El poeta nicaragüense Rubén Darío se refirió a la juventud como “un tesoro imaginado siempre en un Edén, sin pensar que la primavera y la carne acaban también”. ¿Volvería a escribir el poeta estos versos a la luz de los resultados de la Encuesta Financiera de las Familias del Banco España sobre el impacto de la crisis?
La pregunta es retórica dado que la conclusión principal del estudio es que los jóvenes han sido los paganos de la crisis. Los jóvenes, los últimos en incorporarse al trabajo, han pagado los platos rotos de la crisis. La condición social de ser joven no es una panacea precisamente. El estudio afirma que la renta media aumenta con la edad, hasta alcanzar su máximo para el grupo de hogares cuyos miembros tienen entre 55 y 64 años y luego disminuyendo para los grupos de mayor edad. La crisis ha abierto una gran brecha generacional en términos de renta, riqueza y consumo. Las tasas de paro de los jóvenes permanecen en niveles del 40%. Mientras, los jubilados han aumentado de renta pero básicamente por reposición. Es decir, porque los nuevos jubilados se incorporan con rentas mejores de aquellos que fallecen.
En estos momentos, hay algo de Ironía de la Historia en el actual marco laboral. Los nuevos pensionistas entran con una mejor jubilación que sus antecesores al sistema de la Seguridad Social. Mientras los nuevos trabajadores entran al sistema laboral en peores condiciones que los anteriores. Este proceso rompe el antiguo equilibrio del Estado de Bienestar donde las personas trabajadoras soportaban el coste de los servicios públicos. El pacto intergeneracional fraguado en el Estado de Bienestar se ha roto.
No se trata de proclamar una lucha generacional como si de una lucha de clases se tratara. Las generaciones más adultas son solidarias y están distribuyendo sus rentas entre los miembros de su familia más jóvenes. Se trata de entender por qué el grupo social de la juventud apuesta por opciones políticas y culturales menos sistémicas, menos establecidas y más rupturistas para con un sistema que no les acoge.
La diferenciación entre jóvenes y adultos se hace cada día más notoria. Los estudios electorales evidencian cómo las personas jóvenes emprenden un camino diferente a de las personas más adultas. Si hiciéramos dos Congresos de los Diputados dividiendo por edad, el resultado sería totalmente diferente en su composición.
Por otra parte, algunos pensadores afirman que las personas jóvenes de ahora son inmaduras poco dadas al sacrificio, al esfuerzo, al trabajo. Que los valores de antaño se pierden. Pero, qué remedio les queda. Si no pueden encontrar trabajo y el que encuentran tampoco les permite emanciparse de sus familias es lógico que prioricen su tiempo libre que es de lo que más disponen. Un tiempo libre que en muchos casos lo destinan al ocio, al hedonismo y otros menesteres similares; pero también al voluntariado, a la cooperación.
Como dijo Belén Barreiro, no cabe preguntarse qué les pasa a los jóvenes sino qué les hemos hecho. Las personas jóvenes representan el eslabón perdido de una cadena social que se ha roto. Son una nueva forma transicional hacia otra sociedad. Y la verdad sea dicha, lo que viene no tiene buena pinta si no lo remediamos entre todos y todas.
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