos de dolor ahogados e invisibles para la sociedad. Porque todo el mundo sabía o había oído de las malas artes de la policía franquista y tardofranquista, pero pocos testimonios habían 'llegado' al BOE para dejar constancia de que aquello fue intolerable y para restaurar el honor de unas víctimas que, como todas, jamás deberían haber padecido dolor alguno.

Al llegar al Gobierno vasco, Iñigo Urkullu quiso dar un paso más y publicar un segundo Decreto que ampliaba el texto del anterior y aumentaba los años investigados hasta 1999. Pero esta segunda iniciativa tuvo en contra al Gobierno central y se encontró con que, en vez de garantizar seguridad jurídica a las víctimas, propició un vacío y un mar de dudas a quienes podrían acogerse a las medidas reconocidas en la iniciativa.

El primer reconocimiento del Gobierno vasco, en junio de 2012, se materializó, además de en el texto legal, en un acto en el que Inés Núñez de la Puerta, hija de una víctima, pidió y en el que se proyectó un fragmento del documental financiado por el Gobierno vasco 'Por quien no doblan la campanas' que recoge el testimonio de nueve víctimas de abusos policiales. Unos testimonios desgarradores que recuerdan y demuestran que las torturas jamás debieron existir y que su reconocimiento y reparación son necesarias.

Trece días de agonía

El 15 de mayo de 1977, Inés Núñez de la Puerta no había cumplido los cinco años. Pero, a pesar de ser una niña, aquel día vio y vivió una tragedia. Ese domingo, Inés iba junto a su padre de vuelta a casa tras haber estado en misa y haber comprado el pan. Y al girar una esquina, Inés encontró asustada como las porras de dos desalmados policías destrozaron a un humilde profesor de matemáticas que se llamaba Paco. Vio como dos desalmados de uniforme metieron a su padre Francisco Núñez a su portal y aprovecharon la oscuridad para propinarle una paliza.

Inés nunca más pudo disfrutar del paseo de cada fin de semana, nunca más vio a su padre bien porque murió trece días después tras una segunda paliza y tras las torturas que padeció en el interior de una furgoneta a la que le metieron cuando fue a denunciar la primera agresión que le propinaron.

“El domingo 15 de mayo salimos él y yo a misa y a comprar el periódico, era la rutina”, cuenta siempre Inés Núñez de la Parte, hija de Francisco Núñez y hoy abogada de prestigio en una firma tecnológica vasca. “Dos policías empezaron a golpearle brutalmente, le pegaban en la espalda y en las piernas, pero consiguió avanzar y llegar al portal de casa, en la calle General Eguía. Los vecinos gritaban desde las ventanas, pedían que le dejaran en paz. Él solo quería protegerme y consiguió meterme al portal, pero entraron detrás. Y allí, sin testigos, siguieron dándole”, recuerda Inés.

En cambio, aquella actuación de la policía no fue mas que el principio. La inquina y la tortura acaban de empezar. Pocos días después de la paliza en el portal, Paco se armó de valor y aconsejado por familiares y amigos acudió al Juzgado a poner una denuncia por el maltrato recibido. No se sabe si llegó a declarar. Una vez que mostró sus intenciones, los dos policias que lo habían destrozado a porrazos días anres se presentaron vestidos de paisano en el Palacio de Justicia y, a punta de pistola, lo introdujeron en una furgoneta. “Allí volvieron a golpearle brutalmente, le sometieron a humillaciones, le ataron las manos, le pusieron un embudo en la boca y le obligaron a beber cerca de un litro de coñac y otro tanto de aceite de ricino”, rememora Inés. Los dos matones lograron su objetivo: reventaron a Paco por dentro y por fuera.

Fue tal la paliza que al llegar a casa, abatido y humillado, desencajado, dolorido y destrozado, su mujer lo trasladó al entonces hospital Francisco Franco, hoy de Basurto. Allí agonizó durante 13 días. Vómitos, mareos, pérdidas de consciencia. Y lo peor, la seguridad de saber que de allí no saldría que nunca más podría ir con Inés a comprar el pan los domingos.

Por expreso deseo de Paco, la madre de Inés escribió un diario con todo lo que sucedió esos días. El texto es desgarrador. “Me pregunta que si se muere y yo le digo que sí”, narra la madre en el diario. “Está agonizando aun que los médicos luchan hasta el final. Entran tres médicos, enfermeras y le ponen una sonda, sangre y suero. Yo no tengo más valor para verle sufrir. A medida que la noche pasa se pone peor, masajes al corazón, agonía dura y lenta”. Paco murió como consecuencia de las torturas diez minutos antes de las ocho de la mañana del día siguiente.

Como esta historia hay decenas, cientos. Y el Gobierno vasco se ha propuesto sacarlas de las tinieblas del olvido e iluminarlas con el reconocimiento y el calor institucional. Para ello, y no exenta de controversia, está tramitando un texto de forma urgente para poder aprobar la Ley de Víctimas de Abusos Policiales antes de que concluya la legislatura. A pesar de que hay dimes y diretes entre los grupos, sobre todo por el error del Decreto anterior firmado por Urkullu, en el fondo resuenan las palabras de las victimas, que reclaman a los partidos, a todos, “que digan al unísono que matar estuvo mal” y que reconozcan a todas las víctimas “sin discriminaciones de ningún tipo”.

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