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“Las víctimas de una agresión sexual quieren olvidar, pero no perdonar”

El Instituto Vasco de Medicina Legal realiza el análisis psiquiátrico de personas involucradas en violencia machista.

Eduardo Azumendi

¿Es posible llegar a perdonar una agresión? “Cuando no estamos implicados, todos somos muy generosos y nos parece que deberíamos perdonar, ya que así nos sentiríamos mejor. Todos sabemos que en pequeñas situaciones que no son muy dramáticas, nos encontramos mejor cuando pedimos o damos el perdón, y lo podemos olvidar con más facilidad. Por ejemplo, cuando un amigo nos ha hecho una faena y queremos retomar la amistad”. Así lo cree Juana María Azcárate, del Instituto de Psicología Jurídica y Forense, quien, sin embargo, asegura que esta percepción cambia al ser víctimas de un suceso tan grave como una violación.

Azcárate, quien trabaja diariamente dando asistencia psicológica a las víctimas de delitos violentos y conoce de primera mano los sentimientos que estas personas experimentan, asegura que la justicia restaurativa tiene mucho sentido en algunos casos, pero no tiene tan claro que lo tenga siempre. “Las víctimas de una agresión sexual ni se plantean la posibilidad de perdonar. Incluso para nosotros los profesionales es difícil plantearles que les quieren pedir perdón”.

Otro aspecto que influye en la percepción de las víctimas sobre el perdón es el hecho de que la justicia penal española prevea como circunstancia atenuante el arrepentimiento y la reparación del daño, que normalmente se suele producir mediante el pago de una parte de la indemnización. Por eso, las víctimas creen que el arrepentimiento del agresor no es real y lo hacen aconsejados por su abogado para lograr una reducción de la condena. “Las victimas se sienten doblemente estafadas”.

“En los casos en los que hay violencia”, añade, “todavía no he encontrado a ninguna víctima que realmente quiera perdonar a su agresor. Quiere olvidar, pero no quiere perdonar”.

Aunque habitualmente trabaja con las víctimas, algunas veces también atiende al agresor. “Cuando estás mucho en un campo, se pierde la perspectiva. Depende en qué delitos y en qué agresores veo cambios y que los tratamientos terapéuticos funcionan”.

Por otra parte, Azkarate, quien ha participado en los cursos de verano de la Universidad del País Vasco con una ponencia sobre el perdón y el olvido, diferencia la actitud de la victima cuando el agresor es alguien conocido o desconocido. Si la agresión viene a manos de una persona conocida, “hay que añadirle la traición y la decepción a todos los demás sentimientos negativos. Se causa una ruptura en la confianza que se tenía con esa persona”. En cambio, es menos complicado recuperarse de las secuelas cuando no se conoce al agresor y plantearse dar lo que se conoce como el perdón egoísta, que se concede para que a la víctima deje de hacerle daño. “Este no debería ser el sentido que se le da al perdón. Me saco la rabia y el odio y asumo que fue algo accidental y puntual”.

Compadecerse del agresor

Compadecerse del agresor“El perdón”, prosigue, “es poder dar ese paso altruista de empatizar y compadecerse del agresor. Esta es una cuestión muy trascendental que muy pocas personas pueden conseguir. Es un paso para gente con muchos recursos internos y una autoestima muy buena”.

Las victimas desean dejar a un lado todos los sentimientos negativos que sienten a causa de la agresión. “Muchas creen en la rehabilitación del condenado, pero es muy difícil dar el paso de perdonar para que el victimario se sienta mejor”. Las victimas no quieren que el agresor se “quite la culpa de encima” gracias a su perdón. “Tal vez sea esta visión la que debamos cambiar. Hacerlas ver que da igual como se sienta él, sino que piensen en su propio bienestar”. Pero, las víctimas no suelen querer concertar un encuentro restaurativo, “no quieren acercarse a esa persona”.

Sin embargo, otras víctimas quieren ver al agresor porque esperan encontrarle arrepentido. “Les encantaría ver que ese monstruo que ellas se imaginan en su cabeza es alguien real y pequeñito. Pero la víctima no va a encontrarse con lo que necesita, por lo que podemos multiplicar el daño ya sufrido”.

En casos de terrorismo, cuando ocurre la muerte de alguien cercano, tras un tiempo se personaliza menos lo ocurrido. La víctima hubiera podido ser otra persona. Además, “al conocer a la otra parte es más fácil entenderla, e incluso llegar a empatizar. Por lo tanto, las emociones no son tan extremas y se diluyen”.

“Utópicamente”, remata, “creo que el perdón es bueno tanto para la víctima como para el agresor. Pero, poniendo los pies en la tierra, es muy difícil dar ese paso. Hay muy pocas personas con esa espiritualidad capaz de trascender a lo vivido”.

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