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Pueblos sin vida, pero con historia

Una de las imágenes de la exposición 'Pueblos abandonados' / Foto: Carlos Ciaurriz.

Garikoitz Montañés

¿Por qué un pueblo es abandonado? La influencia de la ciudad, la competencia con otro municipio cercano, la construcción de un embalse, la marcha en general de las nuevas generaciones… Las razones parecen muy diversas, pero el “dramatismo” de su resultado es el mismo. Calles deshabitadas, una maleza en continuo crecimiento y viviendas que, poco a poco, se echan a perder. Para reconocerlas, el fotógrafo Carlos Ciaurriz a menudo se guía por el tejado. O, más bien, por la falta de él. Es el hábito de alguien que, durante los últimos dos años, se ha recorrido buena parte de la geografía navarra para retratar estos pueblos. O los restos de lo que una vez lo fueron.

El resultado son unas fotografías, siempre nocturnas, porque es cuando más llama la atención la falta de vida en las casas, que pueden verse desde esta semana y hasta el 27 de marzo en Civivox Ensanche, según ha detallado el Ayuntamiento de Pamplona a través de un comunicado. La muestra ha sido bautizada como Pueblos abandonados, la cara oculta de Navarra, y el objetivo, según explica su autor, es acercar al público a “una Navarra oculta y desconocida de gran belleza”.

Los datos de empadronamiento de 2014, recogidos por el Instituto de Estadística de Navarra, reflejan poblaciones diversas que en la actualidad tienen muy pocos habitantes, como Castillonuevo (18), Abaurrea Baja (38), Aribe (44) o Azuelo (37). Pero, ¿qué pasaría si su población se redujera tanto que dejara de salir en los listados? ¿Qué registros quedarían de ello? En su recorrido por la Comunidad Foral, este fotógrafo ha detectado 44 pueblos abandonados, pero sabe que hay más. Peña, Guendulain, Erdozáin, Vesoya, Amocáin… Para localizarlos, empleó desde largas caminatas por el monte por caminos recónditos hasta comentarios de curiosos o, directamente, el ordenador y el Google Earth.

Arte que queda “en el olvido”

Así ha logrado reflejar la realidad de unos pueblos que, a menudo, ya no tienen quien pueda contarla. La clave ha sido que al menos en cada retrato de estas localidades hubiera alguna seña de identidad, porque “a veces ya solo quedan cuatro piedras o los restos de una casa”, pero en otras, todavía persisten las construcciones más elaboradas, como una iglesia o un castillo. “La pena es que hay verdaderas obras de arte quedan en el olvido”, lamenta.

Lo curioso es que algunos de estos pueblos no son tan desconocidos, porque hay quien los identifica porque “jugaba allí de pequeño o tenía familia en la zona”, mientras que otros ni siquiera resultan accesibles. De ahí que para el público, según cuenta el fotógrafo, ver la exposición pueda ser una mezcla de la “añoranza” de quienes recuerdan estas zonas y la sorpresa de quienes nunca las habían conocido. Los pueblos fantasma se vuelven tangibles en esta exposición-homenaje.

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